Jorge Javier Vázquez, que uno creía que seguía en la televisión ya sólo como si fuera la Ruperta, esa Ruperta llevada por azafatas en brazos o en carretilla o por el rabillo, resulta que ahora es el héroe del periodismo fetén, antifascista y zascador. Pablo Iglesias, Ada Colau y otros partisanos de la libertad de prensa andan tuiteando sus mandobles, que pueden nacer de una braga mal hervida pero terminan destrozando el argumentario facha. Entre cuernos y calzoncillos con frenazo o con portezuela puede aflorar el mejor periodismo, así como de Montanelli y tal. Claro que para eso hace falta un detonante, una teta volandera, un pichabrava bigotón, una picarona piscinera, un tanguita de red, una cama escamosa, algo así. Ese periodismo impulsado por el pezón es el que luego te queda más puro y como washingtoniano.
Tomarse en serio un programa de Jorge Javier Vázquez, entre ring y peluquería, entre tertulia futbolera y orgía con calabacines, es bastante tonto. Allí las broncas tienen guion y la gente va de leopardo o de forzudo con pajarita, como en esa lucha libre americana fake, así que las opiniones, los enfados y los desmayos sobre pelusa, como de la Pantera Rosa, hay que tomárselos más como crítica teatral. Sus tonterías, sus tragedias como depilatorias, sus escándalos de Falcon Crest poligonero y los cuernos a mechas de meritorias de retoucherie, paseaculos de piscina y ventrílocuos olvidados, ya cobran más importancia, eso sí, cuando llegan al vicepresidente. Es todo un aviso que Iglesias, que cree que la mera existencia de medios privados es un peligro para la libertad de expresión, haya encontrado por fin su periodismo recto en el cuarto de la lavadora, con olor a calostro y a trucha, de Sálvame.
Resulta que en Sálvame llevan unos días atizándole al periodista Alfonso Merlos por poner cuernos (los cuernos son lo peor para los puritanos, más para los de braguetilla de lunares), por facha y por saltarse o hacer que se salten el confinamiento para follar. Unos cuernos además como de tebeo: entraba Merlos por videoconferencia y pasó por detrás una señorita en bolas que no era la novia que se le suponía. La cosa era graciosa y se viralizó, claro. Podrían haber sido unos cuernos o culos de brilli-brilli más, ese hociqueo que prometían los ganchos, los rótulos y hasta todo el equipo disfrazado de Azofaifas tentadoras o de señoritas cantando el Fresquíbiris: “¿Con cuántas mujeres ha sido desleal Alfonso Merlos a Marta López? ¡Van a flipar! Esta tarde tenemos un informe completísimo sobre el harén de Merlos”. Pero no, la cosa ya iba de moral pública. Es decir, ideológica.
Merlos era como un Calígula derechón. Merlos criticaba al Gobierno en un estado de alarma y pasaba por detrás una breve señorita desnuda, como una bailarina post coitum
Merlos era como un Calígula derechón. Merlos criticaba al Gobierno en un estado de alarma y pasaba por detrás una breve señorita desnuda, como una bailarina post coitum. A saber cuánto llevaba ahí, encerrada o en pelota. Seguramente se habría tenido que saltar el confinamiento, claro, ardorosa y shakesperianamente. Así que se trataba de un periodista fachorro rajando de la gestión de la epidemia mientras se le veía la chica desnuda como un jamón metido de extranjis. Y todo esto, en bucle. Un colaborador apuntó entonces que Iglesias se había saltado también cuarentenas y Jorge Javier estalló. Iglesias no pintaba nada ahora. Él no iba a dejar que se dijeran tonterías. El discurso de Vox allí, no. Y aquel era un programa “de rojos y maricones”.
No deja de tener razón Jorge Javier, porque cuando se está a cuernos y a fachas, pues se está a cuernos y a fachas. Uno se puede saltar la cuarentena arrastrando al perrete de verdad o de peluche, sacando familia y fiambrera, buscando camello, dando una rueda de prensa con el pesetón gubernamental en el atril o, el colmo, follando a lo facha. O sea, metiéndose con el Gobierno enseñando una señorita recién follada al fondo, como un piano de cola. Esto no es sólo más grave, sino que, si uno está a cuernos y a fachas, Iglesias no pinta nada. A Iglesias le tocará otro día, cuando coincida una incoherencia suya (no sé, hablar del proletariado desde el vestidor de su caniche) con algún culo o algún cuerno o algún jamón que anuncie José Manuel Soto. Y aunque no llegue ese caso, no pegaba criticar a Iglesias estando allí todo el esplendor del follapatriarcado. Esa lección de periodismo la terminó Jorge Javier tirado en el suelo, desesperado. Me pregunto si lamer virus en un estudio lleno de tertulianos que hablan a salivazos es más o menos insalubre o perdonable que un polvo en medio de la peste, que una pasión como del Decamerón o de Muerte en Venecia.
Esta polémica (y negocio) llega a Iglesias “intelectualizada” a través de Pedro Vallín, periodista de las medianías, de los de resistencia de cafetín y prosa de sindicato de estudiantes. Vallín citó en un tuit una frase de Will McAvoy, el protagonista de The Newsroom, sobre la complicidad del periodista que consiente mentiras. Según Vallín, sólo Jorge Javier atendía a este Evangelio periodístico. Ese tuit lo retuiteó Iglesias. Pero Jorge Javier no había parado una mentira, sino una “tontería”, según dijo él mismo; una opinión que no venía a cuento o no convenía, pero no una mentira. Recordé que McAvoy, aunque es republicano, destroza una vez a un candidato republicano. Lo hace porque lo público se merece tener a los mejores. También recuerdo el primer episodio, cuando le hacen una pregunta de pregonero, “¿por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo?”, y contesta: “no lo es”. No me imagino a este McAvoy haciendo de loro sobre la bicicletita de la actualidad, como Ferreras; ni de palanganero ideológico, como Jorge Javier. Ni diciendo que su programa es para “blancos heteros y republicanos”.
“No hay nada más importante en una democracia que un electorado bien informado”, le recuerda Mackenzie al McAvoy que se ha vuelto cínico (su regreso al lado luminoso es el hilo de la serie). Aquí también hay cínicos. Jorge Javier es referente del periodismo y héroe de ese Iglesias que quiere un Pravda en mitad del fin del mundo. Y la maravillosa aunque naif The Newsroom se revuelca, retorcida y emputecida, entre rizos de pubis y aljofifas con lefa. Y todo esto justo ahora, cuando la verdad y la responsabilidad se cuentan en vidas, no en audiencias, ni en dinero, ni en polvos, ni en pluma.
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