Fernando Simón, que algunos todavía creen que es el ángel de establo de Autopista hacia el cielo o incluso el nuevo Del Bosque, se enfadó el otro día como se enfadarían un ángel o un míster que no se enfadan. Tenemos otra vez el país en la quiniela de toda la vida, que a lo mejor era lo que quería Sánchez. Los territorios compiten como equipos de regional, con su patrocinio de mesonero y sus escudos de tela de toldo, y los entrenadores se quejan de esas preguntas que minan la moral. A Simón sólo le preguntaron en qué indicadores había suspendido la Comunidad Valenciana, y él salió con que esa pregunta le hacía “un flaco favor a España” y que “vamos todos en el mismo barco”. Que el jefe científico de este fin del mundo conteste como el seleccionador nacional, así como Luis Enrique, no sé si es un signo de vuelta a la normalidad o la constatación de que vamos a un desastre del nivel de Naranjito.
Lo del Gobierno no es ciencia, es más como un silbato de árbitro de fútbol o de monja de clase de gimnasia. Pasan unas provincias y otras no, y en realidad nadie sabe por qué, sólo que hay un comité que se reúne como con capirote, y que nadie conoce, igual que a las pobres madres de los árbitros, y que decreta la absolución o el castigo como el que pita o no un penalti, entre la intuición, el ojo guiñado y el miedo al fondo sur. Se irritan Juanma Moreno, Ximo Puig o Isabel Díaz Ayuso, que se mortifica dejándose hacer fotos entre santa de Zurbarán y viuda lorquiana, con ese luto que no deja entrar el viento, sólo candiles y alfileres. Y ni siquiera sabría decir uno si se quejan por vicio, o con razón, o por tentar al párroco, porque no sabemos qué ciencia se está usando para ir poniendo a unas provincias al sol y dejar otras con la gente asomándose a rejas de Bernarda Alba con luto de lujuria.
Todo es muy científico, hasta el pelo de Simón, turbulento de electricidad estática y de espirales áureas
A Simón sólo le preguntaron por números y él salió con la ofensa al país y con la tarjeta amarilla por protestar. Sin embargo, yo creo que si protestan no es tanto por no haber pasado de fase sino porque no comprenden por qué no han pasado o no saben qué tienen que hacer exactamente para pasar. Todo esto se dice que es muy científico, hasta el pelo de Simón, turbulento de electricidad estática y de espirales áureas. Pero luego, Simón se enfada cuando se le pregunta por esa ciencia y sólo puede recurrir al patriotismo del entrenador y a salir refunfuñando envuelto en la bandera como una capa española del Motín de Esquilache.
Simón se enfada y se va como un viejo montañés con el bigote manchado de la leche que ha tirado. Pero sigue sin explicarnos su ciencia, a qué nos tenemos que atener, así que sólo podemos suponer arbitrariedad, algo que en una emergencia de este calibre no se puede consentir. Una fórmula parametrizada, una función lógica que diga al final sí o no, eso sí sería ciencia. Así no nos sorprendería ni nos escamaría que Vizcaya pase con restricciones singulares pero Granada no. Simón se enfada porque no tiene respuesta para una pregunta puramente científica, revelando que su misión es otra, que él está de científico del Gobierno como estaría en la tele de científico de un antical.
No tenemos ciencia, sólo un comité secreto reunido en sotanillos, covachas, catacumbas; unos nibelungos de humores y sulfuros que además ni siquiera están allí con matemáticas complicadísimas, sino con broncas españolísimas. El propio Simón reconocía que en ese comité se tienen “unas discusiones muy intensas”. No ve uno mucha ciencia ahí, si acaso filosofía de atizador, como lo de Popper y Wittgenstein. O bronca de federación de fútbol, entre la norma, el interés y la parcialidad.
Granada, Málaga o Valencia parecen ya como reinos moros apartados. Madrid, catedral del virus y corazón de hierro fabril parado
Pasaremos de fase a golpe de hisopazo o de rayo, igual que recibimos el virus. Granada, Málaga o Valencia parecen ya como reinos moros apartados. Madrid, catedral del virus y corazón de hierro fabril parado, está a punto de ver pasear por el Callejón del Gato a su presidenta con niño muerto, con los mendigos y las hormigas comiéndosela por sus pies, blanquísimos de tanto luto. Tenemos estos mosqueos y estos dramas troyanos o esperpénticos o solanescos porque el Gobierno se niega a hablarnos como a adultos. Hay que saber quiénes son los que están decidiendo ahora nuestro futuro sin más control ni seguridad que la presencia de ewok que tiene Simón contándonoslo, o los susurros de Sánchez explicándonos que ha vuelto a hablar la Ciencia a través de las caracolas del pelo de Simón o del robot-tele de Naranjito. Hay que saber con qué criterios se maneja ese comité, y que sean claros y objetivos. Es normal que se quejen los políticos desconcertados y los empresarios con charco en la puerta, porque no ven equidad ni ciencia, sino un árbitro caserillo, fondón y quizá sólo perito agrónomo que toca el pito y al que hay que obedecer como a la monja del recreo.
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