Las orejas picudas de Sánchez son la vulva falo y el presidente es el andrógino divino, como un dios hindú que toca la flauta sobre una pierna y sobre el huevo cósmico. Al final, John Carlin se ha quedado en su crónica en una cosa mamífera, fetichista y ochentera, en un macho alfa de leñera, como si el presidente fuera Chuck Norris. Lo de John Carlin, eso que ha escrito como entre desnudeces de marabúes rosa flamenco, es un calentón con alfombra de oso, o con pajar de mozo de cuadra, o con legionario con pectorales depilados, brillantes y temblones como branquias. Carlin se ha quedado en el porno cuando lo de nuestro presidente es una sensualidad teológica, como El Cantar de los cantares, el amor divino expresado a través de éxtasis de pastores, o sea del pueblo.
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