Echenique es un señor de minifalda, como el señor de los toros de Manolo Escobar. O sea, que Echenique está siempre escandalizado, agitado, vengativo y a la vez seducido por la provocación minifaldera, que le hace sudar como un beatón pecador. Su minifalda es la derecha o derechaza, claro. La derechaza va provocando con sus banderas de envolver cupleteras y sus pantorrillas de majo, y por provocar, piensa Echenique, hasta se inventa pedradas con sangre de cristo malo, sangre de un color rojo chino, como el de un insólito cristo chino.
A Rocío de Meer, de Vox, le dieron el otro día una pedrada en la ceja cuando estaba de campaña en Sestao. Hemos visto la foto chorreante y la foto con postilla e inflamación, pero a Echenique le pasan dos cosas. Una: que sólo ve minifaldas, señores españolazos con minifalda, como extraños escoceses de whisky Dyc, y señoritas con minifalda de colegio bien, además ahí provocando a la casta gente de Sestao, antifascistas con luto de vieja de entierro, del oficio del entierro, que no soportan la carne viva ni la minifalda torera. La otra cosa que le pasa a Echenique, que es peor, es que parece que es incapaz de ver la sangre, la sangre en general, la sangre biológica y hematológica. Echenique es como daltónico de sangre y sólo distingue una sangre ideológica y luego ya todo lo demás es caramelo o pacharán o kétchup.
EchSe puede deshumanizar al adversario de muchas maneras, y Echenique lo hace negándoles la sangre y llenándolos de kétchup como un perrito caliente
La sangre de Rocío de Meer no podía ser sangre porque la sangre de Vox, o la sangre en Sestao sin más, no existe. Tenía que ser kétchup, y así lo tuiteó. No era una suposición, sino una definición. Se puede deshumanizar al adversario de muchas maneras, y Echenique lo hace negándoles la sangre y llenándolos de kétchup como un perrito caliente. Hay gente que sólo son salchichas. Muchos por el País Vasco estarían de acuerdo. Las piedras hacen manar kétchup de unas salchichas, y las balas no digamos. Hubo y hay quien niega la sangre diciendo que sabe a kétchup y que se puede desparramar igual que una piñata, incluso festivamente. La comparación es automática y así le salió a Echenique en Twitter.
Rocío de Meer recibió una pedrada real, como excretada de la realidad del País Vasco. Pero se trata de Vox, y alrededor de Vox hasta las pedradas en la frente de una señora, pedradas bíblicas, parece que tengan que conducir a paradojas morales. Es cuando el activista moralista, quizá con la piedra en la mano todavía, saca la famosa paradoja de la tolerancia de Popper, sin haber leído ni entendido a Popper, claro. Si se tolera a los intolerantes, se acaba la tolerancia, se suele decir. Parece algo bastante evidente, pero Popper era, necesariamente, más exacto. Por eso precisa que no se trata de “impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública”. Pero sí se deben prohibir cuando esos intolerantes hayan rechazado la razón y “enseñen a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas”. En un Estado de derecho, además de la razón, que puede ser difusa, yo pondría también la ley.
El tuit de Echenique no tenía nada que ver con bulos. No iba sobre que la pedrada fuera inventada, sino sobre que se la merecía
Ni siquiera Popper pudo convertir la moral en ciencia, a pesar de aquello con Wittgenstein y el atizador, pero su aparición ya es como la de Fernando Simón, un algodón empapado en una razón y una ética de droguería, como cloroformo para perezosos y trols. Popper salta como un muelle, automáticamente, cuando tienes señalado al intolerante, claro. Pero lo realmente paradójico es que a Popper te lo saque Bildu, por ejemplo. Que al intolerante te lo defina aquella gente de Sestao, con piedras magdalenienses de la muerte en la mano. O el podemismo que se abraza con ellos. Quiero decir que se puede arrojar el molde de Popper sobre Vox, sobre Podemos, sobre Bildu, sobre los santones del PNV o de los indepes, sobre instituciones y dogmas y credos respetabilísimos; sobre viejos fantasmas y nuevos puritanismos para los que los intolerantes son todos los demás, y la cosa queda bastante más ambigua y repartida.
La derecha o derechaza, con su minifalda y su voluptuosidad isabelona, con su carne y sus efluvios y colores de foodporn, como una fiesta hawaiana de salchichas, va provocando a los puritanos que ven más pecado en las corvas gruesas de las españolas de molino y queso que en la sangre desparramada sobre el cemento. El tuit de Echenique no tenía nada que ver con bulos. No iba sobre que la pedrada fuera inventada, sino sobre que se la merecía; ni sobre que la sangre fuera kétchup, sino sobre que esa sangre importaba tanto como el kétchup. Su kétchup no es sangre falsa sino sangre barata y sabrosa. La cosa tampoco tiene que ver con Vox, porque a PP y Cs les hacen lo mismo. Todos ellos tienen sólo kétchup dentro y provocan al bocado como la minifalda. No sale más que kétchup si les atizas con el Popper tuitero como si fueras Wittgenstein, paradójicamente. O si les tiras un adoquín. O los braseas con hogueras. Hay quien usó hasta bombas y balas con gente así y seguía manando una cosa dulce que aún celebran por los pueblos, como vino.
Echenique es un señor de minifalda, como el señor de los toros de Manolo Escobar. O sea, que Echenique está siempre escandalizado, agitado, vengativo y a la vez seducido por la provocación minifaldera, que le hace sudar como un beatón pecador. Su minifalda es la derecha o derechaza, claro. La derechaza va provocando con sus banderas de envolver cupleteras y sus pantorrillas de majo, y por provocar, piensa Echenique, hasta se inventa pedradas con sangre de cristo malo, sangre de un color rojo chino, como el de un insólito cristo chino.
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