Allí estaban la Ciencia, la desescalada, la nueva normalidad, la crispación y hasta Sánchez como el esqueleto de Ted Danson colgado de un perchero o de un mástil de bandera (vean Futurama). Allí estaban, y eran una sola persona: Iván Redondo, bolillero de palabros, barberillo de la política y Maquiavelo de Powerpoint. Iván Redondo iba al Senado para otra cosa, para presentar un informe sobre seguridad nacional (él lo lleva todo, también la seguridad nacional), y lo hacía de una manera bastante graciosa, entre película del Pentágono con marcianos y guardia civil que detalla el “operativo” para la Vuelta Ciclista. Iván Redondo es de esa gente que está entre lo americano por lo cienciólogo y lo español por ese concejal que te engorda la importancia del alcalde y de la verbena con polisílabos, pleonasmos y muchos farolillos metidos en aceite de churro. Yo lo veo más con Gil que en la Moncloa o en un Pentagonillo por Torrejón o por ahí. Pero ya no está Gil, así que Iván Redondo hace burocracia y política de la becerrada local, muy a la española, pero con verbo de LinkedIn. Algo así como cuando Lola Flores imitaba el inglés y le seguía saliendo moro, egipciaco y micénico.

Tendríamos que ver y escuchar más a Iván Redondo, que no trae la percha travoltilla de Sánchez ni la zarzuelería de Adriana Lastra, o sea, eso que distingue al político del técnico, la facha y el pavoneo, más importantes que la lógica del discurso. Redondo viene sólo con una mochila como llena de pisapapeles, una pinta de sastre bajito y un peinado como corregido por betún, y te suelta muy deprisa, en plan opositor de notarías, unas palabras largas, ganchudas y viscosas, como ciempiés en fila, de las que sobran más de la mitad pero que hacen volumen por la estancia o por su cabeza. Redondo “perimetra”, cuelga del aire muchos “escenarios” como su colada, dice “probabilidad de ocurrencia” (no se refiere a Carmen Calvo, sino a la probabilidad de un suceso, aunque no sea ocurrente ni casual), nos golpea con mucho “impacto”, nos sobresalta o electrocuta con “generadores de disrupciones”, “interrelaciona” las cosas mucho mejor que relacionarlas, nos aplasta con “vectores de opresión” como de ingeniería inventada del Enterprise, y nos habla de “esferas físicas” o de “dimensión vertical y horizontal” como una vidente con cucurucho y orbes de latón. Todo eso y mucho “dinamismo”, como un presentador de la ruleta de la suerte o un invitado de José Luis Moreno.

Es, como digo, un talento muy español, un talento como de tombolero, de vender el jamón o la bicicleta que no venderá nunca, pero ahí te tiene esperando toda la noche comiéndote un cartón

Iván Redondo, el hombre más poderoso de España, lo que pasa es que no tiene ni idea de nada, y ése es su talento. Es, como digo, un talento muy español, un talento como de tombolero, de vender el jamón o la bicicleta que no venderá nunca, pero ahí te tiene esperando toda la noche comiéndote un cartón. El cartón en este caso son las palabras. Redondo no vende conceptos, sino la propia palabra, larga pero vacía como una raspa. Es un talento de feriante que Redondo adorna con elongaciones de anglicismos, anacolutos y tecnicismos como de jefe de bomberos entrevistado en la tele municipal. Es igual que cuando Landa o Esteso se adornaban de un inglés gastronómico/sexual para su caza españolísima. Iván Redondo es un poco Fernando Esteso con perfil en LinkedIn y búnker en la Moncloa.

 Ahí estaba pues Iván Redondo, conde-duque con alforzas de palabras, hablando de seguridad nacional como podría hablar de cualquier otra cosa. A Iván Redondo (o a su taller, vamos a repartir autorías) todo le suena igual, a pianola durante un tiroteo o una reyerta. No sabe de nada pero podría hablar de todo un poco aleatoriamente, entre palabros esdrújulos, estratosféricos y ridículos, más algún golpe de gong con palabras como “soberanía”. A Iván Redondo le basta una cosa, una receta que ya comentó en un vídeo que se hizo muy popular: en política se juega con tres emociones: miedo, rechazo y esperanza. Quizá no nos damos cuenta cuando tenemos delante guapura o macarreo, cuando está Sánchez en la tribuna del Congreso como tras una lira o está Simancas como tras la barra de una güisquería. Pero Iván Redondo sólo parece un árbitro y hasta tiene gramática de acta arbitral, así que se le nota mucho más.

El hombre más poderoso de España puede creer uno que es como el Arquitecto de Matrix, pero luego sólo es aquél que te dio un cursillo sobre entrevistas de trabajo o que te quiso meter en Afinsa o que entró en el Ayuntamiento para convertir la feria de la tapa en catedrales de pulpos. Hay que ver y escuchar más a Iván Redondo, en su poquita cosa de community manager con habilidades que terminan en ing como un timbrazo de idiotez. Escucharlo y luego volver a meter la cabeza en esta pecera de virus y rebrotes y tremebundas normalidades. Iván Redondo era en realidad la Ciencia, la curva, el desconfinamiento, la desescalada y la “nueva normalidad”. Él estaba detrás de ese Sánchez que hablaba bajito y de ese Simón que venía con ovejita como Carmen Sevilla. Está detrás incluso de ese contraespionaje de Ducados y noches de Ábalos que tenemos aquí. Ahora, sigan intentando sobrevivir al mundo. Pero, al menos, sepan que todo esto lo ha inventado un señor con verbo y ciencia de estafador piramidal, curandero holístico o flipado de Star Trek. Un Richelieu de multipropiedad.

Allí estaban la Ciencia, la desescalada, la nueva normalidad, la crispación y hasta Sánchez como el esqueleto de Ted Danson colgado de un perchero o de un mástil de bandera (vean Futurama). Allí estaban, y eran una sola persona: Iván Redondo, bolillero de palabros, barberillo de la política y Maquiavelo de Powerpoint. Iván Redondo iba al Senado para otra cosa, para presentar un informe sobre seguridad nacional (él lo lleva todo, también la seguridad nacional), y lo hacía de una manera bastante graciosa, entre película del Pentágono con marcianos y guardia civil que detalla el “operativo” para la Vuelta Ciclista. Iván Redondo es de esa gente que está entre lo americano por lo cienciólogo y lo español por ese concejal que te engorda la importancia del alcalde y de la verbena con polisílabos, pleonasmos y muchos farolillos metidos en aceite de churro. Yo lo veo más con Gil que en la Moncloa o en un Pentagonillo por Torrejón o por ahí. Pero ya no está Gil, así que Iván Redondo hace burocracia y política de la becerrada local, muy a la española, pero con verbo de LinkedIn. Algo así como cuando Lola Flores imitaba el inglés y le seguía saliendo moro, egipciaco y micénico.

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