Parece que la famosa alegoría de “El mito de la caverna” de Platón sigue muy en vigor en nuestros días, desde luego vemos cómo la política de comunicación de la clase política sigue intentando tapar la angustia y el vértigo ante la realidad tras espesas tintas de calamar y cortinas de humo, esto no solo es irresponsable sino que además va en contra del sentido de un nuevo paradigma social surgido con la pandemia. La ciudadanía, la persona, ha aterrizado en el mundo de la realidad vital, demostrando el sentido de comunidad y solidaridad ante un sentimiento de fragilidad existencial escondido tras espesas capas de soberbia y escapismo cultural.
Es precisamente en este cambio donde hemos de profundizar, en el que hemos de escalar como sociedad, ya que quien está logrando acabar con este drama somos las personas, los ciudadanos, con nuestra responsabilidad, con nuestro comportamiento. Esta situación nos ha empoderado, nos tiene que empoderar para evitar que alguno quiera pescar en río revuelto, que haya quien pretenda hacer política del sufrimiento y utilizar el dolor para alcanzar sus objetivos azuzando la división y la polarización de la sociedad. Esto lo estamos viendo no solo por parte de algún representante, lo peor es que vemos mensajes, poses y discursos de una parte del Gobierno que parecen estar satisfechos con este clima de colisión social y anomia.
Claro está que no habría que caer en la trampa de jugar al juego de la confrontación (muchos ejemplos encontramos a quiénes se encuentran cómodos en el papel de pared de frontón) pero, más allá del juego dialéctico, es intolerable que miembros del ejecutivo se dediquen a ser aprendices de demagogos porque están vulnerando principios básicos de la democracia y ponen en riesgo un valor básico de las sociedades democráticas: la convivencia y el respeto a la diferencia. Hemos de discernir la provocación del abusador y evitar caer en la dialéctica de su propia demagogia.
De ninguna manera deben aprovecharse episodios de emergencia social y sanitaria para colar un relato que nada tiene que ver con la realidad que ha demostrado la ciudadanía de nuestro país. Debería reprobarse de forma contundente e inmediata cualquier atisbo de utilización espúrea de nuestras instituciones. El ataque a las instituciones desde las instituciones es el germen de la destrucción de la democracia. Deberían reforzarse los pilares básicos de nuestra democracia y no intentar jugar con los valores que nos unen a todos y nos permiten vivir en convivencia y respeto y que configuran una sociedad libre y responsable.
Desde la sociedad civil, con un sentido absolutamente apartidista y desideologizado, se debería responder a este desafío de la convivencia exigiendo un cambio de rumbo, una unidad para afrontar los enormes desafíos que nos depara el futuro desde una visión constructiva y absolutamente realista. Los ciudadanos ya no nos conformamos con las sombras de la caverna ni mucho menos toleraremos las cadenas con las que el populismo trata de someter nuestras libertades, ya que somos nosotros, toda la sociedad, la que hemos dado un ejemplo de lo que se debe hacer y lo que se debe anteponer: la solidaridad frente al egoísmo, la convivencia frente a la confrontación, la unión frente a la división, la fraternidad frente al odio.
No dejemos que algunos políticos -que son nuestros representantes- jueguen a crear un peligroso y artificial clima prerrevolucionario, no nos dejemos arrastrar por los cantos de sirena y por las sombras con la que algunos tratan de resucitar trasnochados metarrelatos teleológicos. Afortunadamente no estamos en el periodo de entreguerras del siglo pasado. Hemos aprendido mucho, hemos sufrido y aún sufriremos mucho, no nos dejemos llevar por falaces dicotomías que solo forman parte de nostálgicas ensoñaciones con palacios de invierno.
Parece que la famosa alegoría de “El mito de la caverna” de Platón sigue muy en vigor en nuestros días, desde luego vemos cómo la política de comunicación de la clase política sigue intentando tapar la angustia y el vértigo ante la realidad tras espesas tintas de calamar y cortinas de humo, esto no solo es irresponsable sino que además va en contra del sentido de un nuevo paradigma social surgido con la pandemia. La ciudadanía, la persona, ha aterrizado en el mundo de la realidad vital, demostrando el sentido de comunidad y solidaridad ante un sentimiento de fragilidad existencial escondido tras espesas capas de soberbia y escapismo cultural.
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