El mejor amigo de Sánchez todavía no estaba enchufado porque no todos los enchufes aquí consisten en tomar la misma sillita de playa y el mismo transistor de conserje que parece que van heredando todos los enchufados de España. Hay enchufes egipciacos, catedralicios, babelianos, que necesitan levantar primero toda una Dirección General con edículo art déco, o un puente de hierro ministerial con los cierros del Paraíso, o una gran máquina de escribir antigua, alta y cementada como un rascacielos de King Kong. Sánchez ha tardado en traerse a su amigo desde ese ultramar y esas Américas edificadas a base de cementerios de arquitectos, con sus lápidas hasta el cielo (los arquitectos están siempre como haciendo su mausoleo, soñado en perspectiva cónica). Ha tardado porque al amigo del alma no se le puede poner en una ventanilla con un ventilador, ni siquiera en una agencia o un despacho que ya hubieran usado Roldán o Bibiana Aído. Su amigo se merece algo nuevo, brillante e incluso dadá, no vaya a ser que le confundan con un enchufado cualquiera.
España es un país parasitado por enchufados, por sobrinos inútiles, colegas de pachanga y compañeros del mus o del puticlub que se deben paguitas y secretos
El amigo, José Ignacio Carnicero, será director general de Agenda Urbana y Arquitectura, que es algo que se acaban de inventar o de descargar, como el Minecraft, y que hasta suena cúbico, creativo y lúdico como el popular juego. Yo creo que Sánchez ha estado mucho tiempo buscando para su amigo ese sitio especial, como la silla Panton, y es que en este país de enchufados todavía existen escalafones. Hay enchufados cortando el césped y hay enchufados con el trabajo de jugar al Candy con toda la Castellana en caída libre, ahí ante su sillón de orejas con olor a guantera de Porsche. El otro día, mi cuñado me comentó que había tenido un encontronazo con un enchufadillo de la concejalía o el patronato de deportes de mi pueblo, alguien entre bedel, guardafincas y recogetoldos, pero que se mueve como un sheriff. Cuando mi cuñado le refirió a un concejal que estaba considerando ponerle una denuncia, le llegaron a decir que se lo pensara porque era alguien “muy protegido”. Pase lo que pase, en este país estarán siempre los enchufados con sus padrinos y los que van de paisano. Ésas son las dos grandes clases, lejos de la verticalidad simplista del dinero, de la cuna o de las maneras en el teatro.
Hay enchufados que manejan el desatascador y hay enchufados que manejan agencias gubernamentales, pero si el que apaga la luz del polideportivo municipal tiene ya categoría de “muy protegido”, no sé qué condición alcanzarán los enchufados o los colonizadores de Sánchez, desde el amigo de juegos al que le encarga un chalé burocrático achaflanado hasta los jefazos con constelaciones en las mangas que está colocando en esos despachos de la Guardia Civil recién decorados con cabezas disecadas, zaínas de tricornio. Sánchez tiene gobernanta en TVE, hermana de armas en la Fiscalía, ejército de hormiguitas en la Abogacía del Estado, secretaria de Iván Redondo en la CNMC, sargentos de cocina en los cuerpos armados, retratista de corte en el CIS y copistas en los medios. Incluso coloca en Enagás no ya a muñecos de cera socialistas, sino a un podemita, supongo que para que el capitalismo lo desengañe desde dentro de su propia caldera. Ya no quedaba nada para su amigo del alma, nada a su altura de pararrayos o de cimborrio, al menos. Pero si no hay, se inventa, porque la clave de bóveda del poder no es el político sino el enchufado.
España ya fue un país de enchufados que empezaba por el sobrino, la mercería o el estanquito y llegaba hasta los orinales isabelinos, altos como sus camas. Lo fue luego con Franco y lo siguió siendo con la democracia o partitocracia, que no inventó Suárez sino Felipe González. El enchufado sostiene al político desde dentro y desde fuera. Desde dentro, colonizando las instituciones para que el servidor público sea servidor del partido. Desde fuera, vivificando el clientelismo, invento romano tan institucionalizado como el adulterio. El que no debe el favor dentro lo debe fuera, el que no trabaja para el partido negando un formulario municipal o escribiendo sobre parterres en Facebook, lo hace contando mal los muertos o levantando teléfonos como tanques ante coroneles y jueces. Sánchez no sólo no ha terminado con esto, sino que lo ha vuelto rococó y descocado.
España es un país parasitado por enchufados, por sobrinos inútiles, colegas de pachanga y compañeros del mus o del puticlub que se deben paguitas y secretos. Es así desde el polideportivo de pueblo a las alegorías aladas de la justicia o la gobernanza. Sánchez, que hablaba de meritocracia como ha hablado de tantas cosas que después se ha pasado por el arco de medio punto, enchufa ahora a su amigo arquitecto de piscinas de riñón y uno piensa que es lo de menos con lo que está haciendo por ahí. Pero es como si fuera el pináculo caprichoso del sanchismo. Dicen que es un arquitecto de prestigio, hasta con premios de ésos que dan por proyectar pabellones con lo de dentro para fuera y tal. Luego, claro, uno piensa que hasta el Curro de la Expo tuvo que ganar un concurso. Y que un arquitecto realmente bueno no se metería en un ministerio soviético de la Castellana, sino que se quedaría clavando el horizonte con sus edificios, dándole formas de escayola al cielo o formas de piano al viento. Una gran amistad implica un gran enchufe, sí. Aunque ya no sabe uno si este arquitecto de majestuosas oquedades burocráticas está, al final, mucho más arriba en el escalafón que ese celador de Sanlúcar, sheriff de Rambo con llaves de la piscina y los aspersores.
El mejor amigo de Sánchez todavía no estaba enchufado porque no todos los enchufes aquí consisten en tomar la misma sillita de playa y el mismo transistor de conserje que parece que van heredando todos los enchufados de España. Hay enchufes egipciacos, catedralicios, babelianos, que necesitan levantar primero toda una Dirección General con edículo art déco, o un puente de hierro ministerial con los cierros del Paraíso, o una gran máquina de escribir antigua, alta y cementada como un rascacielos de King Kong. Sánchez ha tardado en traerse a su amigo desde ese ultramar y esas Américas edificadas a base de cementerios de arquitectos, con sus lápidas hasta el cielo (los arquitectos están siempre como haciendo su mausoleo, soñado en perspectiva cónica). Ha tardado porque al amigo del alma no se le puede poner en una ventanilla con un ventilador, ni siquiera en una agencia o un despacho que ya hubieran usado Roldán o Bibiana Aído. Su amigo se merece algo nuevo, brillante e incluso dadá, no vaya a ser que le confundan con un enchufado cualquiera.
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