Toda la confesión, toda la autocrítica de Pablo Iglesias ante Matías Prats fue que el Gobierno es humano. A Prats lo veía uno como despeinado o radiactivo, con esos cgi del coronavirus detrás, como tentáculos o rastas mutantes. Pero Prats no hacía preguntas envenenadas o ponzoñosas, sino de francotirador, cortas, mortales y que dejaban un eco de desfiladero. Ante eso, Pablo Iglesias, hundido en su chaquetita y en sus banderas, que le quedan ambas cosas siempre como prestadas o de atrezo, como un centurión con reloj digital, tenía que huir lejísimos, a la esencia de lo humano. Y esa esencia es errar, esperar, llorar, contradecirse, implorar a la fortuna o a los dioses, disolverse en el rebaño y, si es posible, echar la culpa a otro. Todo esto hizo Iglesias.
El Gobierno es humano, y eso es mucho ya. Es verdad que Sánchez habla un poco como Siri y que a lo mejor si el ejecutivo fuera electromecánico estaría mucho más cerca de la Ciencia que invoca. Pero no, es humano, cosa nada fácil. Me imagino a Sánchez teniendo que desechar para los ministerios a cíborgs y aliens y pianolas con el “relato” sonando animosamente como un ragtime. El Gobierno es humano, aunque lo asesoren científicos blanquísimos y cristalográficos como del planeta de Superman, con el mismo botón y la misma paciencia para la rutina y para el pánico. El Gobierno es humano y quién puede pedirle responsabilidad a un ser tan débil.
Matías Prats no tenía tiempo para esas entrevistas con ajedrez o con ping-pong o con trencitas
Matías Prats no tenía tiempo para esas entrevistas con ajedrez o con ping-pong o con trencitas que hace Ana Pastor, así que fue directo, que no es lo mismo que agresivo. Teniendo “la mayor tasa de víctimas mortales por habitantes prácticamente de todos los países del mundo, ¿qué ha hecho mal el Gobierno del que usted es vicepresidente para arrojar esos datos?”. Después de saludar con tono de gracioso de oficina dando una colleja (“buenas tardesss, Matíasss), lo primero que hizo Iglesias fue pedir prudencia. Y esto era así porque Iglesias no iba a contestar a esa pregunta, sino a otra que podría haber sido: “qué bien vamos, ¿no?”. Iglesias dejó sonar la pianola (sí, no son tan humanos como para renunciar a la pianola) antes de reconocer su único error, la humanidad, ese errar bíblicamente.
Prats le relataba a Iglesias todos los avisos de los organismos internacionales, pero ya no se trata de no ver venir al virus o de llegar tarde en marzo, sino de seguir llegando tarde aún hoy. El ser humano no siempre yerra, los más listos aciertan e incluso los que no son tan listos aprenden del error. Que el virus ya se esté haciendo viejo y no sepamos aún qué hay que hacer con las mascarillas ni con los test después de que hayan dado varias veces la vuelta al mundo; ni sepamos qué hacer con la gente, con fases fraccionarias y terrazas bailando la yenka y el veraneo en una jaula de hámster; todo esto es un buen ejemplo de que equivocarse no es lo mismo que ser negligente o un inútil. Iglesias sólo admitía ser humano y era como un pecado original, un pecado de bebé. Pero haber sido bebé no exculpa a nadie, menos aún si eres el Gobierno y te sigues equivocando.
Simón igual dijo que las mascarillas no eran necesarias que nos dice que son obligatorias
Entre sus banderitas de heladería internacional, Iglesias nos aseguraba que habían hecho cosas buenas, como hacer caso a los científicos. En realidad ellos no han ido haciendo caso a los científicos, sino que unos científicos burocráticos han ido por detrás justificando lo que ya habían decidido los políticos. Simón, con la misma voz de jarabe de la tos, igual dijo que las mascarillas no eran necesarias que nos dice que son obligatorias. Era Simón quien nos tranquilizaba con que aquí sólo iba a haber algunos casos y es Simón el que lleva más de dos meses acariciando la curva del virus como la crin de un poni. Y así todo. La prueba de que no nos ha guiado la ciencia, sino la política, es que la ciencia no usa ese manual que empieza por negar, sigue por minimizar y continúa por culpar a un enemigo externo. No, ése es el manual de la política, que es lo que hemos tenido, decisiones políticas, malas decisiones políticas, con la excusa de un señor que podría llevar un estetoscopio lo mismo que la bocina de Harpo Marx.
Matías Prats le preguntó a Iglesias por la gestión de las residencias de ancianos, ya que Iglesias salió en un atril con algo de descapotable precisamente para anunciar que se ponía al mando. Pero el responsable en el atril no es el responsable ante los ataúdes, y todo eso era culpa de las privatizaciones y los fondos buitre, de los bancos suizos y de las autonomías y del PP. Con tanto estado de alarma y tanta autoridad de toril, resulta que ellos sólo estaban para “apoyar”. Tenemos un Gobierno que no sirve para nada, ya lo hemos dicho, porque cuando no mandan esos científicos con gafas de aviador mandan las autoridades locales, o incluso gobiernos o alcaldes joteros del pasado. Cualquiera manda más que ellos, con lo que nos preguntamos para qué sirven, ahí con tanto atril sellado por triplicado y tanto médico tierno como esos médicos de la menopausia que salen en la tele.
Iglesias, tan humano, demasiado humano, iba de nuestra condición mortal al consuelo de tontos, del infortunio al gregarismo, y pedía unidad, no caer en la “pelea política”. No lo pide él, sino la gente. La gente, igual que la Ciencia, les habla a él y a Sánchez como una musa pastoril y les dice que está feo criticar al Gobierno y que los ancianos se ponen más tristes y los niños lloran sobre el seno de margaritas de sus madres cuando ven cómo la oposición está ahí como soplando el virus para que el Gobierno no lo atrape. A continuación, por supuesto, Iglesias criticaba al PP por las privatizaciones, por el bigote pintado de Aznar o todavía por los duros de Franco, que han heredado en los botones de los fachalecos. Iglesias, tan humano, culpa, esquiva, escapa, espera y sobrevive. En el Gobierno no es que sean humanos ni terminators, es que son políticos. Eso sí, de los peores.
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