El drama no es que haya energúmenos, que los ha habido siempre y en todas partes, el drama es que esta gente tiene hoy voz institucional y está organizada políticamente. Lo que está sucediendo con Vox en estas precampaña y campaña electorales es escandaloso y evidencia el nulo respeto hacia los principios democráticos que rigen en el seno de determinadas formaciones y en el ánimo de sus seguidores.
Vox es un partido legal, nacionalista español de derecha radical pero nada de anticonstitucional como se pretende insistir para encubrir los ataques totalitarios a los militantes de esta formación, y que tiene un programa político sometido al juicio del electorado. Que a unos no les guste o lo rechacen de plano es del todo irrelevante para la cuestión que nos ocupa, y es que distintas partidas de exaltados pretenden impedir que los representantes de ese partido hablen en público. Sencillamente, pretenden imponerles silencio por medio de la violencia.
Y eso es intolerable y susceptible de denuncia pública. El despliegue de policía autonómica en el día de ayer para impedir que unos bárbaros volvieran a agredir a los oradores en un mitin de Vox en Bilbao y lo sucedido el día anterior en San Sebastián es inaceptable en una sociedad que se llama y se pretende democrática.
Pero este tipo de acosos y de agresiones físicas ¡a pedradas!, el procedimiento más bajo en la escala de las formas de protesta de los seres humanos, aparte de resultar repugnante para cualquier espíritu liberal, no hace sino agudizar el sentimiento y la imagen de víctimas del partido verde ante la opinión pública.
Por eso tras la pedrada que recibió el domingo pasado en una ceja la diputada de Vox Rocío de Meer durante un mitin de su partido en Sestao -que el astuto portavoz de Podemos Pablo Echenique atribuyó a un montaje con ketchup- sorprendió a muchos la fotografía de Santiago Abascal fumándose un puro con la vitola de la bandera de España a muy pocos centímetros de las mismísimas narices de sus agresores.
Con esa actitud, que podría calificarse de chulesca, el líder de Vox mandaba un mensaje claro a sus agresores: no nos dais miedo y no conseguiréis callarnos. Abascal sabe además que ese tipo de ataques y el despliegue policial para que los dirigentes de su partido puedan alzar la voz en las plazas públicas le refuerzan en su significado político y favorecen al final su posición porque incrementa sus apoyos.
Pero lo que no tiene justificación ni pase posible es que en determinados sectores se vea con condescendencia este lamentable y vergonzoso espectáculo sólo porque tiene lugar contra un partido que estos sectores detestan.
Porque si esta clase de acosos y de agresiones las hubiera protagonizado el propio partido de Vox contra un mitin de Bildu, o incluso de Podemos, el escándalo y el rasgado de vestiduras hubiera hecho historia, además de provocar la definitiva e irrecuperable descalificación del partido morado como desmostradamente fascista.
Pero es que lo grave, lo gravísimo, no puede estar en la identidad de quien agrede e intenta imponer el silencio del otro por medio de la violencia, lo cual pueda concitar lamentablemente o el rechazo pleno o la plena condescendencia de quien lo juzga, sino el hecho mismo de que este tipo de episodios se produzca en esta España que se jacta de ser una de las democracias más plenas del mundo.
Lo que está sucediendo con Vox es escandaloso y evidencia el nulo respeto hacia los principios democráticos que rigen en el seno de determinadas formaciones
Pero no es así, estamos cada vez más lejos de ese modelo. Este espectáculo que estamos viviendo de acoso a Vox, un partido que tiene 52 diputados en el Congreso de los Diputados, es la evidencia de que en el panorama político español hay gentes, normalmente encuadradas en formaciones políticas de signo ultraradical, que no respetan ni asumen las mínimas reglas de un sistema democrático, una de las cuales exige permitir que alguien exprese públicamente sus ideas y sus propuestas por mucho rechazo que les produzcan a otros.
Y que esos otros tengan la misma oportunidad de confrontar sus convicciones y sus propuestas en los mismos foros y ante la ciudadanía. No se puede admitir que se diga -y se ha dicho muchas veces, para vergüenza de todo demócrata- que alguien "viene a provocar" cuando lo que sucede es que va a intentar defender su posición y a convencer a la audiencia con sus argumentos.
De todos modos, este tipo de episodios favorecen electoralmente a Vox aunque los sondeos no le auguran ningún éxito en escaños ni en el País Vasco ni en Galicia. Pero puede que incidentes de esta naturaleza sí incrementen el número de votos recibidos por el partido verde. En el País Vasco su presencia es en este momento testimonial y no es previsible que su participación en la campaña electoral altere el mapa político de la noche del 12 de julio.
El partido verde debería calcular muy bien los efectos de sus posiciones porque se pueden encontrar con que se convierten en facilitadores de aquellos a quienes pretenden combatir
Más dudoso es lo que pueda afectar su presencia en los resultados que obtenga el candidato del PP Alberto Núñez Feijóo. Tanto Vox como Ciudadanos pueden no conseguir escaño alguno en el parlamento gallego pero los votos obtenidos por ambas formaciones podrían privar al candidato popular de su cuarta mayoría absoluta y sacarlo, en consecuencia, del gobierno.
Con lo cual resultaría la paradoja, difícil de entender para sus propios votantes, de que un partido de centro y otro de derecha facilitan y promueven la llegada al gobierno gallego de una coalición multipartita de izquierdas. Eso es lo que ha pasado, aunque en otro nivel mucho menor de decisión y responsabilidad, en Madrid.
La abstención de Vox a la hora de elegir en la Asamblea de Madrid los miembros de la Mesa de la comisión de estudio para la recuperación económica y social de la región tras la crisis sanitaria provocó el miércoles pasado que la presidencia de esa comisión la ostente el PSOE y que la izquierda se haga con la mayoría de su órgano rector.
Y eso porque Rocío Monasterio, portavoz de Vox en el parlamento madrileño, se negó a pactar "nada" con los socialistas. Conclusión, los socialistas,con los que Vox no quiere nada, le deben a ese partido la presidencia de la Mesa de esa comisión para intentar recuperar a la Comunidad de Madrid del hoy en que la ha sumido el coronavirus.
Estas cosas son las que pasan y el partido verde debería calcular muy bien los efectos de sus posiciones porque se pueden encontrar con que se convierten en facilitadores de aquellos a quienes pretenden combatir. Y eso acabará haciéndoles perder apoyos entre los suyos por muchas piedras que impactaran contra sus cabezas.
El drama no es que haya energúmenos, que los ha habido siempre y en todas partes, el drama es que esta gente tiene hoy voz institucional y está organizada políticamente. Lo que está sucediendo con Vox en estas precampaña y campaña electorales es escandaloso y evidencia el nulo respeto hacia los principios democráticos que rigen en el seno de determinadas formaciones y en el ánimo de sus seguidores.