Parece que no bastaba con que Sánchez decretara el comienzo del veraneo como dando la salida a una carrera de bicicletas, ni el final del virus como el final de una ley seca. Parece que no se trataba sólo de abrir las fronteras y los hotelones con gran lazo y gran botellazo de trasatlántico o de casino. Parece que los turistas y los gobiernos extranjeros, con su crueldad de escribas de la leyenda negra, se fían más de los datos que del Sánchez que encandiló como un James Bond de ruleta a esos avaros con sombrero de peregrino y esas frías damas de Europa. Parece, en fin, que el turismo se hunde mientras Sánchez ejerce de azafato de palabros: España se encuentra en un “escenario de control”, dice el Gobierno ante los hosteleros como castañeras de agosto.
Sánchez come de palabras inventadas, pero España no. Gran Bretaña nos pone en cuarentena, Francia recomienda no viajar a esa Cataluña en la que Puigdemont se aparece como Obi-Wan Kenobi, y las cancelaciones suenan al susto de madrugada de los timbrazos de motel o de hospital. Y si esto es así no es porque la derecha del fin del mundo haya poseído incluso a los guiris con camisa de los Beach Boys, sino porque no hay ninguna sensación de control ni de seguridad. El Gobierno parece haberse retirado con el dinero europeo en una riñonera, a contar monedas recocidas igual que un pirata o un cobrador de autos de choque, y las autonomías no tienen instrumentos legales ni tampoco muchas ganas o muchos recursos para hacer seguimiento epidemiológico. Los brotes ya no son brotes desde que se pierde la trazabilidad, y se pierde la trazabilidad porque al teléfono sólo hay gente con pereza y espera de telefonista, o ni siquiera hay gente, sino música como del himno de Vodafone.
El verano no está saliendo como queríamos, ni para el que soñaba con unas vacaciones desintoxicantes ni para el que vive del verano, del sol que coge más de media España como más de media plaza de toros
El verano no está saliendo como queríamos, ni para el que soñaba con unas vacaciones desintoxicantes ni para el que vive del verano, del sol que coge más de media España como más de media plaza de toros. Uno cree que el dilema entre seguridad y economía siempre fue un poco tramposo o también perezoso, que sólo se llega a él, al menos a ese nivel de escoger entre la ruina y la muerte, si antes se ha renunciado a otras medidas más efectivas de control y de anticipación. Pero el Gobierno ya renunció, ya se rindió, estamos así justo por eso. Igual que antes oíamos que era el caos o el estado de alarma con cerrojazo de celda medieval, ahora oímos que es la caja del hostelero o la infección. Todas las medidas se basaban en espantarnos de la calle y de la gente, toda la epidemiología era una mosquitera, y ahora estamos igual, con la diferencia de que se atreven a decirnos que no tengamos miedo.
El verano no está saliendo como queríamos, aunque la gran pregunta es si está saliendo como esperaba el Gobierno. Es decir, si el plan era dejarnos a la solana del virus a todos, al cliente y al hostelero, al guiri y al nativo, a las autonomías y a los ayuntamientos, sin más control que inventar nuevos escenarios o nuevas normalidades o nuevos entes, como esos rastreadores que son pocos, lejanos, tardones y azarosos como carteros de los Reyes Magos. Así se entiende mejor que el Gobierno parezca haber renunciado a su gobernanza y a su responsabilidad y ya sólo parezcan surfistas, como Simón. Mientras, los ingenuos se plantean si hay que volver a un mando único, cuando la cuestión no es el mando único, sino que haya un orden, un plan, unos instrumentos, y que sean efectivos. O se ilusionan con ese retiro con gachas que ha preparado Sánchez para los presidentes autonómicos, como un retiro de Pentecostés. Pero lo que no se haya pensado ya en la covacha de Iván Redondo no se va a pensar ahora cantando gregoriano. Y eso significa que no hay nada más pensado.
Eso parece, que el plan era asumir el virus como inevitable, resignarse a él como a las moscas, esconderlo en brotes o en juergas o en competencias locales, que fuera funcionando lo que pudiera ir funcionando y fueran cayendo los que tuvieran que ir cayendo, que nos consolara el dinero conseguido de Europa con pillería y coqueteo, y que nos animara un Sánchez aplaudiéndose a sí mismo entre espejos y boas de pluma, como Gloria Swanson. Parece que éste era el plan, y no por maldad, por supuesto, sino por la estructura, las prioridades y los plazos del sanchismo, que nos han dejado sin tiempo ni recursos para nada mejor. Parece que éste era el plan, pero no ha bastado. A menos, claro, que la ruina estuviese también planeada, que fuera asumible viendo las elecciones tan lejos, la derecha tan emberrenchinada y a Sánchez tan guapo. Ese dinero como doblones recuperados de Flandes no será suficiente para todos, pero puede ser suficiente para ellos. Ellos pueden comer de eso y de palabras inventadas. Tampoco les va a pasar nada porque haya un tranquilo verano sin guiris y un pobre agosto de castañeras.
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