El 2020 iba a ser un año muy especial para el clima y la biodiversidad. Luego pasó lo que ya sabemos: la primera pandemia realmente global de la historia paró el mundo y condicionó todos los planes políticos, económicos y sociales. También, claro, la cita de la COP y el convenio sobre la diversidad biológica de Kunming, China, que iba a celebrarse en octubre y que se ha aplazado a enero de 2021.
La emergencia sanitaria en la que aún estamos, el confinamiento del que empiezan a verse mejor sus perfiles y la crisis económica de la que no sabemos bien cómo ni cuándo vamos a salir no deben estrechar el panorama de nuestros objetivos. Al mismo tiempo que abordamos las nuevas realidades y asistimos a la carrera frenética de una vacuna contra el virus, de tratamientos más eficaces y de un mayor conocimiento de la enfermedad, es un momento excelente para reflexionar sobre las causas: entender las raíces nos ayudará a prevenir situaciones similares.
sin un planeta sano no habrá seguridad para sus habitantes; que proteger la biodiversidad es nuestra mejor vacuna para el futuro.
¿Qué quiero decir? Que sin un planeta sano no habrá seguridad para sus habitantes; que proteger la biodiversidad es nuestra mejor vacuna para el futuro. Tenemos que lograr que sociedades y gobiernos entiendan que ocuparnos de salvar la biodiversidad no es algo que pueda posponerse. Esta crisis sanitaria no será la última y hoy, a la luz del fallecimiento de 325.000 personas (por el momento), de la infección de casi cinco millones y del destrozo y empobrecimiento de tantos, necesitamos asumir la responsabilidad que tenemos con el futuro.
La extensión global del Covid-19 nos ha dejado ver, entre otras cosas, cómo la humanidad interfiere en la naturaleza y cómo esa interacción crea condiciones para la propagación de nuevas enfermedades zoonóticas. Numerosos estudios científicos alertan de que la pérdida de biodiversidad y la modificación de los ecosistemas, en particular a través del cambio del uso de la tierra, la deforestación, la fragmentación y la pérdida de los hábitats y el cambio climático, pueden aumentar el riesgo de aparición y propagación de enfermedades entre las personas, los animales y otras especies.
Con el confinamiento y el parón hemos visto lo inimaginable hace sólo tres meses. Hemos escuchado el canto de pájaros que pensábamos desaparecidos y asistido a espectáculos como la desaparición de la boina madrileña de contaminación. En cuanto hemos dado un paso atrás, miles de especies han dado un paso hacia delante. Y las preguntas son inevitables: ¿es posible recuperar nuestros ecosistemas sólo si paramos nuestra actividad económica? ¿Podemos encontrar un equilibrio entre ambos?
Por cada euro que invertimos en conservación obtenemos cien de beneficio
En la respuesta a estos dilemas se encuentra nuestro futuro. Proteger nuestra biodiversidad es vital para relanzar la economía. En torno a la mitad de toda la riqueza mundial depende, directa o indirectamente, de la naturaleza; se estima que la ratio del coste de la protección en biodiversidad es de 1 a 100, lo que significa que por cada euro que invertimos en conservación obtenemos cien de beneficio. El sector privado tiene un importante impacto en la biodiversidad, pero también la conservación de la naturaleza conlleva beneficios económicos sustanciales y supone una fuente de riqueza para muchos sectores, como la construcción, la agricultura o la alimentación, vitales en España y la UE, tanto por su componente estratégico como por la riqueza y el empleo que generan. Según la Comisión Europea, la conservación de la naturaleza supone beneficios anuales extra de 49.000 millones de euros en la pesca o de 3.900 millones de euros en los seguros.
Por tanto, las respuestas tienen que enmarcarse en un desarrollo sostenible que no amenace la existencia de millones de especies, que proteja sus hábitats y nuestros suelos, acuíferos y recursos naturales, considerándolos como lo que son, finitos. Es la única manera de seguir todos adelante y, además, es viable. No debemos recuperar el crecimiento a costa del planeta, porque eso significa hacerlo a costa de nuestra salud y nuestra seguridad.
Si los ecosistemas no funcionan, las pandemias se multiplican, y la pérdida de biodiversidad facilita cada vez más la transmisión y propagación de patógenos procedentes de especies animales, como el Covid-19. Cuando destruimos un bosque estamos alterando las complejas cadenas de relaciones entre los seres vivos, las que mantienen los virus y los patógenos controlados. Por ello, la vacuna para el planeta es la vacuna para la humanidad.
En 2030, al menos el 30% del área terrestre y marina de toda la UE deberá estar bajo protección.
La Estrategia de Biodiversidad para 2030 que presentó la UE el pasado miércoles es un paso importante en la dirección adecuada. Recoge muchas de las demandas que veníamos reiterando, y entiende que la crisis de biodiversidad y la de cambio climático son dos caras de la misma moneda, y que un ecosistema próspero y en equilibrio es nuestra mejor protección frente a los retos que tenemos. Marca una hoja de ruta con objetivos vinculantes para los próximos diez años. En 2030, al menos el 30% del área terrestre y marina de toda la UE deberá estar bajo protección. Hay un gran camino que recorrer si tenemos en cuenta que, en la actualidad, sólo el 3% de las áreas terrestres y el 1% de las marinas cuentan con el mayor nivel de protección. Necesitamos, por tanto, compromisos vinculantes, voluntad política y financiación suficiente para que la restauración y conservación ecosistémica sean una realidad.
Aún estamos a tiempo de revertir la perdida masiva de biodiversidad que hace que el número de especies amenazadas de extinción sea el mayor que ha conocido la historia de la humanidad: lo que se conoce como la sexta extinción masiva, que, según la valoración de la Agencia Europea de Medio Ambiente, nos llevará a un colapso ecológico.
2020 no tiene que convertirse en un año perdido en la lucha para defender la biodiversidad.
No podemos cometer los errores del pasado. Los que nos impidieron cumplir las metas de Aichi planteadas hace diez años, cuando se puso todo el esfuerzo en esbozar objetivos y muy poca atención en el cumplimiento y la cuantificación para lograrlos, en la movilización de los recursos financieros necesarios y en la creación de mecanismos que responsabilizasen a los países. Si los objetivos no son vinculantes, sencillamente serán objetivos fallidos de antemano.
Desde Europa tenemos la capacidad de liderar este proceso, fortaleciendo la coordinación entre organismos y tratados internacionales, incluyendo la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático y promoviendo buenas prácticas que nos hagan convencernos de que, efectivamente, es posible y viable abordar este reto: que está en nuestras manos.
2020 no tiene que convertirse en un año perdido en la lucha para defender la biodiversidad. Aprovechemos la oportunidad para replantear y transformar nuestra relación con la naturaleza, promoviendo al mismo tiempo la salud de la comunidad y la economía mundial.
Somos la última generación capaz de salvar la biodiversidad. Todavía estamos a tiempo de actuar.
Soraya Rodríguez es eurodiputada en la delegación de Ciudadanos y miembro de la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria del Parlamento europeo
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