El problema de cierta izquierda es que no es capaz de reconocer sus errores. Incluso cuando rectifica es para insistir en sus afirmaciones. El caso más reciente y flagrante ha sido el del vicepresidente Pablo Iglesias cuando rectificó en la rueda de prensa del Consejo de Ministros del viernes lo que había dicho en el Congreso el miércoles al portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros: "Yo creo que a ustedes les gustaría dar un golpe de estado, pero que no se atreven. Porque, para eso, además de desearlo y de pedirlo, hay que atreverse". Una provocación en toda regla, muy en el estilo macho alfa al que nos tiene acostumbrados el líder de Podemos: a ustedes lo que les falta son...
Bien, pues, como decía, en la rueda de prensa del viernes tuvo ocasión de rectificar. Pero ¿cómo lo hizo? "Dije la verdad, pero me equivoqué". Es decir, que se mantuvo en sus trece, en ratificar la acusación de que el tercer partido de España quiere dar un golpe. En lo que dice que se equivocó fue al generar un ruido mediático que no le viene bien al gobierno. A Pedro Sánchez, desde luego, no le viene bien. A él, la bronca le viene que ni pintada. ¡Qué mejor manera de justificar la coalición de izquierdas que sostener que la derecha está agitando el ruido de sables!
Algo parecido ocurre con la manifestación feminista del 8 de marzo. Si uno habla con personas sensatas -algunos de ellos presidentes autonómicos- del PSOE reconocen en privado que mantener la convocatoria "fue un error". Pero eso no se puede decir en público, porque eso "sería dar bazas a la derecha".
Si estuviéramos hablando de una manifestación de agricultores, por ejemplo, el asunto sería distinto. Pero estamos ante una bandera que la izquierda considera exclusivamente suya. Recordemos a la vicepresidenta Carmen Calvo cuando, ante la reivindicación por parte de dirigentes de Ciudadanos y del PP de un feminismo transversal, dijo: "El feminismo no es de todas, no, bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista".
Las palabras de Irene Montero demuestran que el gobierno era consciente de que la manifestación del 8-M entrañaba un riesgo
La semana previa a la manifestación registró alta tensión política en el seno del propio gobierno, ya que la ministra de Igualdad, Irene Montero, se empeñó en sacar adelante la llamada ley de libertad sexual antes del 8-M. Su proyecto, que, según testimonio de varios ministros, era "una chapuza", se arregló deprisa y corriendo para que estuviera listo antes del día D, el Día de la Mujer.
En esa semana se hablaba ya mucho del coronavirus, sobre todo por su incidencia en Italia y porque ya se habían detectado los primeros casos en España. Un mes antes, el 12 de febrero, se acordó la suspensión del Mobile World Congress de Barcelona ante la decisión de las multinacionales más importantes de no acudir por miedo al Covid-19.
Pero el gobierno, asesorado por Fernando Simón, mantenía todavía que la pandemia no nos iba a afectar de forma significativa. El epidemiólogo y director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, al que el presidente cubrió de elogios el pasado domingo, se ha convertido en algo así como el escudo antimisiles del gobierno ante las críticas a su gestión de la crisis. Pedro Sánchez actúa como si fuera el ciego que sigue sin dudar los pasos que le marca su lazarillo. Como dijo Arthur Koestler (En busca de lo absoluto) hay que "contrarrestar la leyenda de que la ciencia es una empresa puramente racional, de que el científico es una persona más 'equilibrada' y 'desapasionada' que los demás". ¿O es que Simón no tiene ideología?
El gurú no puso pegas a la manifestación del 8-M (lo dijo en su rueda de prensa anterior), o bien se plegó a los deseos del gobierno de no desconvocarla. Seguramente que ni Simón ni Sánchez pensaban que el Covid-19 se iba a desmadrar como así ocurrió y que provocaría más de 40.000 muertos en sólo unos meses. Naturalmente. Nadie es tan insensato. Pero sabían que había cierto riesgo y decidieron correrlo para mantener esa bandera de la izquierda que es la manifestación del 8-M (de la que, también hay que recordarlo, unos energúmenos echaron a palos a los militantes de Ciudadanos en la convocatoria de 2019).
La confesión de la ministra de Igualdad, Irene Montero, sobre el 8-M ha desatado una fuerte oleada de críticas desde […]Las palabras recogidas por una cámara de ETB a Irene Montero previas a una entrevista que se realizó el pasado 9 de marzo (un día después de la manifestación), demuestran que, en efecto, el gobierno, o al menos la ministra de Igualdad, era consciente de que había cierto riesgo en la manifestación. Montero, en el vídeo que se difundió ayer, no sólo admite que la menor asistencia de manifestantes se debió al miedo al coronavirus, sino que ella misma tuvo que hacer esfuerzos para evitar los besos y abrazos con los que la agasajaron algunos asistentes a la marcha.
Hubiera sido mejor reconocer el error antes. Todos lo hubiéramos entendido. Pero la versión oficial es que la manifestación no tuvo nada que ver en la extensión de la pandemia y que, en todo caso, fue peor que se mantuvieran en funcionamiento el autobús o el metro (que naturalmente no dependen del gobierno).
Como la transmisión del virus se lleva a cabo a través de las vías respiratorias no hace falta ser epidemiólogo para darse cuenta que una manifestación en un lugar idóneo para el contagio. Eso está, creo yo, fuera de toda discusión.
Lo complicado de este asunto es que ahora hay un juzgado que está investigando posibles responsabilidades en la autorización de la manifestación. Y eso complica aún más las cosas, porque reconocer el error ahora puede tener consecuencias judiciales.
Montero, con su sincera declaración, admitiendo el efecto del coronavirus en la manifestación, y en su negativa a reconocerlo públicamente ("pero no lo voy a decir") ha aportado una prueba irrefutable de la grave equivocación que cometió el gobierno. Se ha convertido en un testigo de cargo a su pesar.
El problema de cierta izquierda es que no es capaz de reconocer sus errores. Incluso cuando rectifica es para insistir en sus afirmaciones. El caso más reciente y flagrante ha sido el del vicepresidente Pablo Iglesias cuando rectificó en la rueda de prensa del Consejo de Ministros del viernes lo que había dicho en el Congreso el miércoles al portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros: "Yo creo que a ustedes les gustaría dar un golpe de estado, pero que no se atreven. Porque, para eso, además de desearlo y de pedirlo, hay que atreverse". Una provocación en toda regla, muy en el estilo macho alfa al que nos tiene acostumbrados el líder de Podemos: a ustedes lo que les falta son...