No lo digo yo; aunque lo comparta, como seguramente hacen unos millones de personas que hemos escuchado las constantes declaraciones políticas de Pablo Iglesias. En este caso, lo dice Philip Pettit, que es uno de los filósofos de referencia de la izquierda mundial, teórico de un nuevo republicanismo en la senda del «momento maquiavélico» de Pocock, y, además, ideólogo de cabecera de José Luis Rodríguez Zapatero, al menos, durante los años de su presidencia del Gobierno (2004-2011). Me ha causado una ilusión notable la coincidencia con tan influyente pensador político en ese punto, desde la observación racional de los hechos por encima de cualquier sesgo ideológico (Bertrand Russell).
En una estimulante entrevista concedida al diario argentino Clarín el 13 de octubre de 2019 (Diálogos a fondo. Philip Pettit: “El republicanismo promueve un ideal muy atractivo: el de la libertad como no‑dominación”), entre otras cosas para pensar, declaraba: «Solo una izquierda corrompida puede pensar que la sociedad está dividida en ricos y pobres. Si Ud. piensa la política como una lucha a muerte entre bandos, Ud. no cree en la democracia, cree en la guerra civil. Ud. no es de izquierda, es un fascista como Carl Schmitt. Toda filosofía de izquierda tiene que fundarse en la realidad, no en la fantasía simplista de una sociedad dividida entre amigos y enemigos».
El hecho es que todos los separatismos y ultraizquierdismos patrios o antipatrios, que lo mismo da, fundan su acción política en la doctrina política del amigo-enemigo. El brillantísimo profesor alemán Carl Schmitt fue quien propuso esa dialéctica de guerra en la vida social y el Estado. En ella, se sintetizan la «dictadura del proletariado» de Lenin y Stalin, y los regímenes marxistas en general; el anarquismo de Proudhon y Bakunin; las Reflexiones sobre la violencia, de Sorel; y aun las ideas contrarrevolucionarias de Bonald, De Maistre y Donoso Cortés. Se resume aquélla en la eliminación del adversario y en la imposibilidad de toda reconciliación como regla; así como en la legitimidad plebiscitaria o aclamatio populista sobre cualquier otra consideración, entre la que se incluye toda ley, norma y, por supuesto, la Constitución (la «legitimidad plebiscitaria es la única especie de justificación estatal que hoy debe reconocerse en general como válida, el único sistema de justificación reconocido que queda», Schmitt).
La falsedad de su afirmación sobre una hipotética inteligencia del coronavirus que se ceba con los pobres y esquiva a los ricos se advierte sin esfuerzo cuando oímos los nombres de algunos de los miles de fallecidos
El vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 —y, lo que es verdaderamente importante, líder de la extrema izquierda española y antiespañola, que tanto monta— se ha pronunciado últimamente en esos términos de una sociedad dividida en ricos y pobres, el 19 de marzo, en una de las ruedas de propaganda que se vienen festejando en el complejo gubernativo de La Moncloa (en su caso, fue, además, su estreno), cuando manifestó que el coronavirus distingue entre ricos y pobres («clases sociales» en su atávico lenguaje); el 6 abril, en una entrevista concedida a Televisión Española, conque hay que aprobar un ingreso mínimo vital «lo antes posible»; porque, erre que erre, «el virus sí entiende de clases sociales»; y, el 8, 12 y 14 de mayo, en un hábil crescendo dramático, cuando ha rescatado su propuesta electoral de introducir un impuesto solo para los ricos.
Esta dicotomía guerracivilista del presidente bis del Gobierno como motor de su esencial proceder político no es nueva. Basta con bucear un poco por la maldita hemeroteca y el dichoso internet para encontrar constantes referencias a ella. Tampoco nos sorprende, porque es un posicionamiento típicamente comunista. Que Iglesias Turrión no solo no ha negado, sino que ha reconocido en numerosas ocasiones.
La falsedad de su afirmación sobre una hipotética inteligencia del coronavirus que se ceba con los pobres y esquiva a los ricos se advierte sin esfuerzo cuando oímos los nombres de algunos de los miles de fallecidos oficialmente por el coronavirus en España. Pero el hecho de saber que es un comunista leninista canónico y fidelísimo debería alertar sobre el peligro real de otro hecho. Y es que Pablo Iglesias es el socio principal de Pedro Sánchez. Lo que se constata en que aquel fue el gran elector‑muñidor de la mayoría simple del adefesio de fuerzas políticas, con abstención imprescindible, que convirtió a Sánchez en presidente del Gobierno; en los cargos y el protagonismo que éste le ha conferido a Iglesias y los suyos en el Gobierno y la Administración General del Estado contra viento y marea de muertos y gestión calamitosa por el coronavirus y ruina de la nación; y en el coliderazgo del poder ejecutivo que, con el consentimiento imprescindible de Pedro Sánchez, ejerce Pablo Iglesias.
Es inevitable que los amantes de la libertad temamos dicha asociación socialista-comunista, única en un gobierno de Europa. Sin embargo, cabría apuntar que flota una incógnita, aún por despejar, en este frentista ambiente de la política nacional que se ha instalado, y es la cuestión decisiva. Es, a saber, si Sánchez está de acuerdo con Iglesias Turrión el Guerracivilista, con lo que ello implica, o está jugando al borde del precipicio con su socio principal al modo de El ala oeste de la Casa Blanca o de House of cards.
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