Y entonces Sánchez dijo “viva el 8 de marzo” como un viva de mariachi. Los mariachis tienen que dar sus vivas porque es parte del personaje, como los bigotes de bordado, el sombrero de charro estilizado como una ruleta y el guitarrón crecido en la panza. Sánchez es un mariachi y tiene que dar su serenata de caderas y su ándale para turistas. Con el mismo sentido podría haber gritado “viva el Betis”, que jugó el 8-M también. Nadie estaba hablando de fútbol, claro, pero tampoco de feminismo. Sin embargo, el mariachi tenía que sacar su viva porque es un mariachi, es su trabajo, no sabe hacer otra cosa, y uno no se pone ese traje como de torero con violín o con metralleta para hablar de sanidad ni economía. El mariachi se guarda en el sombrero los vivas como petardos y tiene que ir soltándolos, o se vuelve a casa con todo ese sombrero pesado y bamboleante, como lleno de lluvia.
Todo lo que le queda a Sánchez son vivas, a la mujer o a la Virgen o al Betis o a unos novios. No se culpa a las feministas con gineceo de abeja Maya, ni siquiera a las de astillero de guillotinas, como no se culpa al Betis. Lo que se denuncia es que las prioridades políticas y propagandísticas se pusieran por encima no ya de la ciencia, esa ciencia suya que es un poco cuántica (igual se solapan muertos/vivos que test o mascarillas inútiles/útiles), sino del simple sentido común. El ascomiedo de Montero al virus no era una fobia onírica como ésas que se tienen a las estatuas o a las aves, sino un terror perfectamente racional. Y era un miedo de una ministra, no de un particular. Podría haber sido un 12 de octubre lleno de paracaidistas y joteros, o el Domingo de Ramos, y la crítica hubiera sido igual de pertinente. Pero Sánchez convierte eso en un insulto a la madre, al eterno femenino, a las venus paleolíticas y a la simbología de la copa menstrual, artúrica, mágica y dolorosa. No tiene otra cosa, ya digo, sino este tirar del viva y de la corneta.
Lo que se denuncia es que las prioridades políticas y propagandísticas se pusieran por encima no ya de la ciencia, sino del simple sentido común
Sánchez es ya un mariachi de despedida de soltera y es un pregonero rematando el pregón entre un calor de poetastros municipales, peñistas de medalla esparragada y casetas de toldo y garbanzo gordos. Y quien dice Sánchez dice Lastra, que sale todavía como haciéndole la lista de la compra al Alfonso Guerra ochentero, con su derechona y sus coderas. A Sánchez sólo le quedan vivas, o sea estribillos, coletillas, el repertorio de cajonera de toda una vida de romanzas. Un estribillo es sacar el feminismo amazónico contra la simple negligencia, y un estribillo es sacar la “crispación” contra cualquier crítica o denuncia. Lo explicó bien Cayetana con la lógica y los hechos, sin taconazos germanoides ni grititos de revolución de la minifalda o del bieldo.
Un viva ayuda mucho a una boda sin ángel, a un tuno desafinado y a un partido o una guerra perdidos. Ayuda cuando, con el vino caliente o los lirios flácidos o las banderas mojadas, en la fiesta o en el entierro ya no hay nada de qué hablar o no se quiere hablar más. Sánchez no puede hablar de Marlaska, que está en su banco azul como esperando el calabozo o la endodoncia. Sánchez no puede hablar de una gestión medieval de la pandemia, con medidas “superdrásticas” equivalentes científicamente al cinturón de castidad y económicamente al pan y el agua. Sánchez no puede hablar casi de nada, así que saca vivas, un viva confeti, un viva cañonazo o un viva borrachera.
Sacar ahora un viva es como sacar un desmayito cursi ante el bochorno, o como buscar el eco de una pandereta que anule las réplicas, o como pretender que una banda militar te acompañe la digestión. Pero no hay mucho más. Sánchez saca sus vivas y su popurrí de época, con derechas e izquierdas como personajes de zarzuela y la lógica como el sombrero de mariachi dado la vuelta para la calderilla. Sí, porque quien asusta a telefonazos a un general para que incumpla la ley, embiste a los jueces y llama fachas a todos los que no están con él es quien acusa de golpismo de bandería, de poner en peligro la democracia y de crispar. Pero así es el oficio de la maraca, y no tiene otro.
La fiesta se va terminando y entonces suena un viva. Ese viva llena todo el eco, todo el espacio y toda la atención como un batacazo o un matasuegras. Está la fiesta sombría, los chulazos de la pista han caído ya sobre sus vómitos y sus claveles, las guapas se han puesto las gafas igual que las feas, lo que hay sobre la música no es silencio sino afonía, y lo que hay sobre las mesas ya es ceniza. Pero el mariachi ha soltado el mejor viva de la noche o de su vida. Sabe que eso es lo que se espera de él. Viva el 8-M, viva el Betis y viva el vino.
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