Campaneando su blasón de nardo, plateado y uncidor como una mantequillera, el vicepresidente Iglesias, marqués de cátedras cojoncianas, de yeguadas menestrales y de hembras a contrapelo, ha dicho que hay que “naturalizar” el insulto. Si le admitimos lo de “naturalizar”, habría que decirle al macho de académica palanca y manos de mosco que el insulto sólo es natural para quien sabe insultar, como acordarían Quevedo o Schopenhauer. Insultar es seducir con la aversión, y no se puede seducir con un mojón wassapero. Para naturalizar el insulto habría que escolarizar carajos, investir putas y orlar porculeos, que quedaran todos salmantinos y quevedescos como golas. El vicepresidente se refiere al insulto del patán, que es su pura majada de majadería. Y eso ya está naturalizado sin necesidad de que el rango lo proclame.
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