Iglesias se balancea en el cargo, su vicepresidencia de sopitas y duros de marquesa (él es el marqués, con todo el Estado de hacienda), como una niña rica de columpio y trenzas de oro. En una época de tirantes, se estiraría los tirantes. Ahora, con un Gobierno tan débil, a Iglesias sólo le queda pavonearse e inventarse guerras contra generales de rotonda con chorreras de palomo y aristócratas del Prado como majos de Goya. Balanceándose como una actriz tirolesa, a Cayetana le sacó lo de “señora marquesa” con retintín jacobino y a Iván Espinosa de los Monteros lo de un golpe de Estado que, aseguró, los de Vox quieren y no se atreven a dar. La cadencia de violetera en el meneo y en las palabras lo que querían decir, por supuesto, es, en el primer caso, “el marqués soy yo” (por clase y por poder real), y en el segundo, “nosotros sí nos estamos atreviendo a dar el golpe”.
Iglesias va provocando como una viuda porno, pero no es tanto por chulería, aunque la disfrute, como por debilidad. El Gobierno está picado por el virus y aterrorizado por su incapacidad y su pequeñez histórica. Subasta el país para seguir en el estado de alarma, que es una especie de habitación del pánico para Sánchez; amenaza a los guardias y embiste contra los jueces, intenta controlar todas las instituciones con comisarios políticos, chivatos y sayones de cara cortada, y tiene a la prensa amiga repleta de bien pagados a los que les llegan las filtraciones y los argumentarios envueltitos como una cesta de Navidad o un tuppersex. El Gobierno necesita todo el Estado trabajando para él para poder mantenerse, es como un gran globo pinchado o un elefante en bicicleta. Y de lo poco que puede conseguir aire y fuerza es de antiguas guerras florentinas y agravios como de telenovela, que siempre gustan a la gente en la digestión o en la enfermedad.
Un golpe, hablaba de un golpe Iglesias, meciéndose en la sillita de la Comisión de Reconstrucción (menuda reconstrucción) como si fuera Sharon Stone. Por supuesto que aquí no van a dar un golpe de Estado ni la derecha ni los picoletos ni los espadones ni el mismo Rey, que han demostrado ser los más fieles a la Constitución mientras otros argumentaban que la democracia de verdad era la marabunta por la calle y que las plazas con teas y peleles colgados estaban por encima de las leyes. Además, los golpes de Estado ya no se dan sacando a un caballo cojonciano del Prado ni a un general con artritis y borlón de as de espadas.
Iglesias va provocando como una viuda porno, pero no es tanto por chulería, aunque la disfrute, como por debilidad
Lo más cercano a un golpe de Estado que hemos tenido desde el 23-F ha sido lo de Cataluña, al que sólo le faltó para serlo haber triunfado. Y ahora mismo, lo más parecido a un golpe no es que Cayetana suba al atril como una amazona de salto de equitación, ni que los guardias civiles dimitan arrancándose los galones con raíces de carne, ni que gente vestida de tenista saque cacerolas de inducción o banderas con mechas. Lo más parecido es intentar destruir la separación de poderes, llamar deslealtad a cualquier oposición, obligar a los funcionarios públicos a desobedecer las leyes, y hablar en nombre del “pueblo” igual contra el guardia, el adversario político, los jueces o la prensa, para declararlos a todos “enemigos de la democracia”. Y hacer esto no en un mesón de Cuelgamuros ni en un cafetín de conspiradores ni en una linotipia ratonera, sino desde el mismo Gobierno. Sí, eso es lo más cerca que vamos estando.
“Nosotros sí nos estamos atreviendo a dar el golpe”, parecía pensar Iglesias. He dicho “parecía”, ojo, como hubiera apuntado el pobre Patxi López, reducido ya a una especie de secretaria del Un, dos, tres, con sus gafas sin cristal y sus relojes y palancas de papel. Iglesias no es que esté gallito, que también, sino que ha sacado del zulo de emergencia a la derecha con escapulario, a los milicos con bigote de charol, a la numismática franquista y al facherío del dinero o del Fary. Todos espantajos a los que nombra deseando que se le aparezcan de verdad y le justifiquen el discurso e incluso el garrote. Cualquier cosa para que no se hable de lo que pasa: que nos ha tocado el peor gobierno en el peor momento, que nos han helado los muertos y nos helará la ruina, y que mientras ocurre eso, el gabinete más débil, azaroso, inútil y peligroso de los últimos tiempos no duda en destruir las instituciones de la democracia para mantenerse en el poder.
El gobierno más débil, azaroso, inútil y peligroso de los últimos tiempos no duda en destruir las instituciones de la democracia para mantenerse en el poder
Iglesias se mecía en esa comisión inútil, propagandista, mera gallera en el serrín de nuestra desolación. Se mecía como un señorito o como un paleto del Oeste. Intenta provocar las guerras de las que vive y los fantasmas que le otorgan su poder exiguo y zambo. Quizá pensaba en que está consiguiendo su golpe silencioso o su caos provechoso, según esos manuales ladinos del populismo y la miseria. O quizá sólo pensaba en sobrevivir un poco más, lo que dure encararse con una marquesita de cera o lo que prenda un tricornio untado de brea. Sobrevivir un poco más, como Sánchez. No, nada de golpes, qué se habrá creído el marquesito apócrifo. Iglesias, como todos los de su ideología y como todos sus compañeros de destino ahora, tiene dos problemas, dos enemigos tercos y poderosos: la democracia y la realidad. Y bastarán.
Iglesias se balancea en el cargo, su vicepresidencia de sopitas y duros de marquesa (él es el marqués, con todo el Estado de hacienda), como una niña rica de columpio y trenzas de oro. En una época de tirantes, se estiraría los tirantes. Ahora, con un Gobierno tan débil, a Iglesias sólo le queda pavonearse e inventarse guerras contra generales de rotonda con chorreras de palomo y aristócratas del Prado como majos de Goya. Balanceándose como una actriz tirolesa, a Cayetana le sacó lo de “señora marquesa” con retintín jacobino y a Iván Espinosa de los Monteros lo de un golpe de Estado que, aseguró, los de Vox quieren y no se atreven a dar. La cadencia de violetera en el meneo y en las palabras lo que querían decir, por supuesto, es, en el primer caso, “el marqués soy yo” (por clase y por poder real), y en el segundo, “nosotros sí nos estamos atreviendo a dar el golpe”.
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