Este Gobierno está demostrando una capacidad inusitada para meter la pata. La destitución fulminante del coronel Diego López de los Cobos, a la que ya me he referido en estas páginas, ha sido el último episodio, y probablemente el más grave, de una serie de errores que ponen de manifiesto su falta de rumbo y su debilidad congénita.
El ministro del Interior ha sido el causante de una crisis antes nunca vista en el instituto armado, que se ha caracterizado siempre por su disciplina y discreción. La soberbia nubla la razón. Eso es lo que llevado a Grande Marlaska al crearle a su Gobierno un problema donde no lo había.
La intervención del ex juez de la Audiencia ayer en el Congreso fue lamentable. Luciendo una impostada seguridad no respondió a ninguna de las preguntas que machaconamente le repetían los diputados de la oposición. Sobre todo a una: "¿Dio usted la orden de destituir al coronel Pérez de los Cobos". Por menos de eso él hubiera llamado al orden a un testigo por desacato.
Se escudó en su condición de "progresista", como si eso le blindara para no responder a preguntas incómodas en la que, teóricamente, es una sesión de control al Gobierno. "Soy progresista y estoy encantado de pertenecer al gobierno de Pedro Sánchez". (Aplausos en la bancada de la izquierda).
Un poco de memoria. Grande Marlaska, cuando instruyó el caso Faisán, ordenó a los policías que investigaban el chivatazo a ETA que no transmitieran nada sobre las actuaciones a sus jefes. Ahora, ya como ministro, ha despreciado la independencia judicial al reclamar al coronel Pérez de los Cobos un informe remitido a un juzgado en el que se investiga al delegado del Gobierno en Madrid por dar luz verde a la manifestación del 8 de marzo, cuando ya había datos suficientes sobre la peligrosidad del coronavirus.
Marlaska ha olvidado una frase que figura en los papeles incautados a ETA: "La Guardia Civil sólo obedece al duque de Ahumada"
No sólo eso. Marlaska ha obviado algo imperdonable en un ministro del Interior: el carácter de la Guardia Civil; su fidelidad, más que a un Gobierno, a la legalidad.
Cuando la Policía detuvo en 2008 al entonces jefe de ETA Javier López Peña (alias Thierry) se incautó de una voluminosa documentación. Entre los papeles estaban las llamadas actas de la negociación entre ETA y el Gobierno de Rodríguez Zapatero. A cambio del cese de la violencia, el Gobierno se comprometía, entre otras cosas, a no detener a etarras. Ese es el origen del chivatazo: policías avisando de operaciones policiales a los etarras.
En esos papeles hay una frase para la historia atribuida a uno de los miembros del equipo negociador por parte del Gobierno, el abogado y ex juez José Manuel Gómez Benitez. Se narra en los papeles la disposición favorable al pacto por parte de la Fiscalía, ya bajo la batuta de Cándido Conde Pumpido. Pero, Gómez Benitez resalta las enormes dificultades para que meter en el apaño a la Benemérita: "La Guardia Civil sólo obedece al Duque de Ahumada".
¿Cómo ha podido Grande Marlaska obnubilarse hasta tal punto? No prever que el jefe de la Comandancia de Madrid no iba a ceder a las presiones políticas que le obligaban de facto a transgredir la ley.
Pues bien, el PP, la oposición, lo tenía ayer todo a su favor. Tenía la oportunidad de golpear en la herida abierta al Gobierno con la crisis en la Guardia Civil (a la destitución del coronel le siguió la dimisión del número dos del cuerpo, el teniente general Ceña, y ayer continuó con la salida del teniente general Fernando Santafé). Como era previsible, la sesión de control estuvo centrada en el ministro del Interior (al que Sánchez asegura que no dejará caer). Hasta que surgió un incidente imprevisto.
Cuando Casado fichó como portavoz a Álvarez de Toledo ésta le advirtió: "No soy persona de argumentario. Siempre diré lo que pienso"
La portavoz del PP llamó al vicepresidente segundo Pablo Iglesias "burro de Troya", lo que dio pie al líder de Podemos a responderle desde la tribuna calificándola de "marquesa de pacotilla". Ya caliente, Álvarez de Toledo acusó a Iglesias de ser "hijo de terrorista". ¡Para qué queremos más!.
Que Iglesias es hijo de un militante del FRAP es algo conocido. Pero nunca fue condenado por terrorismo. Por tanto, la jefa de filas del PP en el Congreso vulnera la presunción de inocencia del padre del vicepresidente, aunque el artículo 71 de la Constitución protege a los diputados por sus opiniones.
No hay nada que le guste más a Iglesias que embarrar el terreno de juego y el error de la portavoz popular ha sido entrar en su juego sucio.
Que en los medios se esté hablando casi tanto de ese absurdo rifirrafe como de la irregular actuación del ministro del Interior y la crisis de la Guardia Civil es un balón de oxígeno que el PP le ha proporcionado gratis al Gobierno.
El PP es un partido que debe actuar como alternativa de Gobierno y no ponerse a competir en insultos con Vox. En eso, el partido de Abascal siempre será mejor.
La salida de tono de la portavoz del PP ha enfadado a parte de su grupo y a la mitad de los inquilinos de la planta noble de Génova. Es natural. Cuando se pone por delante de la estrategia del partido la pulsión de machacar al contrincante como sea es lógico que pasen estas cosas.
Cuando Pablo Casado fichó a Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria ella fue honesta: "No soy persona de argumentario. Mi condición para aceptar es decir siempre lo que pienso", le dijo al líder del PP. Y este aceptó.
Así que Casado tendrá que optar: apartarla o pechar con las consecuencias. Porque, lo quiera o no, Cayetana va seguir su propio camino.
Este Gobierno está demostrando una capacidad inusitada para meter la pata. La destitución fulminante del coronel Diego López de los Cobos, a la que ya me he referido en estas páginas, ha sido el último episodio, y probablemente el más grave, de una serie de errores que ponen de manifiesto su falta de rumbo y su debilidad congénita.
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