Cierto que la situación es casi imposible de gobernar, cierto que cualquiera que estuviera hoy al frente del gobierno se vería envuelto en mil oleadas de urgencias, de tensiones, de amenazas, de incertidumbres, de frustraciones y de todo lo que se quiera. Lidiar con esta crisis es endemoniadamente difícil y ninguno de los que hoy critican desde las filas de la oposición al presidente querría hoy de ninguna manera verse metido en sus zapatos.
Cuando se enfrenta uno a un adversario sin cara, que se mueve por el aire y que lo rodea todo, lo impregna todo, lo contamina y envenena todo y todo lo destruye, es inevitable cometer no uno sino muchos, muchísimos errores y algunos de ellos verdaderamente graves. Eso lo entiende casi todo el mundo. Pero precisamente por la inmensidad de la tarea que este gabinete tiene por delante es por lo que resulta de todo punto incomprensible que esté empeñado en abordarla en rigurosa soledad, contando con sus solas y escasas fuerzas y también con su casi nula experiencia de gestión.
Ahora tiene a todos en contra, y mira que la cosa era difícil, por la sencilla razón de que este Gobierno no escucha, o si alguna vez escucha, al final no hace ni caso
En unas circunstancias así lo lógico es pedir ayuda a todo aquél que la pueda proporcionar y no excluir a nadie porque todas las fuerzas son pocas para intentar ganar el mayor desafío que ha padecido España desde hace décadas en vidas humanas, en bienestar social, nivel económico, perspectivas laborales, en todos los aspectos de la vida de los españoles. Y esa ayuda incluye también a las fuerzas políticas que componen el Parlamento español, donde se sientan los representantes de todos los españoles.
Y, sin embargo, Pedro Sánchez y todos los miembros de su gabinete se las han arreglado para poner en su contra al resto de partidos, incluidos aquellos que hicieron posible con sus votos que él esté ahora mismo viviendo en La Moncloa. Y ahora tiene a todos en contra, y mira que la cosa era difícil, por la sencilla razón de que este Gobierno no escucha, o si alguna vez escucha, al final no hace ni caso. Puede que esté superado por las circunstancias, pero esa es una explicación insuficiente por demasiado benevolente.
A lo largo de estos casi dos meses Pedro Sánchez no se ha tomado la molestia ni el tiempo de coger el teléfono para compartir con los líderes de otros partidos las preocupaciones y lo que es más importante, las decisiones que se disponía a adoptar. Con solo ese gesto habría tenido la oportunidad de escuchar otros puntos de vista que probablemente le hubieran evitado cometer según que errores pero sobre todo, habrían atemperado muy mucho la soberana irritación que su actitud ha causado a todo el arco parlamentario, de izquierda a derecha del hemiciclo.
Si esta actitud incomprensible y sumamente peligrosa para sus intereses fuera producto de la soberbia, como sostienen algunos, entonces habría que decir que el presidente padece una patología que afecta y destruye su sistema autoinmune político puesto que está a punto de hacer fracasar, o al menos de poner en muy serio peligro el respaldo imprescindible para que los demás le aprueben la extensión del decreto del estado de alarma y del resto de decretos que vaya a someter al Congreso la semana que viene.
Esta crisis no la puede enfrentar un gobierno en solitario y mucho menos lo puede hacer con toda la oposición en contra. Del mismo modo, los ministros que han asumido la autoridad competente no pueden anunciar en rueda de prensa las medidas adoptadas sin haberlas negociado y cerrado antes con los representantes de las comunidades autónomas que, por otra parte, son los que mejor conocen el modo de enfrentarse a una crisis sanitaria porque alguna, como Cataluña, lleva casi 40 años, el País Vasco más de 30 y las demás casi 20 gestionando las competencias en Sanidad.
Ni siquiera los lideres regionales pertenecientes al PSOE están conformes con esta manera de actuar de un Gobierno que, para mayor inri, va dando bandazos
Y no se trata de escuchar sus propuestas y sus sugerencias como un gesto de cortesía, se trata de hacerles el caso que merecen porque tienen una autoridad y una experiencia de la que carecen los ministros del Gobierno. Se comprende entonces la indignación de los presidentes autonómicos por el ninguneo al que están siendo sometidos y que el cántabro Revilla resumió ayer muy gráficamente: "No pintamos nada". Pero esa frase, que describe con precisión el clima que existe entre las administraciones autonómicas, no se queda ahí, tiene consecuencias políticas y prácticas.
Ni siquiera los lideres regionales pertenecientes al PSOE están conformes con esta manera de actuar de un Gobierno que, para mayor inri, va dando bandazos y cambiando sus directrices al ritmo que marcan las protestas de los afectados. Y eso, además de concitar la desconfianza, el temor y la irritación creciente de una población angustiada, provoca el distanciamiento y la amenaza de abandono de las fuerzas políticas a las que el presidente necesita como al aire que respira para sobrevivir.
Iñigo Urkullu, el lehendakari vasco, está harto de tanto vaivén, de tanta improvisación y de tanta imposición vía decreto. El PNV, que es un socio cuyo apoyo político resulta vital para Pedro Sánchez, está en un tris de negarle los votos la semana que viene. Gabriel Rufián, siempre más tosco que los vascos, le ha recordado a la cara, vía la vicepresidenta Teresa Ribera, que le debe la vida política y el precio que debe pagar si pretende seguir conservándola. De hecho les ha preguntado, así en caliente y sin anestesia, "cuánto les importa la legislatura". Una legislatura que se iría a paseo, se lo ha restregado por la cara, en cuanto ERC o el PNV le retiraran su apoyo al Gobierno.
No lo harán, sobre todo ERC porque la alternativa al fracaso de este Gobierno no les conviene pero lo que sí pueden es poner en serios aprietos a un gabinete en minoría y cogido con pinzas. Aunque solo fuera por eso, por garantizarse la supervivencia, el comportamiento de Pedro Sánchez con sus socios de investidura no tiene sentido ni justificación posible. Es un error con el que se autolesiona gravemente y de un modo que no tiene más explicación que la ya mencionada de soberbia suicida o directamente la de la sideral incompetencia.
Lo mismo sucede con la oposición de centro derecha. Sánchez sabe bien que necesita que el PP le apruebe los decretos, cosa que éste está haciendo a pesar de las duras críticas que Pablo Casado le lanza en los plenos y en las sesiones de control, pero al final pasando por encima de los tremendos desprecios a que está siendo sometido por parte del presidente. Y lo necesita especialmente ahora que sus socios amenazan con votar No a su decreto de prolongación del estado de alarma, cuya aplicación está siendo ya muy discutida desde el punto de vista jurídico, lo cual es un problema añadido y no precisamente de poca monta.
Parece que en el sanedrín de Moncloa -otro día hablaremos de ese gobierno en la sombra que opera en el complejo monclovita sin control parlamentario ninguno- están convencidos de que las circunstancias que ahora mismo padece el país no permitirá en ningún caso a la oposición moderada negarse a respaldar las medidas del Gobierno. Pero a lo mejor se está tensando la cuerda demasiado porque el nivel del crédito del Ejecutivo es en estos momentos peligrosamente bajo por culpa de sus errores, trampas y titubeos en un asunto tan delicado y tan capital como la salud de la población y eso le dejaría a la intemperie en caso de que fracasara en su propósito de obtener el respaldo a sus medidas en el Congreso.
A pesar del trato recibido Pablo Casado no debería, en mi opinión, negarle el apoyo a Pedro Sánchez en estos momentos, aunque sí está en su derecho y en su obligación de someter a un férreo control la acción del Ejecutivo y de pedirle cuantas explicaciones considere necesarias. Sobre todo porque el principal partido de la oposición ha sido radicalmente excluido de cualquier espacio de aproximación entre las dos fuerzas políticas de gobierno y con ello ha quedado liberado, por lo tanto, de cualquier compromiso de colaboración gratis et amore.
Y ése es un error que Pedro Sánchez, que por su pésimo comportamiento político tiene pendiente de un hilo su propósito de extender el estado de alarma y la aprobación de los demás decretos, podría acabar pagando muy caro.
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