Hay seres que no mueren nunca, porque ya pertenecen al patrimonio de toda la Humanidad. Lo de Bob Marley no es legado, sino verdaderos ecos que se van a repetir al ritmo lento del auténtico reggae en medio de una humareda de ganja generación tras generación.
Tuff gong (piedra de volcán) era algo más que su apodo, o su sello. Es una declaración de fuerza sin igual de alguien que soportó lo inimaginable antes de exhalar su último aliento sin humo el 11 de mayo de 1981.
El final de la parte orgánica de esta semideidad empieza a conocerse gracias a un pisotón en un una jugada futbolística. Siempre se organizaba un partidillo en cualquier ciudad que visitara en sus giras por el mundo. Aquel día salió del campo cojeando y a partir de ahí se hizo patente que la piedra del volcán se estaba deshaciendo. Para poder entender la cara de los médicos que descubrieron una metástasis preocupante en uno de los dedos del pie, cuando Bob dijo que no le quitaran ninguna parte de su cuerpo, es necesario comprender muy bien esas rastas.
El enorme conjunto de creencias de la fe rastafari considera, entre otras cosas, que es un pecado extirpar una parte del templo del cuerpo. Fumar hierba está, según ellos, en el Evangelio, y suelen llegar a los tres cuartos de kilo a la semana con sus kayas.
Se calcula que este hijo de marino blanco y sirvienta adolescente tuvo más de una veintena de descendientes, aunque solamente se casó siendo joven una vez, con su inseparable Rita.
La nube de hierba que le rodeaba creaba una realidad diferente a la que se impuso el 8 de octubre de 1980 en Nueva York. Durante una mañana de jogging por Central Park, la piedra volcánica se derrumbó. Golpeó el suelo como lo hace el inicio de un patrón downbeat de cualquiera de sus clásicos. Y comenzó la agonía.
Meses de un hospital a otro, de actuar sedado, y hasta de recibir torturas de un colega de Josef Mengele. El viejo doctor comandante de las SS Josef Issels le torturó durante meses hasta reconocer que no había nada que hacer por su vida física.
Ni siquiera pudo morir en Jamaica, tal y como él quería. El Jumbo que le trasladaba tuvo que aterrizar para que diera su último aliento junto a su madre en el Cedars de Miami.
Esa figura eterna se fue sin testamento. De nuevo, las creencias. Más de una docena de hijos reconocidos y sus madres reclamaron parte de un patrimonio material que no era pequeño, pero sí lo es comparado con la enorme influencia de este ser en millones de personas.
Los volcanes perduran viendo el paso de los siglos, aunque una minúscula parte de la historia hayan estado lo que entendemos por vivos.
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