Están haciendo la revolución en el barrio de Salamanca, una revolución con banderas y con pastas y hasta con leyenda, ésa de un nuevo Cojo Manteca que arreaba a una señal de tráfico con un palo de golf, como la lanza que hubiera sacado el hidalgo del astillero o de la panoplia. Pero el palo de golf era una escoba y lo que sí vimos fueron señoras con sombrero de caza o de jazz o de fedora, chavales con bandera de Mundial perdido, chicas de pelo siempre llovido, señores de chaleco acolchado abierto por la barriga pujante, barriga y media calvicie de tendido de sombra, pijos peligrosillos con la cruz de Borgoña en la mascarilla, y todos con la cacerola como mal cogida, como una pala mal cogida. Se nota que es gente que no sabe ni coger la cacerola ni hacer la revolución, porque les queda algo futbolero o taurino u orfeonista. No parece que pidan nada político, sino que toree Morante, o que no se tire un casino antiguo y marmóreo, o alguno de los hotelitos y palacetes que se han tirado por allí para hacer perfumerías palidísimas y tiendas de bolsos esmirriados.

Umbral escribió que el barrio de Salamanca era “un barrio con botines que olía a cerveza y Chanel”. Ahora no huele tanto a cerveza porque el servicio no llena la calle ni las casas de comidas con sus cofias reposteras y sus uniformes de mecánico de Rolls, esos bares que eran como la trascocina de la misma casa de los señores, con escalera de caracol hasta la alacena. Ahora el barrio de Salamanca es un barrio de modelos estranguladas por las gafas de sol, de zapatos como gamos atados para que los cacen mejor los ricos y de franquicias de maniquíes sin alma y comida sin sabor. Allí es donde van los de El Intermedio a entrevistar a la gente pija para que el currito se ría de cómo pronuncian Biarritz con la mandíbula soldada y de cómo un señor con volutas en la melena y pañuelo de bolsillo a juego con la papada se queja de la escasez de buenos chóferes, o algo así. Quiero decir que el barrio de Salamanca, con marqueses o con hamburgueserías con forma de jukebox, sigue siendo un tópico que hace honor al tópico, incluso en las manifestaciones que no le salen.

No parece que pidan nada político, sino que toree Morante, o que no se tire un casino antiguo y marmóreo, o alguno de los hotelitos y palacetes que se han tirado por allí

El barrio de Salamanca protesta como puede o como sabe, entre la cola de los toros, la agonía mundialista y el balcón del día del Corpus. Puede que no se den cuenta, pero les sale una especie de 8M pijo, o sea con gran orgullo de la causa y del atrezo, y sin consciencia del kitsch ideológico ni del tópico estético, ni tampoco preocupación por el riesgo. Más mata el comunismo que el virus, parecen decir, como aquéllas con el machismo. Están hartos de confinamiento, de Sánchez, de bolivarianismo con parte y generalón; hartos de la Fase 0 o de Évole o del procés, quién sabe. Hartos de todo lo que se puede estar harto en el barrio de Salamanca, supone uno. Hartos de lo que se puede estar harto en casi cualquier sitio, pero esta gente tira de cacerola de exposición y de escoba golfística y sale a la calle con su grito de Alatriste porque se sienten en una primera línea de resistencia, con sus banderas de contrachapado como las únicas que quedaran, como si fueran los últimos galeones. Han explotado en el tópico y seguramente tienen razón a la vez que dan grima, como la gente que escoge Wyoming precisamente para dar grima, aunque él sea más rico que todos ellos.

La gente pija también puede quedarse sin el negocio y tener que vender el visón y hasta usar ventilador. Pero resulta curioso que se manifiesten antes en el barrio de Salamanca que en Aluche, donde hemos visto colas para recoger bolsas de comida, bolsas con arroces y garbanzos descascarillados igual que el hambre descascarillada, como de comer ya flores secas, que deja la verdadera necesidad. O los pobres son más sumisos, o están demasiado ocupados en su hambre, como el que está ocupado pelando habas, o es que se dan cuenta del ridículo de hacerles la revolución a los mismos que ellos han votado. Así que se hace la cola para el arroz como hundidos de verdad hasta las rodillas en el arrozal, pero no se protesta.

En el barrio de Salamanca hacen la revolución que se puede, con boina francesa y señora con la cacerola rara en la mano, como una zurda de cacerola. No es que sean más patrióticos ni estén más locos que en otros sitios. O a lo mejor sí, no sé. Tampoco es que sufran más miseria. Yo creo que, sobre todo, es que tienen tiempo, no les pesa la vergüenza del voto y aún no tienen necesidad de esperar el paquete de arroz en silenciosa fila, como para comulgarlo. Habría más protestas, seguro, si no fuera por la prudencia ante el virus. A lo mejor en el barrio de Salamanca quieren ser el primer galeón hundido y dar así un cuadro que pasen en herencia junto con su plata arborescente. Ellos tienen ganas de protestar como otras tenían ganas de echar el machismo a los pilones municipales. En ambos casos, los hervores ideológicos pudieron más que la prudencia. Ahora la salud es lo primero y estas manifestaciones no pueden consentirse, al menos con esta rebujina cuartelera de sobacos. Ya se manifestarán si acaso nos libramos del bicho. Podrán hasta desfilar con embozo y aguilucho, y quemar los maniquíes tísicos de Serrano, si de verdad tienen empeño en ser tan ridículos como la izquierda ridícula.