El PP sale tocado en una semana que comenzó con las mejores expectativas desde que Pablo Casado asumiera su liderazo. Las encuestas del pasado fin de semana daban al partido conservador como claro vencedor en Madrid -tanto en el ayuntamiento como en la comunidad- e incluso los sondeos internos que maneja les daban ya por encima del PSOE a nivel nacional.
Pero la clave en política no está en acertar siempre, sino en equivocarse lo menos posible. Y el PP ha cometido dos errores que seguro tendrán efectos demoscópicos.
El primero de ellos fue la decisión de Casado de abstenerse en el Pleno del Congreso que ratificó la cuarta prórroga del estado de alarma. La abstención era la peor de las opciones. Un partido de gobierno y con sentido de Estado -como apuntaba en su artículo del pasado jueves Victoria Prego en estas páginas- no puede ponerse de perfil, tiene que asumir el riesgo de establecer una posición clara, definida, disguste a quien disguste.
A Casado no le había ido mal la táctica de golpear con los argumentos y prestar ayuda con los votos. En un ambiente cada vez más tenso políticamente los ciudadanos valoran el esfuerzo, por pequeño que sea, de los partidos por poner la salud por encima de los intereses partidistas.
Hubo presión, sí. Y mucha. No sólo desde la calle, donde el enfado con el gobierno sube por días; sino presión de la que intimida. Claramente, FAES, Aznar están en la vía de no dar cuartel a Pedro Sánchez. Así que, entre el "sí", que le aconsejaban algunos dirigentes del partido, y el "no" que le recomendaba el grupo ideológico más potente del entorno del partido, eligió la abstención. Nadie quedó contento. Y el ciudadano de la calle, el posible votante del PP, un tanto despistado: "A mí que me lo expliquen".
El segundo error lo ha cometido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al ceder a las presiones de Ignacio Aguado y de los empresarios, necesitados de abrir cuanto antes, para pedir el pase a la fase 1 del confinamiento.
Para ganar las elecciones, en el PP tienen que convivir personas como Álvarez de Toledo y Arrimadas", dice un dirigente del partido
Ayuso, aconsejada por su consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, y por la directora general de Salud, Yolanda Fuentes, era partidaria de esperar hasta tener un número suficiente de UCI libre. La presidenta de la Comunidad debió aguantar. Los empresarios tienen que entender que en una situación como la que estamos viviendo lo primero es la salud de los ciudadanos. Al final, ceder le ha costado a Ayuso la dimisión de Fuentes (que con sus argumentos ha facilitado a Sanidad denegar el pase a Madrid a la siguiente fase); le ha dado argumentos facilones a la izquierda, que no desaprovecha ocasión para machacarla, y, para colmo, no ha logrado mejorar ni un poquito la relación con Aguado.
Claro que esos dos errores, comparados con el cómputo de desastres de la gestión de la crisis por parte del Gobierno, no significan mucho. A no ser que se vuelvan a repetir, claro.
En el PP, desde hace muchos tiempo, conviven dos almas, o dos maneras de ser (como bien explica hoy Ana Belén Ramos en su artículo). Los hay muy conservadores, muy católicos y siempre dispuestos a llevar cualquier asunto a la confrontación ideológica; los hay más liberales, más centristas, más partidarios de pactos. Podemos poner nombres y no nos equivocaríamos. Pero es ha sido siempre así: ¿es qué ya hemos olvidado las disputas entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz Gallardón? Casado no sólo tiene que aprender a convivir con esas dos almas, sino que debe entender que mantenerlas es lo que hace al PP ser un partido al que le pueden votar más de diez millones de personas. Bien es verdad que al PP siempre le ha ido mejor cuando el perfil más centrista ha sido el que ha ocupado la planta noble de Génova.
Casado, a quien todo le ha llegado siempre un poco antes de tiempo, tiene que prepararse para afrontar una responsabilidad que tal vez ni siquiera él esperaba hasta dentro de seis o siete años. Quiero decir, que no hay que descartar que el año que viene puedan convocarse elecciones generales.
La coalición PSOE/UP se mantiene a duras penas y más por necesidad mutua que por convicción, por mucho que Pablo Iglesias pronostique en el Financial Times que puede durar incluso más allá de los cuatro años que le augura a esta legislatura.
Lo peor, sin embargo, está por llegar. La crisis económica que ya tenemos encima va a obligar al Gobierno a hacer unos presupuestos duros, menos sociales y dadivosos de lo que probablemente pretendía antes de la llegada del coronavirus. Eso, con Bruselas vigilando el despilfarro y el desempleo aumentando a un ritmo de 180.000 parados al mes de aquí a final de año.
¿Cuánto aguantará la coalición con una economía de desastre que no puede garantizar la promesa repetida ad nausean de que "nadie se va a quedar atrás"?
En política, como en la vida, no hay nada escrito (frase que hábilmente utilizó repetidamente Inés Arrimadas en su discurso en el último Pleno del Congreso), por eso no hay que dar nada por hecho. Pero ahora, para bien o para mal, lo único que puede cohesionar al Gobierno son los posibles errores del PP.
Así que Casado tiene que trabajar con esa perspectiva posible: elecciones en la primavera de 2021. Para afrontarlas con éxito, además de no cometer errores, deberá pastorear con mano izquierda a esas dos almas siempre deseosas de preponderar.
Como me recordaba ayer un dirigente del partido: "Para ganar, en este partido tienen que caber al mismo tiempo personas y perfiles como el de Cayetana Álvarez de Toledo o el de Inés Arrimadas". Claro que eso también depende de ellas. Y, sobre todo, de Arrimadas.
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