Torra ha querido hacer su estadito de alarma como su estadito independiente, con una agónica cazurrez institucional por encima de esa ley y esos jueces castellanos. El Estado se conjura de nuevo contra el destino de Cataluña, que es vencer a Franco, a los Borbones y también al virus que les manda Madrid como si fuera chinchón del malo. Pero esta vez Torra no sólo choca con la ley, sino con los inventos de Sánchez. Torra no se da cuenta de que nada parecido al estado de alarma es posible desde que Sánchez decretó que ya no había alarma, sino normalidad. ¿Cómo vamos a estar en la nueva normalidad si se vuelve al encierro panadero con vecinos pinchadiscos, payasetes de balcón y columnatas de papel higiénico? Torra no sólo ha topado con la tozuda ley, sino con la aún más tozuda realidad alternativa de Sánchez.

Torra se sigue dando cabezazos contra esa ley castellana, cabezazos muy españoles, como el cabezazo salmantino del Lazarillo, porque aún no entiende qué es el Estado de derecho, que los suyos no se pueden reunir alrededor de un cafetín daliniano y constituirse no ya en mayoría, sino en totalidad. Ni la urgencia de la raza ni la de la epidemia justifica rodear a los jueces como una mesa camilla con tapetillo. Otra cosa es que sería deseable que Sánchez hubiera dejado instrumentos contra el virus, materiales y legislativos, aparte de abolirlo por decreto y de abrir la barra como Ted Danson.

El estado de alarma era todo. Frenaba el virus, nos enseñaba repostería, nos devolvía a la abuela lejana como en oscuras sesiones de médium y nos iba a hacer mejores al aprender a convivir felices con la pelusa. España necesitaba el estado de alarma y Sánchez iba cada dos semanas al Congreso como a atarse a una columna de mártir, entre la piedad y la acusación, para pedir, para exigir, para reprochar, para maldecir y para sangrar. Nos decía que era el estado de alarma o el caos, que nos imagináramos a la gente yendo por ahí por donde quisiera. Cataluña ha superado el número de casos diarios que tenía a finales de mayo, pero ya no es necesario el estado de alarma, palabras con las que Sánchez parecía persignarse con un dedo gordo hinchado de agua bendita, fatalidad y escándalo. Ahora, dice el Gobierno, las autonomías cuentan con “mecanismos suficientes”

Tiene gracia que el plan para esta “normalidad” imponga a las autonomías la obligación de proveer de todos los equipos de protección necesarios, algo que nunca consiguió el Gobierno

Torra, aun estando solo, sale al atril con mascarilla, todo infeccioso, caído de hombros, derrotado y algo cínico, como un médico de MASH. Torra ya ha usado el virus para hacer patria, porque se puede hacer patria con todos los enemigos, más con los invisibles. Torra va como con bisturí contra los jueces, que vuelven a sufrir la misma enfermedad anticientífica (para Torra la raza es ciencia) y antidemocrática (para Torra la democracia son ellos). No tiene razón, de nuevo. Pero lo que pasa en Lleida puede pasar en cualquier sitio, y no se trata de pelearse otra vez con Marchena, se trata de si realmente tenemos o tuvimos herramientas contra la epidemia, si el estado de alarma era sólo un rosario medieval en familia mientras el virus pasaba como el ángel exterminador, si ahora sólo cruzamos los dedos e intentamos, como dijo Sánchez, convivir con el virus, que ya es como una suegra.

Mientras Torra, con acostumbrada angustia, culpa a Madrid o se dispone a desobedecer otra vez por grandes y justas causas, yo pienso qué diferencia hay entre el virus de marzo o mayo y el de julio. Por qué se puede convivir con él ahora y no se podía antes. Por qué se descontroló entonces, cuando teníamos el caso de un desembarcado o de uno que había comido pato chino, pero no se va a descontrolar ahora, con Lleida como un panal que zumba y toda la costa como un Ganges de chiringuiteros. Tiene gracia que el plan para esta “normalidad” imponga a las autonomías la obligación de proveer de todos los equipos de protección necesarios, algo que nunca consiguió el Gobierno. No han terminado con el virus, pero lo han delegado. Ahora la culpa será ya de los terraceros y de Ayusos vestidas de María Magdalena.

La afectada agonía de Torra sigue siendo un truco, pero nos adelanta la otra agonía que puede estar por llegar. Y no tendrá nada que ver con la contumacia de un mito, sino con la supervivencia real

Sánchez decretó el fin del virus porque llegaban los guiris con culo de hucha, pero el virus sigue ahí, y ya lo vemos. El estado de alarma, con su cerrojazo y su gente enseñando la patita por debajo de la puerta, no lo era todo, simplemente era todo lo que se le ocurrió al Gobierno mientras hacía tiempo para que pasara el virus y para que se consiguiera material entre estafas y torpezas.

El virus es el mismo, pero ahora tenemos mascarillas y geles, aunque haya que imponerlos a egoístas y zumbados. El Gobierno ha pensado que con eso y con dejar de contar infectados, o contarlos sólo a manojos, bastaba para que siguiera funcionando siquiera el fútbol y el espetero. No es así.

Claro que fue necesario el estado de alarma, mayormente para que no nos diésemos cuenta de todo lo que faltaba. Pero aún no se han dado cuenta de que hace falta mucho más. Más ciencia, más tecnología y más recursos, y quizá más instrumentos legales. Y menos funcionarios con pinta de marioneta de guante, y menos publicidad de secta con la “nueva normalidad”. Llegamos tarde y seguimos llegando tarde. Empezamos improvisando y seguimos improvisando. Sánchez y Redondo creyeron que la epidemia se podía dominar con voces de pito para el virus y bronca para la derechona, pero no. La realidad no es lo que dice Sánchez, sino lo que está a punto de desbordarnos ahora. La afectada agonía de Torra sigue siendo un truco, pero nos adelanta la otra agonía que puede estar por llegar. Y no tendrá nada que ver con la contumacia de un mito, sino con la supervivencia real.

Torra ha querido hacer su estadito de alarma como su estadito independiente, con una agónica cazurrez institucional por encima de esa ley y esos jueces castellanos. El Estado se conjura de nuevo contra el destino de Cataluña, que es vencer a Franco, a los Borbones y también al virus que les manda Madrid como si fuera chinchón del malo. Pero esta vez Torra no sólo choca con la ley, sino con los inventos de Sánchez. Torra no se da cuenta de que nada parecido al estado de alarma es posible desde que Sánchez decretó que ya no había alarma, sino normalidad. ¿Cómo vamos a estar en la nueva normalidad si se vuelve al encierro panadero con vecinos pinchadiscos, payasetes de balcón y columnatas de papel higiénico? Torra no sólo ha topado con la tozuda ley, sino con la aún más tozuda realidad alternativa de Sánchez.

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