Si se quiere descubrir la auténtica estrategia política de un gobierno respecto al resto de partidos no hay que fijarse en los mensajes de los miembros de ese gabinete sino en los que lanza, como si fuera cosa suya -que nunca lo es- el partido político sobre el que ese gobierno se sustenta, porque siempre y en todos los casos la verdadera intención política es la que transmite la estructura partidaria.
Un gobierno, cualquiera de ellos, tiene la obligación de decir que se debe a toda la población y que va a trabajar en la defensa de los intereses de todos, hayan votado o no al partido del que procede el gobierno de que se trate. Y todos ellos han hecho tradicionalmente las mismas declaraciones y han convocado a la unidad y al consenso, sobre todo en épocas de dificultades o, es el caso actual, de una gravísima crisis como la que ahora mismo padecemos.
Y en este caso concreto del Gobierno de PSOE-UP, no hemos parado de escuchar a su portavoz y en alguna ocasión al propio presidente Pedro Sánchez apelar "con toda humildad" a la voluntad de acuerdo por parte de la oposición para "todos juntos" enfrentarnos a la más grave amenaza padecida por nuestro país desde la última guerra civil".
El primer partido de la oposición, el PP, ha venido apoyando al Gobierno durante las primeras peticiones de prórroga del estado de alarma aunque lo ha hecho expresando al mismo tiempo severas críticas por la gestión que el Ejecutivo estaba haciendo de la crisis en la que estábamos inmersos. Pero es que ése es precisamente el papel de la oposición, el de someter al Gobierno al control y a la crítica, y el de proponer una vía distinta para abordar los problemas.
Se puede decir sin exagerar que, por debajo del Gobierno, el Partido Socialista no ha hecho otra cosa que agredir y provocar al PP
Esa posición del presidente del PP debería haber bastado para que Pedro Sánchez se diera cuenta de que si pretendía contar con el voto positivo de Pablo Casado en sucesivas medidas de prolongación de ese estado de excepción travestido de estado de alarma, debía por pura conveniencia trazar un espacio de acercamiento como paso previo a la consecución de un principio de acuerdo.
Nada de eso ha ocurrido sino todo lo contrario: determinados miembros del Gobierno, con su presidente a la cabeza, no han cesado de reprochar al PP y hasta hace muy pocos días a Ciudadanos, una falta de responsabilidad y una insolidaridad frente a la crisis, actitud determinada por sus espurios intereses partidistas. Es más, se puede decir sin exagerar que, por debajo del Gobierno, el Partido Socialista no ha hecho otra cosa que agredir y provocar al PP seguramente con varios propósitos que ahora diré.
Una muestra excelente de lo que digo se produjo durante el último pleno del Congreso con la intervención de la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, que llamó la atención por la extraordinaria agresividad de sus palabras contra el Partido Popular y sus dirigentes, una intervención que cayó repetidamente en el insulto. Era evidente tras escucharla que los socialistas en realidad no buscaban el apoyo del PP a su propuesta sino todo lo contrario: que el PP se descolgara con un No a la prórroga del estado de alarma.
Pero lo llamativo fue además que los ataques y los insultos no estuvieron dirigidos exclusivamente a la cúpula dirigente del PP sino que también estuvieron dedicados muy especialmente a la presidenta de la Comunidad de Madrid, que fue descalificada una y otra vez por la portavoz socialista con palabras y consideraciones muy gruesas y además groseras, que no significa lo mismo.
En un debate durante un pleno del Congreso el hacer foco en una comunidad autónoma concreta cuando de lo que se está hablando es de un problema de país, de una crisis que azota a todos y cada uno de los españoles, resulta cuando menos chocante. Pero, desde luego, la intervención de la señora Lastra tenía un porqué.
Se acabó la discusión, desaparecieron las dudas. Adriana Lastra había hecho lo que Pedro Sánchez quería que hiciera. Punto
Se trataba por una parte de irritar a los dirigentes populares y de empujarles hasta el punto de que ellos mismos decidieran darle un patada al tablero de juego. Si eso se conseguía, ya el señor Echenique tenía puesta a punto la munición que habría de dispararse contra los de Pablo Casado hasta hacerles caer bajo el peso de la más demoledora acusación imaginable en estos momentos: la de ser responsables de los muertos que se fueran a producir a partir del momento en que no votaran a favor de la propuesta de Sánchez.
Y por lo que se refiere a los ataques hacia la señora Díaz Ayuso, se trataba de hacer foco en su gestión para desacreditarla dado que la presidente madrileña había acusado -y sigue haciéndolo- al Gobierno de fallar estrepitosamente en el suministro de material de protección a los sanitarios y de la dramática carencia de los test imprescindibles para determinar el grado real de la extensión de la pandemia, algo que seguimos sin conocer a día de hoy.
Eso y el éxito indiscutible del levantamiento en tiempo récord del hospital de Ifema, una hazaña reconocida y aplaudida por propios y ajenos que ha proporcionado un alivio evidente a los hospitales madrileños a punto de colapsar, habían convertido a la presidenta de Madrid en una política con prestigio creciente y por lo tanto una pieza peligrosa a la que era necesario perseguir por tierra, mar y aire. Algo que se sigue practicando con tenacidad a día de hoy.
Y a esas dos misiones, apartar, a empujones si era preciso, al PP de cualquier espacio de acuerdo, y derribar el prestigio adquirido en esos días por la señora Díaz Ayuso se aplicó con contundencia la portavoz socialista durante aquel pleno. Y aquí viene a cuento una anécdota relatada por un miembro de esa formación que ilustra a la perfección lo que digo de los dos lenguajes distintos del Gobierno y del partido y de la auténtica voluntad del primero aunque se presente disfrazado de lo contrario.
La intervención de Adriana Lastra había sido tan brutal, tan dura, tan implacable, que los propios diputados del PSOE intercambiaron comentarios por el whatsapp del grupo parlamentario en los que algunos se preguntaban si su compañera no se había excedido en el tono. Como las consideraciones en ese sentido empezaban a abundar, el presidente del Gobierno envió el suyo que decía más o menos esto: "Adriana, te felicito por tu intervención. Has estado estupenda". Se acabó la discusión, desaparecieron las dudas. Adriana Lastra había hecho lo que Pedro Sánchez quería que hiciera. Punto.
Y por si esa constatación no resultara suficiente, no hay más que remitirse al último número de El Socialista, el órgano de expresión del PSOE, cuyo contenido glosa en estas páginas Cristina de la Hoz. El ataque contra el Partido Popular y contra su presidente es de un nivel pocas veces visto en una publicación oficial de ese partido. Las figuras con las que se compara al líder de los populares son tremebundas, sórdidas, negras, como los aguafuertes de Goya a los que se remite el texto: Pablo Casado, dice el editorial del periódico del PSOE expresando así la línea oficial del pensamiento del partido, «se rinde a las sombras y sus monstruos, con sus mensajes de un mundo de pesadilla, tinieblas y superstición». Caramba.
El PP y su presidente se han convertido claramente en el enemigo a batir, no en el compañero de desdichas al que hay que dar la mano para salir juntos del agujero
Qué más se puede añadir para concluir que nadie del círculo dirigente socialista quiere otra cosa de Pablo Casado que mandarlo al rincón de la Historia y si es posible, adjudicarle los peores vicios públicos que le desautoricen para ejercer la acción política de modo que no llegue a ser capaz de concitar el menor apoyo de los electores. Y por eso no aparece por ninguna parte el menor atisbo de intención de acercamiento, aunque sólo fuera para crear un mínimo clima que facilitara un primer movimiento hacia algún tipo de aproximación para el acuerdo.
Incluso el secretario general del grupo parlamentario, Rafael Simancas, hace en la revista de su partido algunas aportaciones, estas sí con su firma, en las que deja claro que en su opinión el PP es el responsable de las muertes producidas en Madrid y considera además que los miembros de ese partido "allí donde gobiernan, como en Madrid, van de irresponsabilidad en irresponsabilidad y de deslealtad en deslealtad».
Quizá esta agresividad tan incompatible con el mensaje oficial del Gobierno a favor de la unidad y del acuerdo tenga algo o mucho que ver con los sondeos que se están publicando y que reflejan una clara subida del PP en votos mientras el PSOE se limita a mantener los apoyos obtenidos en las elecciones de noviembre, en las que perdió más de 700.00 votos y tres escaños respecto de las celebradas en el mes de abril.
Por esa razón de su crecimiento en los sondeos, el principal partido de la oposición ha pasado de ser la imagen misma de la derrota y la indigencia electoral -66 míseros escaños en los comicios de abril y unos tristes 88 en los de noviembre- a suponer una amenaza cierta para la supervivencia de un Gobierno sobre cuyo mantenimiento los cuatro años de legislatura se empiezan a albergar serias dudas habida cuenta de las horrendas circunstancia en las que va a tener que gobernar.
El PP y su presidente se han convertido claramente en el enemigo a batir, no en el compañero de desdichas al que se quiere dar la mano para salir juntos del agujero. Quizá por eso Pedro Sánchez se ha inclinado a aceptar las peticiones de Ciudadanos, algo que no le admitió al PP, a cambio de sus 10 votos favorables a la prolongación del estado de alarma en el último pleno.
Inés Arrimadas está intentando dar un sentido y una utilidad nacional a su partido, durísimamente vapuleado por los electores en los últimos comicios. Es comprensible su apuesta, tan comprensible como sus aspiraciones. Pero no debería olvidar lo que, por boca de la vicepresidenta Carmen Calvo, ha dejado dicho el Gobierno de Pedro Sánchez: que sus alianzas no han cambiado, que sus socios siguen siendo los mismos que le auparon a la presidencia.
Conclusión: la famosa Comisión Parlamentaria para la Reconstrucción es un intento que nace muerto, tan muerto como el sugerido acuerdo entre Casado y Sánchez para la recuperación
Ciudadanos no hace aquí más papel que el de comparsa necesario en este momento y quizá también en el futuro. Pero dada su incompatibilidad radical con los planteamientos de Podemos, un partido que no va a salir del Gobierno pase lo que pase en Europa, su papel en las cercanías del PSOE gobernante se puede parecer de aquí a poco al de un pañuelo de los de usar y tirar. Y en ese caso, los 10 escaños que Cs conserva todavía correrán el riesgo de caer a la mitad en las siguientes elecciones, lo cual certificaría la muerte por consunción natural de la formación naranja.
Y aunque ahora la señora Arrimadas crea que, gracias a su apoyo de hoy al PSOE y a su posible colaboración en la aprobación de los próximos Presupuestos Generales, es posible que su partido crezca y vuelva a confirmarse como la formación bisagra que pudo llegar a ser y que su predecesor Albert Rivera aniquiló como opción antes aún de que lo hubiera siquiera intentado, la verdad es que los dados que se reparten hoy en el panorama político español apuntan más bien a que su futuro sólo tendría opciones de existir, y de resistir, si se cobijara cerca del calor que ya empieza a emitir el PP. Y eso en cualquiera de las diversas fórmulas posibles.
Conclusión: en estas condiciones, la famosa Comisión Parlamentaria para la Reconstrucción y no sé cuántas cosas más, es un intento que nace herido de muerte, tanto como el sugerido acuerdo entre Pablo Casado y Pedro Sánchez para la recuperación del país.
La verdad ya comprobada es que el Gobierno no quiere nada del PP. Si acaso, su sumisión por estrangulamiento, como en los dibujos negros de Goya.
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