El batacazo de Podemos y el ascenso de Pablo Iglesias vienen a ser la misma cosa. Iglesias está vampirizando a su partido, que en el Congreso ya estaba como mero papel pintado de sus vicepresidencias domésticas y ahora está empezando a desaparecer de las provincias. Podemos no podía ser a la vez ese poder luisino de Iglesias y luego todo ese abejeo de confluencias, mareas, taifas, corrillos, fogatas de yesca, rulós amontonadas y ropa por tender que pretendía ser por las plazuelas o por la periferia. Mientras Iglesias ascendía con verticalidad y congestión de cuerpo cavernoso, todos aquellos farolillos locales de Podemos, pegados al nacionalismo donde había nacionalismo y pegados a la gaita donde había gaita, se han ido enfadando, peleando, desligando, disolviendo, olvidando o haciéndose redundantes.
Podemos ya sólo ofrece a Iglesias como en el diván recocido de su majestad dominguera, y eso ya no se ve ni como izquierda ni como nueva política ni como revolución, sino como si todo el partido fuera una empresa familiar de sofás. Eso aún puede servir como izquierda donde no hay otra izquierda (IU ya no existe, es sólo una pulserita de parque de atracciones para Garzón). Pero donde hay otra izquierda local, ya no ofrece nada; y donde hay nacionalismos o regionalismos terruñistas o mitológicos, tampoco sirve de tercera vía, porque sólo estaban siendo una imitación con malos trasquilones de los abertzales de pata negra o de los galleguistas que todavía son antifraguistas (siguen persiguiendo a Fraga con su cosa de aldeanos de Frankenstein).
Los que creyeron que Podemos era otra cosa, una cosa nueva o prometedora, se han ido desengañando a medida que Iglesias se iba desdiciendo y abarquillando en su gotosa decadencia
Podemos ha resultado que no era asambleísta, ni iba de abajo arriba, ni era nueva política, sino que había quitado a los viejos comunistas de azadón y linotipia para sustituirlos por el proyectito departamental de un profesor con serrallo de compis pelotas y alumnas bobas. Iglesias se creía, como se creen en algún momento todos los popes del comunismo, que iba a reinventar esa ideología a pesar de hacer lo mismo que todas las veces anteriores. Es cierto que Iglesias quiso disfrazar a Podemos de transversal, y que sustituyó el proletariado por el mujerío, y que lo hizo filonacionalista. Pero luego vimos que todo lo que iba inventando estaba ya muy inventado, el argumentario populista, el movimiento callejero que acaba en dinastía con monograma en el rascador de espalda o de culo, y por supuesto el nacionalismo palanganero que no puede competir con el nacionalismo verdadero y rancio con sus antiguas banderas de madera, sangre, terrón y plomo.
Podemos se ha comido a esa vieja izquierda acomodada y simbólica, de ayuntamiento con garbanzada republicana, pero no a la de base nacionalista, con sus lentejas de hierro, a la que se enfrentaban con remedos. Los que creyeron que Podemos era otra cosa, una cosa nueva o prometedora, se han ido desengañando a medida que Iglesias se iba desdiciendo y abarquillando en su gotosa decadencia. Los primeros que se van dando cuenta y van despidiendo a Podemos como al buhonero son precisamente esos lugares donde ya hay una izquierda y un nacionalismo duros y viejos como zuecos, donde no cuela que se entremeta Podemos para hacer como sombras chinescas con lo suyo, lo auténtico de allí.
Podemos se ha estrellado en el País Vasco, casi ha desaparecido en Galicia y está esperando en capilla en Cataluña. Podemos tenía más éxito como barullo de camping y como sopa de letras que como falocracia otomana. Sólo Iglesias se creyó que podía ser a la vez Partido, mesías, pueblo, revolucionario, burgués, hortera de piscina y papichulo. Su fracaso es total porque es el fracaso de todo su proyecto, que era él y sólo él, envuelto en circunloquios sofistas y mondas de pobre. Podemos quería ser muchas cosas y se ha quedado en un Elvis gordo, dorado como un torero o como un faraón de casino, que está en la vicepresidencia como en una trona o un caballito de pasta y paja. Se veía venir. A lo mejor hasta vuelve el bipartidismo. Y los comunistas de dominó.
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