Mi paisana María Gámez, directora de la Guardia Civil (quizá todavía), ha dicho que los “cargos cimbrean” y es como si hubiera destituido al coronel López de los Cobos por sevillanas. En este año que no ha habido Rocío, quizá han cambiado los juncos bautistas de la marisma, los talles de espartero de las muchachas y las campanillas de esos bueyes hinduistas por un coronel que tintinea igual o más, como una Virgen con manto de monedas. En el documento reservado que ha desvelado El Confidencial, firmado por ella, debería haber puesto eso, que el coronel cimbreaba, como un instrumento africano, como un cargamento de marfiles, como una puesta de sol marinera, como un pájaro de cimbel, y que así no se puede llevar la Guardia Civil, como si fuera una danzarina zíngara. Pero Gámez puso la verdad y ahora los que cimbrean como cocoteros son ella, Marlaska y hasta Sánchez.
Eso de que los cargos cimbreen no es la explicación más absurda que nos hemos encontrado con la purga de la Guardia Civil. Pero sí es la más estética, porque López de los Cobos parece así haber sido raptado tras una danza de los siete velos o tras una candelada con María del Monte. Es mejor que lo de Marlaska, que decía que quería cambiar la Guardia Civil porque seguía como con un verde fuera de temporada y los cuarteles parecían todos hechos con losetas de quirófano y recuerdos de Covadonga. Los cargos cimbrean y a veces se doblegan como ramas o como mozas, por un peso de lluvia o de racimos o de un príncipe rana. Es mucho más poético que la simple remodelación de los equipos y los cargos de confianza que son libres y caprichosos, como los pisapapeles con forma de esfinge que se pueda pedir el ministro para sus cosas de escribanía. Tampoco se lo puede creer nadie, pero un guardia civil cimbreante parece cosa de Berlanga o de Cuerda o de Almodóvar.
Las explicaciones rebuscadas y con candelería y zarcillos, en plan sevillanas de Cantores de Híspalis, como la del cimbreo; o las cutres, la de dar un “impulso” a la Benemérita un domingo a las 10 de la noche, a la hora de la pizza, ya no hacen falta. La explicación definitiva la ha dado un documento oficial, reservado, firmado, terrorífico y pautado como una carta de Hacienda, donde Gámez no tuvo mejor idea que confesar. A partir de aquí, ya ni siquiera hay sitio para la imaginación, el complot, la caverna ni el golpismo de Ducados. Ya lo único que queda ante la verdad es patetismo y tartamudez.
Mi paisana María Gámez, directora de la Guardia Civil (quizá todavía), ha dicho que los "cargos cimbrean" y es como si hubiera destituido al coronel López de los Cobos por sevillanas
María Jesús Montero, en la rueda de prensa que ya dan sentados, como si se hubiera acabado la marejada del virus y ya pudieran jugar al cinquillo, dijo que ese tipo de cosas es “habitual” y “normalidad normal”, y que no hay que dar explicaciones (o sea, lo del coronel como un pisapapeles de Anubis, que parece que lleva tricornio). La vicepresidenta, con su aire de incordio de medio lado, como si las preguntas la distrajeran de freír croquetas, aún aseguraba que “llama la atención que quieran hacer de esto ruido político”. Marlaska, por su parte, ha vuelto a negar cualquier injerencia, palabra que él no sabe “conjugar”, y ha insistido en que sólo se trataba de la “formación de equipos”, o sea esa repentina necesidad de nueva tapicería y nuevo bronce que tenían él y la Guardia Civil, como un antojo de comprar en domingo. Queda que a Gámez le dé por recuperar lo del cimbreo y el requiebro, con ojos de crótalo y grillos de luceros.
Todo es patetismo y ahogo, porque ya es imposible decir algo aparte de lo que dice el documento, que parece una lápida desplomada o el testamento de Frankenstein. Ahí está el documento como una sentencia, como un mapa con la equis sobre la calavera, como un contrato mefistofélico, como una herencia hemofílica. La buena de Gámez llegó a poner el escándalo por escrito, quizá porque a ella, como a Montero, la de la “normalidad normal”, y a Marlaska, el de la “remodelación”, no les llama la atención ni les sorprende ni les preocupa que la Guardia Civil sea tomada por una policía política. Según Edmundo Bal, habría al menos dos delitos: revelación de secretos y coacciones. Y es que la cosa no iba de contratar a otro bedel para que vaciara los ceniceros de plomo y removiera silencios con un palillo de dientes, ni de formar un equipo de mus.
No, esto no es “ruido político”. Han mentido en el Congreso y en el Senado, se han saltado la Constitución y la Ley de Fuerzas de Seguridad, han atacado la división de poderes y han intentado manejar un cuerpo armado como si fuera la Guardia Pretoriana de este Sánchez cesarión. No se trataba de un guardia civil cimbreante como Cleopatra o como una azafata de Tío Pepe. Pero ahora sí hay otros que cimbrean, los que se han justificado y defendido unos a otros en este abuso. Cimbrea Gámez, leve mandadera de canasto; cimbrea Marlaska, juez meduseo, y cimbrea Sánchez como un torero sólo de señoritas. Nadie dimite (aún), pero pronto verán también cimbrear las gruesas togas como telones, con su cargazón de hilos, paños, sudarios y condenas, igual que ajuares. A ver quién se va tronchando.
Mi paisana María Gámez, directora de la Guardia Civil (quizá todavía), ha dicho que los “cargos cimbrean” y es como si hubiera destituido al coronel López de los Cobos por sevillanas. En este año que no ha habido Rocío, quizá han cambiado los juncos bautistas de la marisma, los talles de espartero de las muchachas y las campanillas de esos bueyes hinduistas por un coronel que tintinea igual o más, como una Virgen con manto de monedas. En el documento reservado que ha desvelado El Confidencial, firmado por ella, debería haber puesto eso, que el coronel cimbreaba, como un instrumento africano, como un cargamento de marfiles, como una puesta de sol marinera, como un pájaro de cimbel, y que así no se puede llevar la Guardia Civil, como si fuera una danzarina zíngara. Pero Gámez puso la verdad y ahora los que cimbrean como cocoteros son ella, Marlaska y hasta Sánchez.
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