30.000 muertos y vas en moto. Y en moto va Simón, o sacan a Simón, que es lo importante, no porque llegue cada día al ministerio en su moto de aviador o de soldado alemán tirado de la moto por Steve McQueen, sino porque lo pongan en una moto a salir del virus como de un pueblo que ha incendiado, como el fondo explosivo de un terminator que se aleja en moto, imperturbable, sólo con una ceja desconchada de metal y la chupa humeante. Al final de la película Simón se va en moto, dejando Cadillacs y caballos en llamas, y muertos en el abrevadero, y quizá una campesina tonta enamorada, con su estofado paleto en el porche y una maleta llena de paja esperando la gran ciudad. No es la moto, sino hacer de esto una película que se puede rematar así, con un señor que se va en moto, levantando polvo sobre el pasado y estrenando botas de serpiente después de agrestes pasiones, borracheras y carnicerías.
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