Está planeando nuestra desescalada y nuestros nuevos horarios y reglamentos de monje una ministra que nos dice que Portugal pudo actuar mejor contra el virus porque está más al oeste. Sí, de Portugal nos separan océanos colombinos, islas de tortugas, desiertos que cruzan hemisferios con lentas caravanas de calaveras, y hasta casquetes polares que se hunden. Para ir a comprar toallas a Portugal se preparan expediciones de argonauta o trineos con perro. En realidad, Portugal está tan lejos que parece la luna de España. Para llegar hasta Portugal, el virus tenía que hacerse mapas jónicos, ropa de ballenero y cápsulas espaciales, todo eso. Así sí que se ve venir al virus, como si viniera en globos de Montgolfier, muy coloridos y ya abarquillados y desinflados de lentitud.
“[El virus] venía del este y ellos están un poco más al oeste y entonces pudieron parar un poco antes”, ha declarado Teresa Ribera a El País (Makinavaja diría “la prensa del Movimiento”). El mapa de Ribera debe de estar torcido, o quizá es que sus mapas o sus planes son todavía un puzle desarmado ahí en la mesa del Consejo de Ministros. Este Gobierno parece que, incluso en mitad de esta gran emergencia, siempre tiene que hacer, antes que nada, tareas de preescolar. O sea, montar el rompecabezas de cuatro piezas del mundo, colorear terrazas, contar los infectados con palotes o hacer mascarillas con cartulina rosa. Con ese mapa infantil y recortable, Portugal puede estar en un oeste lejanísimo, un oeste ya como de bachillerato. Sin embargo, España está en un oeste de Italia que es un oeste amiguito.
España está también al oeste de Italia, pero es un oeste cercano, un oeste sólo con un baldosín de por medio, un oeste que apenas es oeste, que es más un al ladito, y por eso el virus nos llegaba a la vez o incluso antes, como una gotera sobre la misma cama. Es imposible reaccionar cuando estamos al oeste de Italia pero como un amante está al oeste de la amada en el colchón, que eso ni es oeste ni es distancia ni es nada. Al oeste romántico de Italia, España no podía sino contaminarse como se ha contaminado, hasta las trancas, igual que en el enamoramiento. Portugal es otra cosa, Portugal es un oeste casi sur, una distancia africana hasta el vecino. Hay que atravesar continentes de misterio y tribus para llegar a Portugal, mientras que Italia está en la esquina como la pizzería. Lo de Grecia ya es inexplicable. Quizá Grecia se ha movido donde está sólo en los últimos días, llevada desde las Azores en trirreme o en el hocico de delfines.
Sí, de Portugal nos separan océanos colombinos, islas de tortugas, desiertos que cruzan hemisferios con lentas caravanas de calaveras, y hasta casquetes polares que se hunden
Ribera lo que ha hecho ha sido disponer el mundo como las terrazas y los bares, con cierta arbitrariedad creativa de Demiurgo de la Nueva Normalidad. Su mapa del mundo es un mapa mental, y en ese mapa mental Portugal es la Atlántida y los hosteleros viven hartos de sus propias longanizas, tumbados cómodamente sobre la rica matanza de su negocio o de ellos mismos, como señores de Pompeya. Yo creo que lo que puede parecer caos está en realidad muy organizado en forma de fantasía musical. España es ese dibujito con el nubarrón y la lluvia encima, sólo para él, pero Portugal tiene tiempo de abrir su paraguas como Mary Poppins. De todas formas, los dos se ponen a cantar, porque uno paró al virus y otro vive alegre en el chaparrón o en la tizne.
Ribera se nos ha revelado como la más fantasiosa del Gobierno, y yo creo que por eso le han encargado esta desescalada, que ella está diseñando igual que la feria de sus sueños: hay unicornios en bicicleta, planetas de El Principito (Portugal es eso), cocineros operísticos de madera que te cantan el menú, y gente que baila con mascarilla o con camisón por la calle, como en Annie. En la desescalada de Ribera, pese a los números y los muertos y el mundo de papel que se encontró el virus, estamos “en la gama alta del éxito” porque “en algunos países del mundo han tenido a sus líderes recomendando beber lejía”. Yo creo que el que este Gobierno no recomiende beber lejía ya es mucho. Ahí está Ábalos diciendo que los test no sirven para nada, que si hoy te da negativo lo mismo mañana eres positivo y a ver qué sentido tiene. Eso es como decir que los análisis de sangre o las ecografías son inútiles. Trump podría contratar a Ábalos para poner colorados a los médicos. Sí, la verdad es que, con esta gente, no estar bebiendo lejía ya es un éxito.
Nos empeñamos en pedir test y medios de protección y control epidemiológico efectivo, cuando lo que importa es que Portugal estaba ahí en su oeste como para su foto de puesta de sol, y que Ábalos todavía no ha visto al virus como una mosca en su sopa de taberna, así que tampoco será para tanto. Ha sido muy comentado en Twitter que Max Roser, investigador de Oxford (el Oxford de verdad, no el que saca Sánchez como si fuera una sombrerería o la marca de cuadernos) no incluye datos de España en su mapa de ratio de test efectuados, por ser demasiado bajo. Es el único país de Europa que se ha quedado fuera. Pero es un mapa raro, donde Portugal aparece pegado a España y no hay ballenitas ni pingüinitos ni está la luna con su carita de arlequín por ningún lado.
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