Parece que ya tenemos un esbozo de plan para ir abandonando la reclusión a la que nos hemos sometido desde hace mes y medio ya. Evidentemente el Gobierno anuncia este calendario aproximado de "desescalada", palabra horrible donde las haya, presionado por múltiples factores, el mayor de los cuales es la perspectiva de hundimiento económico del país si el confinamiento y la paralización de las actividades empresariales se prolongara aún más de lo que ya se ha producido. Eso es entendible por supuesto y merecedor de todo el apoyo posible, pero mentiría si no añadiera que estas imprescindibles medidas de progresiva liberalización del confinamiento me parece que entrañan un enorme riesgo.
Este domingo pasado se permitió que los niños salieran durante una hora a la calle cerca de sus domicilios y el Gobierno ha concluido, y así lo han declarado públicamente dirigentes de distintos partidos políticos, que la población se comportó de una forma modélica.
No me lo pareció así en todos los casos. Yo vi por televisión y por las redes a grupos de niños, no de dos en dos ni de tres en tres sino de diez en diez, jugando a darle patadas a un balón que alguno de ellos, o varios, tendrían que recoger después del suelo. Y no parecía que mantuvieran de ninguna manera la distancia requerida por las autoridades sanitarias. Y vi a padres y madres charlando relajadamente con otros adultos, supongo que vecinos, con una proximidad que no parecía la aconsejable por razones de seguridad. Es decir, que no todo el mundo se comportó con la prudencia que exigían las circunstancias.
Quizá el Gobierno debería ir preparando de manera clara y contundente a la opinión pública para la eventualidad de que haya que volver atrás porque la famosa desescalada no haya dado los resultados esperados
Nada que objetar a la salida de los niños a respirar un poco de aire y a estirar las piernas, salvo que tuve inmediatamente la sensación de que en cuanto el Gobierno abriera un poco más la mano esto podría acabar siendo un desmadre difícil de controlar. Y en ese sentido la amenaza de que, iniciado el alivio de la reclusión, volvamos a sufrir un incremento de contagios no es descartable en absoluto, lo cual sería muy desmoralizador para la población. Entramos, por lo tanto, en territorio desconocido y además sembrado de minas. Quizá el Gobierno debería ir preparando de manera clara y contundente a la opinión pública para la eventualidad de que haya que volver atrás porque la famosa desescalada no haya dado los resultados que se esperaban.
Y no estoy poniéndome especialmente ceniza. Simplemente tengo presente lo que ha sucedido en Japón o en Singapur, tan alabados inicialmente por el éxito en su combate contra el virus y que se han visto forzados a echar marcha atrás porque la pandemia ha vuelto a hacerse presente entre sus poblaciones. En definitiva, que mientras estamos encerrados en nuestras casas, nos mantenemos relativamente a salvo pero en cuanto abramos la puerta y volvamos a las calles empezaremos a caminar por encima de un alambre. Y, sin embargo, es imprescindible que lo hagamos porque de otro modo el desastre económico y social que ya se vislumbra se hará aún más dramático de lo que va a ser aun cuando la actividad se reanude.
Estos son mis miedos y prevenciones. Y luego está la cuestión política. Una vez más el presidente ha vuelto a pedir a todas las fuerzas políticas que arrimen el hombro para combatir la crisis económica, laboral y social que se nos viene encima. Y tiene razón en pedirlo pero la realidad es que no hace nada por hacer que eso sea posible. No puede o no debe tomar decisiones, una tras otra, como lo sigue haciendo, sin compartirlas por pura cortesía, pero también por puro interés, con aquellos cuyo respaldo reclama.
Porque en ese caso lo que hace es imponer, no compartir, no consensuar. La actitud de Pedro Sánchez sugiere que lo que busca es forzar a los partidos de la oposición, notablemente al PP, a verse obligado a respaldar lo que el presidente ya ha decidido y anunciado públicamente, so pena de ser acusado de insolidario e indiferente ante el sufrimiento de una sociedad angustiada. Es la imposición del acuerdo y, en consecuencia, no es un acuerdo sino efectivamente una imposición.
Sánchez no debe tomar decisiones, una tras otra, como lo sigue haciendo, sin compartirlas por pura cortesía, pero también por puro interés, con aquellos cuyo respaldo reclama
En esas condiciones, que se podrían haber evitado y todavía se pueden evitar en el futuro, las posibilidades de éxito de esa Comisión para la Reconstrucción Social y Económica que se aprobó este martes por la Mesa del Congreso no son muy halagüeñas porque va a arrancar en un clima de irritación y sentimiento de maltrato al menos entre los componentes del Partido Popular, cuya aportación es sin embargo imprescindible para que cualquier medida de calado salga adelante.
Es pronto para augurar el resultado de los trabajos porque por allí van a tener que pasar no sólo los representantes políticos sino, sobre todo y de manera determinante, los pertenecientes al mundo sindical y empresarial además de las organizaciones sociales. Es inmensa la tarea y pésimo el escenario objetivo en el que ha de desarrollarse. Y, sin embargo, y a pesar del muy negativo clima político en el que van a dar comienzo los trabajos de esta comisión, los españoles no permitirían de ninguna manera que quienes tienen la potestad y la obligación de acordar un mínimo de medidas para paliar parte de las consecuencias del desastre que se avecina no consiguieran trazar un mínimo perímetro dentro del que pactar el modo de encarar esta emergencia.
La cosa no pinta bien pero está obligada a terminar no rematadamente mal. Veremos.
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