Diversos organismos nacionales e internacionales, tanto públicos como privados, coinciden en que el impacto que va a tener la pandemia del Covid-19 en nuestra economía es solo comparable con el que se produjo tras la Guerra Civil. Para tener algo de perspectiva global, sirva de ejemplo que el gobierno alemán prevé la mayor recesión en su país desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Ante una situación como esta, no deberían existir muchas dudas sobre la necesidad de un pacto transversal a todos los niveles que aborde transformaciones de calado en España. Lo que cabría preguntarse es desde qué posturas se puede construir un pacto de estas características, cuál es la predisposición existente para buscarlo, y qué pasos hay que dar para lograrlo.
La polarización ideológica tiene una capacidad sorprendente para cegar la razón, pero solo los más hiperventilados no ven que un pacto como el que se necesita nunca nacerá desde los extremos. Es más, estos solo lo dificultan. Su total intransigencia les empuja a estigmatizar la idea misma de transversalidad. Lo único válido para ellos es la imposición total de sus postulados arrinconando al contrario.
Pero no. Solo una actitud madura y moderada puede despejar espacios para el acuerdo, desenredando el enconamiento actual. Porque —no nos engañemos—, incluso fuera de los extremos, son muchos los que están atrincherados en sus posiciones y muestran escasa predisposición para abandonarlas —lo que no deja de ser una contradicción desesperante en la medida en la que al mismo tiempo reclaman un gran pacto—. Pero entonces, ¿cómo se puede, y debe, desbloquear la situación?
Es el que está al frente quien en primer lugar debe empezar a comportarse con la madurez y altura de miras que semejante crisis requiere
Cada vez que en nuestro país aparece en escena la necesidad de pacto volvemos la mirada hacia la Transición y la figura de Adolfo Suárez resurge. Hay quienes se apresurarán a afirmar que aquello también fue posible porque la oposición se comportó de manera leal. Nada que decir al respecto, pero esto no debe hacer olvidar algo fundamental. Era Suárez quien estaba al mando y no se acomodó en que la situación requiriese del esfuerzo de todos. Al contrario. Sus acciones y su actitud fueron determinantes para que los demás no tuviesen mucha más opción que acudir a ese encuentro.
Si miramos al momento actual, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, es posiblemente el político cuya actuación está siendo mejor valorada tanto por unos como por otros. Aun siendo circunstancias y niveles de gobierno diferentes, se aprecian exactamente los mismos aspectos que en el caso de Suárez. Es Almeida quien está al mando y no se escuda en que la situación exija el concierto de la oposición. Sus decisiones y sus formas tampoco dejan mucha más alternativa que apoyar un esfuerzo conjunto.
Siempre, en cualquier ámbito, el que está al frente es el principal responsable de lo que suceda. El reto puede ser crítico. Los recursos y el equipo pueden tener limitaciones. La presión podrá ser enorme. Pero es él quien tiene que elevarse sobre los obstáculos y tensiones que vayan surgiendo. Es él quien tiene que dar los pasos necesarios cuando la situación se bloquea. Es él quien debe ser un ejemplo para los demás en todo aquello que les reclama. Cada uno tendrá su parte de responsabilidad, pero siempre es el líder el primer responsable de lo que acontezca. Lo fue Suárez y lo es Almeida, cada uno en su contexto. Lo será Pedro Sánchez en el suyo.
Muchos se resisten a aceptar esto sin darse cuenta de que nada tiene que ver con planteamientos ideológicos. Por definición, el que está al frente es siempre el máximo responsable. No cabe equidistancia en cuanto al reparto de responsabilidades. Sea en el ámbito que sea, no hay liderazgo posible sin asumir esta premisa.
Aun así, son muchos los que se enrocan en que la oposición no se está comportando como corresponde a las circunstancias. Por muy criticable que esto pueda llegar a ser, es necesario insistir en que tanto en el caso de Suárez como en el de Almeida, la oposición es compelida, no solo por la gravedad de la situación, sino también por el desempeño y las formas desplegadas por quien gobierna. Solo la combinación de ambos aspectos puede sacar al otro de su trinchera, desenmascarar indudables deslealtades y, en último término, hacer avanzar hacia el imprescindible pacto. Porque, en definitiva, las verdaderas lealtades, ni se compran —como se está evidenciando una vez más—, ni se exigen. Se trabajan y se merecen.
La polarización ideológica tiene una capacidad sorprendente para cegar la razón, pero solo los más hiperventilados no ven que un pacto como el que se necesita nunca nacerá desde los extremos
Es la formación política mayoritaria en el Parlamento y en el Gobierno, con su presidente a la cabeza, la que más debe contenerse ante las críticas. Es ese partido político, pero todo y en todo momento, el que más exquisito debe ser al expresar su desacuerdo con las posturas de otros. Es el que en primer lugar debe revisar sus alianzas con quienes sistemáticamente envenenan la situación. Es el que antes tiene que levantar el teléfono y hacerlo tantas veces como sea necesario. Es el que más tiene que escuchar. Es, sobre todo, el primero que debe dar ejemplo. Todo ello desde una firme determinación, sí, pero también desde una genuina humildad. Solo de esta forma el principal partido de la oposición no tendrá más alternativa que sumarse a una actitud constructiva. Y tras él, el resto de grupos con un mínimo sentido de Estado.
No hay resultado electoral futuro capaz de compensar la voladura de todos los puentes. No habría compensación posible para el país, pero es que tampoco podría compensar el mediocre lugar en la historia al que quedarían relegados.
Y sí, no hay que insistir. Queda meridianamente claro que el otro no nos gusta y que podríamos pasar horas de infantiles “y tú más”. Pero es que no se juega con las cartas que a uno le gustaría tener, sino con las que se tienen. Si se está de acuerdo en la necesidad de un pacto transversal y estructural, éste pasa inexorablemente y como mínimo por las dos principales fuerzas políticas del país. Y estas, son las que son. Cuanto antes lo aceptemos todos, antes y mejor podremos empujar en la dirección necesaria.
Con todo, aunque indudablemente cada uno tendrá su parte de responsabilidad en cómo se desarrollen los próximos meses y años, es el que está al frente quien en primer lugar debe empezar a comportarse con la madurez y altura de miras que semejante crisis requiere.
Benjamín V. Conde es auditor del Estado
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