Los Reyes están de gira por la España del coronavirus como por una Venecia de peste, romerías y cenefas moras. Eso de que la monarquía se manche de barro sus zapatos de porcelana y estribo para animar al pueblo le sigue pareciendo a uno una cosa como de reyes de gallinita ciega, una majería de reyes y una condescendencia como todavía de la Regencia. Hemos visto a Felipe VI con guayabera y mocasines, con fondo de bañistas de frigopié, y no creo que eso ayude ni a la monarquía ni al pueblo, porque el pueblo confunde al Rey con Manu Tenorio y la propia monarquía confunde al Rey con un heladero de pantorrillas arremangadas.
Están los Reyes no sé si animando al turismo o animando a los republicanos, que un día ven un guapo de Miami y al día siguiente ven una majestad precedida de barrenderos y asfaltadores que va de la Giralda a las Tres Mil Viviendas y, claro, recuerdan a su bisabuelo en Las Hurdes. Alfonso XIII visitó Las Hurdes con un caballo como de armón, gorro de explorador, consejo de Gregorio Marañón y orinal bendecido por obispo, y hasta se bañó en pelota en un río, como en mitad de un África extremeña. El paso de Alfonso XIII por Las Hurdes dejó un patronato que hizo estudios sobre aquella medieval miseria y concluyó que había que construir iglesias, porque los reyes, que funcionan con el misterio, sirven sobre todo para ir levantando más misterios.
De lo que no se dan cuenta los enclenques republicanos de ahora es de que parece que le pidan a Felipe VI que sea Alfonso XIII, rey político y hasta rey misionero
Las Tres Mil tienen su propio misterio y allí no se puede entrar sin un pasaporte como de barquero egipcio, o sea sin conocer el percal. Felipe y Letizia supongo que intentaban aportar también su misterio, que a lo mejor no ha cambiado tanto de Borbón en Borbón: cierta majestad de mosquitera, la incongruencia de un rey en un África de su propio país, y ese calor espiritual de mano blanca de infanta o cura, inútil contra una miseria que no conoce Dios. La verdad es que don Felipe ya estuvo allí en 2003 y su misterio fructificó poco. Pero ahora se ha llevado una bufanda del Betis y unas rimas que le decían “más trabajo y menos caridad”. Yo creo que los republicanos (y los monárquicos también) olvidan demasiado a menudo que el Rey es el funcionario con menos poder de todos los que tenemos, y que sólo puede dejar su misterio, ahí como el del colchón donde una vez durmió un rey (el de una pernocta de Alfonso XIII en Las Hurdes creo que se conserva).
Los Reyes van dejando su misterio, o quitándose su misterio, poco a poco, como sucesivos pliegues de armiño que ya no tienen, igual en playas con sol de paellera que en ciudades abandonadas por los dioses y los hombres. No sé si la monarquía es más creíble o útil en sus yates como de armador armenio, en su tenis que coge como todo el Mediterráneo, en su ajedrez rojo y submarino de palacios y ceremonias; o así, yendo de Reyes mochileros, o Reyes que se hacen reyes por ir a comer al Rey de la Gamba, o que se bajan de su realeza poniendo un pie con lazo en calles donde ha dejado vereda y esponja la furgoneta del tapicero. Yo creo que todavía intentan aportar su misterio, para el que le ayude el misterio, porque el Rey no manda ni en su veraneo y no puede arreglar los desconchones, ni la pobreza, ni el turismo ni el coronavirus. De lo que no se dan cuenta los enclenques republicanos de ahora es de que parece que le pidan a Felipe VI que sea Alfonso XIII, rey político y hasta rey misionero.
Los Reyes, que son unos mandados, irán a Benidorm, que es como si los Reyes fueran al bingo; irán a Cuenca, que es como una bella luna propia que tiene España, y así seguirán su gira que pretende animar al pueblo o quizás animar a la propia monarquía, de la que se ha ido cayendo don Juan Carlos como la maza de un macero dormido, hasta hacer un severo boquete en el ajedrezado de la Corona. Yo no sé si los Reyes animan a alguien, salvo a señoras que siguen con moño de María Cristina y bañistas que lo contarán como si hubieran visto a Luis Miguel. Pero los Reyes, como siempre, intentan dejar su misterio, que ahora es como poner ermitas vaporosas por entre domingueros, lateros, parados, desesperados o aprensivos. La verdad es que, si eso no sirve de mucho, aún estaría a la par con toda la ciencia de Sánchez.
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