No se puede hacer peor ni se puede ser más torpe -porque descartamos absolutamente que lo hayan hecho tan mal a propósito- con una de las primeras, sino la primera directamente, actividad del país: la industria turística.
Para empezar porque el sector ha tenido la desgracia de que sus intereses hayan caído en manos de un economista de título con más interés en exhibir sus conocimientos teóricos y su destreza académica que en afrontar de cara y meter las manos en la masa para tratar de aliviar en la medida de lo posible, que ya de entrada es muy poco, la situación de emergencia absoluta en la que está ahora mismo todo el sector.
Cuando la industria turística está literalmente paralizada y entreviendo cada vez más cerca la debacle que se le avecina, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, no tiene mejor ocurrencia que la de decir en sede parlamentaria que ésta es una actividad "de bajo valor añadido, precaria y estacional". Y no sólo eso, el señor ministro, que está ahí porque le ha tocado la pedrea de cargos repartidos por Pedro Sánchez a su socio imprescindible, Pablo Iglesias, no ha rectificado semejante error de bulto que además supone un inaudito desprecio a una industria que representa casi el 13% del PIB nacional y da trabajo a casi tres millones de españoles.
Al contrario, se ha mantenido en sus trece con el argumento de que ésa es una consideración "impecable técnicamente" que comparten "todos los economistas" y que lo que hay que hacer es "reforzar el conjunto del sector turístico", con un "empuje adicional" a un "sector muy heterogéneo" para dar "mejores prestaciones".
Pero, quietos todos, que ahora ha venido él, Alberto Garzón, para revolucionar el sector y darle un vuelco al turismo de los de no te menees
Pero lo que pasa, señor Garzón, es que ahora mismo no estamos para reflexionar sobre el sector turístico de dentro de 10 o 20 años sino sobre el de mañana, sobre el del mes que viene, sobre el del mes de agosto. Y usted de lo que se tiene que ocupar con una urgencia extrema es de esos plazos inmediatos. Entre otras cosas porque de mejorar el nivel de calidad de la actividad turística en España ya se ocupan sin que usted intervenga en ello las propias circunstancias.
Una persona con muy buen criterio comentaba recientemente que uno de los pocos efectos positivos de esta crisis del coronavirus es que va a acabar de cuajo con el turismo de baja estofa, el turismo de botellón, el "de Magaluf". "Ya no volverá a haber", decía, "vuelos Manchester-Palma de Mallorca a 30 euros ni hoteles a 40 euros la noche". Y eso por una razón inapelable: porque las medidas de seguridad que van a tener que implantarse a partir de ahora encarecerán los vuelos y por supuesto los hoteles y sólo podrán viajar quienes puedan pagarse ese incremento de precios, los que los miembros de Podemos englobarían bajo la denominación de "ricos".
Todo lo cual llenaría de satisfacción a hoteleros y a alcaldes y presidentes de comunidades de las zonas turísticas si por el otro lado tuvieran un Gobierno que entendiera la amenaza que se cierne sobre el sector que puede llevar a la ruina a los empresarios y al país entero, además de expulsar a la lista del paro a millones de trabajadores que, directa o indirectamente, dependen de la buena marcha de la actividad turística en nuestro país.
Pero atención: ¿qué se le ha ocurrido a este ministro por sorteo para explicar la indignación de las asociaciones que agrupan a las mayores empresas turísticas de España ante sus declaraciones? Pues que "la derecha está más interesada en atacar al Gobierno que en abordar un debate razonable para las siguientes generaciones". O sea, que el PP abandera al sector reaccionario del empresariado turístico que no quiere apostar por un modelo que privilegie "la calidad frente a la cantidad y que proporciones mejores salarios y estabilidad". Pero, quietos todos, que ahora ha venido él para revolucionar el sector y darle un vuelco al turismo de los de no te menees.
Todas estas palabras del señor Garzón demuestran que no ha entendido nada y, lo que es mucho peor pero nada sorprendente, que no sabe absolutamente nada del sector que está ahora bajo su responsabilidad. Porque antes de hablar debería haber sabido que, de acuerdo con los datos del Foro Económico Mundial, las empresas turísticas españolas están a la cabeza del ranking mundial de competitividad turística. Y que, por lo tanto, está fuera de lugar que se refiera al empresariado español del sector turístico como a un hatajo de casposos aferrados a las viejas costumbres y a la falta de innovación. Eso sólo es muestra de su desconocimiento.
Pero no han sido únicamente las meteduras de pata, y en el peor momento posible, del ministro de Consumo. Ha sido el Gobierno en su conjunto el que ha contribuido con su torpeza a hundir todavía más las perspectivas futuras de un sector que en este momento calcula su destrucción en alrededor de un 70% de su PIB del año pasado. Nada menos.
Y eso ha sido así porque no se le ha ocurrido al equipo de Pedro Sánchez otra cosa mejor que anunciar así, a cascoporro, que a partir de este viernes pasado todo ciudadano que entre en España deberá pasar una cuarentena de 14 días antes de salir libremente a la calle.
Eso es un disparo entre los ojos a las empresas relacionadas con el turismo exterior porque a cualquiera se le ocurre que un turista que tiene una media de ocho o 15 días para visitar España seguro que va a considerar como una opción directamente disparatada la de pasarse todos los días de sus vacaciones, que le habrán costado un dinero y para las que seguramente habrá estando ahorrando todo el año, metido en la habitación de un hotel, como si estuviera en la cárcel. ¿Pero qué locura es ésta?
Para eso hubiera sido más honrado que el Gobierno hubiera anunciado que se prohibía el turismo de visitantes extranjeros. Porque el efecto de esa medida de confinamiento obligatorio es exactamente ése. Pero en ese caso tendría el gabinete que asumir el hundimiento total del sector turístico español que, hay que repetirlo una y mil veces, supone casi el 13% del PIB español aunque, como explica en estas mismas páginas David Page, del turismo depende de manera indirecta cerca del 18% de la riqueza nacional y cerca del 13% del empleo.
Las propuestas de Bruselas son más sensatas y más inclinadas a evitar el hundimiento de la industria turística, sin cuya recuperación España no podría salir en décadas de la penuria a la que ya nos estamos asomando
Pero la torpeza del Gobierno, que ya digo que sólo puede ser hija de la ignorancia, le ha llevado además a anunciar semejante medida confinatoria de los turistas extranjeros sin consultar ni advertir a los empresarios del sector y mucho menos negociar con ellos. Ítem más: lo ha hecho justamente la víspera de que la Comisión Europea hiciera pública su propuesta de reactivar la actividad turística dentro de la Unión.
Porque a la Comisión le preocupa, parece que más que a nuestro atolondrado Gobierno, reactivar una actividad económicamente fundamental para las economías de muchos países. Lo fascinante e inexplicable es precisamente que España está a la cabeza de ellos. Resulta que al día siguiente de que el Gobierno se descolgara con semejante hachazo, desde Bruselas se apostaba por desterrar las medidas restrictivas a la libre circulación y se proponían medidas menos brutales y dañinas que enumeraba específicamente. "No serán necesarias cuarentenas", ha dicho la comisaria de Salud de la UE en un recado que parece dirigido directamente a los oídos del Gobierno español.
Es probable que, en vista de que la UE rebate abiertamente la posición de España en un asunto de tan vital importancia para la pura supervivencia de la propia España, el Gobierno acabe rectificando y dé algunas pistas que permitan por lo menos a compañías aéreas, touroperadores y hoteles empezar a planificar ya mismo la reactivación, aunque sea muy tímida, del sector.
Porque la medida de la cuarentena obligatoria para todo turista que se aventurara a poner un pie en nuestro país, cosa que lógicamente no sucederá porque en esas condiciones no va a venir nadie, va a estar vigente, según el ministro español de Sanidad, durante todo el tiempo que dure el estado de alarma. Y que lo esté ahora mismo no importa porque la actividad turística está paralizada en todo el mundo y nadie se mueve en estos momento de su casa. Pero sí importa mucho lo que pase dentro de un mes, de dos meses, de tres. Y acabamos de saber -lo dijo el presidente del Gobierno este sábado- que la pretensión del Ejecutivo es prolongar el estado de alarma un mes más, esto es, hasta el 24 de junio.
El problema de los viajes de esta naturaleza es que se preparan con mucho tiempo de antelación Por eso, para intentar salvar mínimamente la temporada, las empresas del sector necesitan saber si pueden volver a ponerse en marcha, porque esto no es cosa de "aquí te pillo y aquí te mato" Y sucede que, cuando estaban empezando a ponerse manos a la obra para rescatar lo que se pudiera de la actividad turística de la temporada, ha sido cuando han recibido el el golpe de KO de la cuarentena obligatoria. Y, naturalmente, todo se ha vuelto a paralizar.
Existe la esperanza de que el Gobierno rectifique esa medida "homicida" y prolongada de la cuarentena y haga caso de las propuestas de Bruselas, que son más sensatas y más inclinadas a evitar el hundimiento total de una industria, la turística, sin cuya recuperación España no podría salir en décadas de la penuria económica, laboral y social a la que ya nos estamos asomando.
Pero si va a hacerlo- tiene que hacerlo-, que sea ya mismo porque el tiempo apremia y dentro de nada puede ser demasiado tarde.
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