30.000 muertos y vas en moto. Y en moto va Simón, o sacan a Simón, que es lo importante, no porque llegue cada día al ministerio en su moto de aviador o de soldado alemán tirado de la moto por Steve McQueen, sino porque lo pongan en una moto a salir del virus como de un pueblo que ha incendiado, como el fondo explosivo de un terminator que se aleja en moto, imperturbable, sólo con una ceja desconchada de metal y la chupa humeante. Al final de la película Simón se va en moto, dejando Cadillacs y caballos en llamas, y muertos en el abrevadero, y quizá una campesina tonta enamorada, con su estofado paleto en el porche y una maleta llena de paja esperando la gran ciudad. No es la moto, sino hacer de esto una película que se puede rematar así, con un señor que se va en moto, levantando polvo sobre el pasado y estrenando botas de serpiente después de agrestes pasiones, borracheras y carnicerías.
En la moto se aleja el solitario, el cimarrón, el héroe arisco o en su caso el aventurero anárquico y picaflor. Un médico de pueblo en moto es como un cartero en moto, y eso no es ni peliculero ni fotogénico. Por eso esa foto, como el mismo personaje de Simón, es sobre todo su película. Simón era una hebra o un diente de león juanramonianos, ya lo escribimos aquí. Era una abuela con jarabe y era el gato ovillero de toda España. Era el científico que no encuentra las gafas ni el bolígrafo ni el muerto que tiene delante, pero que entibia y consuela como la leche con galletas en pijama. Y, sobre todo, ha sido el personaje más político de toda esta crisis, precisamente porque nadie se lo imaginaba como político, igual que nadie se lo imaginaba en moto (aún parece Photoshop o atrezo, como cuando Aznar se disfrazó del Cid o quizá de don Mendo).
Simón era inocente y parecía desnudo con su jerseicillo, como esas mujeres que están más desnudas que nunca cuando se ponen sólo tu jersey, un jersey que nunca tuvo piernas tan largas. Simón hacía ciencia de sus manchas de tinta y de sus contradicciones, como un médico que siempre tose, o sea que hacía política vestido de médico pobre como Pedro Duque hace política vestido de astronauta tentetieso. Hacía política pura además, es decir, despiadada y cínica. Pero Simón aún era como un pájaro de vieja del Gobierno, incluso aunque muchas mujeres y hombres definieran lo suyo como la nueva masculinidad. Y eso de un pájaro de vieja no servía para una imagen de victoria.
30.000 muertos y Sánchez sigue guapo y líder, y Simón sigue con un club de fans como de Jessica Fletcher. No, no está nada mal
Sánchez y los suyos consideran que esto ya se ha terminado, que ha llegado la victoria. Y las victorias son antiguas y el héroe no puede terminar pareciendo Woody Allen traumatizado por una almendrita. Así que el funcionario que llegaba blandamente hasta nosotros cada día, como una ovejita de insomnio de contar muertos, tenía que pasar a ser algo parecido a Lobezno, esa mezcla perfecta de pelo y metal, de máquina y hombre, de rayo y centauro, de revólver y falo, que parecen estos héroes freudianos en moto. A uno no le parece un fallo de comunicación, sino una publicidad ortodoxa, clásica, que es lo que mejor funciona para provocar respuestas primarias. Una moto es algo así como un escotazo en masculino. Ya no es ternura lo que se busca en Simón, sino fortaleza, seguridad y poder. Ya no hay que consolar sino marcar territorio. El texto que acompaña a la portada está igualmente elegido para esa película: “No podía perder la calma”. El héroe impasible, que achicharra al virus con el mismo lanzallamas con el que se enciende el cigarro, como en la última de Tarantino.
Simón en moto, con llanuras ante sus ojos pedregosos, con serpientes de cascabel en la fiambrera, con saliva seca de tabaco, con ciudades ignoradas a su paso como mujeres. Ha completado el trabajo, con exceso de ceniza y testosterona, quizá, pero eso nunca es un problema. Si se dan cuenta, el nuevo modelo de la progresía podemista-sanchista se reduce al final a un desfile de machos alfa como luchadores mexicanos. Sánchez con sus orejas picudas de Batman, hablando también bajito y duro; Pablo Iglesias con un partido harén, con ministerios de Azofaifas y leonas; y ahora hasta Simón en moto, matando alacranes con recortada y quemando postales de novias. 30.000 muertos y vas en moto, ése podría haber sido el titular de portada. 30.000 muertos y Sánchez sigue guapo y líder, y Simón sigue con un club de fans como de Jessica Fletcher. No, no está nada mal.
30.000 muertos y les parece una victoria, un vacile y un paseo con tía buena de paquete. La publicidad era clásica, pero no ha pasado tanto tiempo, ni han salido tan guapos ni tan enteros como se creen. Así que vemos esa foto y todavía pensamos en que Simón escapa de los muertos entre llamas, como aquel motorista fantasma de Marvel, con la moto como un clavijero de huesos y la estopa del pelo ardiendo hasta dejarlo en espantosa calavera. Sí, en eso pensamos, y no en que nos va a vender el virus como cigarrillos de cowboy o como colonias de binguero.
30.000 muertos y vas en moto. Y en moto va Simón, o sacan a Simón, que es lo importante, no porque llegue cada día al ministerio en su moto de aviador o de soldado alemán tirado de la moto por Steve McQueen, sino porque lo pongan en una moto a salir del virus como de un pueblo que ha incendiado, como el fondo explosivo de un terminator que se aleja en moto, imperturbable, sólo con una ceja desconchada de metal y la chupa humeante. Al final de la película Simón se va en moto, dejando Cadillacs y caballos en llamas, y muertos en el abrevadero, y quizá una campesina tonta enamorada, con su estofado paleto en el porche y una maleta llena de paja esperando la gran ciudad. No es la moto, sino hacer de esto una película que se puede rematar así, con un señor que se va en moto, levantando polvo sobre el pasado y estrenando botas de serpiente después de agrestes pasiones, borracheras y carnicerías.
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