Tenían que ser Los Morancos los que pusieran a Fernando Simón, figurón de este parnasillo de la epidemia, en una especie de altar de Corazón de Jesús para pedirle, para rezarle y para ofrendarle bizcochos. Los Morancos son capaces del peor humor, que no es tanto el de la vulgaridad sino el de la pereza, cuando ya crees que es sólo tu presencia sin más imaginación. Pero apenas se esfuerzan les sale ese surrealismo costumbrista suyo de izar un jamón con himno o, en este caso, de convertir a Simón en un santo anacoreta, cargante y costroso de santidad como el Simón de Buñuel.
“Llevo encerrado en el salón cuarenta días con Simón”, canta Jorge Cadaval en su última parodia, la de Camilo el del Sexto. Y Simón está verdaderamente allí en el salón, en el televisor, bendecidor, perpetuo y gris como un gran Jesucristo brasileño. El retrato de la cuarentena, con la gimnasia de leotardo flojo o la barriga con su forma de magdalena, no es que sea muy original.
Pero me parece una aguda ocurrencia poner a Simón en ese centro del salón y de la canción y de cierta religión del virus, con su sonrisa de magia o placebo y su corazón con cremallerita, su corazón salido y transparente, más como el del embrión de un pez que como el de un Sagrado Corazón. Ese Simón como el cordero de Dios o de la sobremesa, que se repite cada día como las partes de la misa o como un Arguiñano del virus, y al que pedimos “de rodillas” salir del encierro y que paren los chistes malos de los cocinillas y de los vecinos youtubers.
Simón es el centro de la canción y de los altares de la televisión porque es el dogma. Quiero decir que Sánchez puede ser un cura guapo, pero Simón es la Ciencia con su copón de misterio y sus divinas palabras, y es ante eso ante lo que se arrodilla el pueblo valleinclanescamente. Simón es un franciscano del virus que habla a la gente con parábolas de borriquillos y la gente lo cree por simple ternura y por vestir tela de saco. Pero Simón fue el primero que se equivocó, cuando dijo que aquí sólo tendríamos si acaso algún contagio. Y continuó equivocándose recetándonos jabón y enjuagues de barbería, incluso si íbamos al 8-M. En realidad, Simón ha ido siguiendo todos los errores de Sánchez, sólo que con polvo de tiza en la voz. Aún se equivoca cuando dice que hemos doblado la curva. En realidad vamos a ciegas, aunque eso, claro, es precisamente la fe.
No sabemos ni los contagiados ni los muertos, a los que los servicios telefónicos les decían que se quedaran en su casa a temblar o a morirse bajo la manta, sin mandarles ni un test ni un cura. No se hacen test suficientes ni a los sanitarios, que cada día desayunan infusiones de virus con mascarillas de trapería, cómo se les van a hacer a todos los que tosen o a todos los que ya se murieron sobre el brasero…
Simón es la oblea repostera de fe que pone Sánchez, pero no tenemos datos para saber si estamos en la “desescalada” o estamos en una misa en Lourdes, rezando y esperando a ver qué pasa entre el azar del fullero y el milagro del falso cojo. Mientras, salen los niños como niños del Evangelio o de Betty Missiego, y salen los padres como babilonios o como cimarrones, a hacer guateques en los parques. Yo no creo que aquí los padres sean todos gilipollas, aunque muchos seguro que sí. Si en tantos sitios ha parecido que pasábamos de repente de la cuarentena a la playa californiana, tiene más que ver con que la gente se ha creído lo de la curva doblada como un arcoíris y lo de la desescalada en tobogán. Y ha creído que el optimismo de un señor vestido de Gorrión Supremo bendice estas salidas con niño y con cesta de oso Yogui, igual que antes bendijo que los hijos fueran a las manifestaciones del 8-M si ellos querían ir. Aquí lo que pasa es que hay más crédulos que irresponsables.
Vamos a ciegas, pero todos quieren hacer creer que han vencido al virus y al encierro, al miedo y al infame vecino de la guitarra, a la cursilería y a la prudencia
Vamos a ciegas, pero todos quieren hacer creer que han vencido al virus y al encierro, al miedo y al infame vecino de la guitarra, a la cursilería y a la prudencia. Y no sólo el Gobierno de Sánchez. La Junta de Andalucía quiere que se abran ya los bares y restaurantes el 25 de mayo. Andalucía, que sigue viviendo de sus dioses dorados, sus uvas doradas y sus sombras doradas, a lo mejor siente que no puede aguantar más.
O es que Juanma Moreno quiere arrebatarle a Sánchez, y sobre todo a Susana, su culto de Virgen de pescadores. O es cosa de Juan Marín, que sigue pareciendo un concejal de feria de la tapa. Pero no es que no se pueda volver a salir y a vivir y a comer, es que no se puede hacer por fe. Y ahora sólo hay fe. Fe en que Simón, con su pinta de monje con escoba, no va a mandarnos a morir a las playas con nuestros hijos, como familias de ballenas. O, en el caso del PP, fe en la supuesta ideología de su eficacia. Pero no se trata de eso. Se trata de que no tenemos herramientas, no tenemos datos, así que no nos valen ni la santería de Simón/Sánchez ni la otra santería inversa de no ser Simón/Sánchez.
Lo mejor de esta parodia de Los Morancos es que ha puesto la fe y el carisma, o sea a Simón, en el centro de la capillita de la crisis, como a un Pantocrátor con jerseicillo. Camilo el del Sexto suplica a Simón que interceda ante Illa para que le deje salir, esas diplomacias arcangélicas que tiene la fe, e Illa responde: “Esto lo tiene que decidir alguien con más criterio que nosotros”. Entonces aparece un gran simio sobre los atriles, emblemas y grandiosidades numismáticas del Gobierno. No es un corte de manga, sino una buena metáfora: al final, detrás de la fe de la gente no está la Ciencia, sino el peor hombre, ignorante y manoteante, que a lo mejor es cierta clase de hombre político. Alguien que sólo se rasca la cabeza y espera.
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