Illa ha vuelto a hablar como después de un tiempo de salmuera, y yo creo que venía incluso con los dedos arrugados de estar remojado en lo mismo, en una especie de nube de meteorólogo contemplativa, satisfecha y casi repostera, igual para el virus que para el dinero. Para Illa siempre se está haciendo todo lo que se puede hacer y lo mejor que se puede hacer, es algo así como el meteorólogo que te dice que está lloviendo cuando llueve, y es verdad que sale siempre con tristeza de lluvia, de sombrero mojado, de paraguas olvidado y de zapatos encharcados que suenan a pato. Todo se está haciendo bien, de una manera inevitable aunque sin entusiasmo, tanto que hasta Torra lo hace bien. Todos lo hacen bien menos Ayuso, a quien le desacreditó su cartilla inmunológica como si fuera un pase vip para una discoteca de futbolistas.
Todo se hace bien y el virus sólo llueve como tiene que llover. Basta con mirar el traje y los cabellos mojados de Illa, como de enamorado bajo la lluvia. Si Torra lo hace bien, con sus números desastrosos y sus convulsiones de oso en el avispero del virus, es que no importan los números. Torra lo hará bien mientras aplique, con tino o no, los instrumentos como de marino que le ha dejado el Gobierno. Si Torra tiene sus rastreadores, muchos o pocos, si sigue el ceremonial del “Gran Decreto Ley” (Illa decía eso como el que dice Gran Duque, con golpe imaginario de bastón de chambelán), si ya está enmarcada esa nemotecnia del presidente Sánchez que es como una mnemotecnia de amigo del pececito Nemo (MMM: mascarilla, manos, metros), entonces no hay más que decir. Illa puede criticar el despiporre del ascenso del Sabadell, como hizo con severidad obispal, porque son pecadores que se descarrían y eso no es responsabilidad del cura, ni siquiera de ese Torra asotanado que ahora dice ser partidario de la Teología de la Liberación o del padre Llanos. Pero Ayuso se está inventando cosas fuera de la ortodoxia, una especie de placa de sheriff para el virus por encima de su autoridad y sus encomiendas, incurriendo más en la herejía que en la ineficacia.
Lo importante para el Gobierno es que se cumplan sus protocolos, incluso aunque detrás de la guitarra de Torra vengamos todos los demás
Esa llave de oro que ha sugerido Ayuso plantea muchas dudas sobre su utilidad e incluso sobre su constitucionalidad. Y no es porque alguien que haya pasado la enfermedad pueda contagiarse o contagiar de nuevo, que eso no ha pasado en todo el planeta, sino porque crearía una casta de elegidos que les podrían quitar a los demás igual una reserva que el trabajo. Está además la privacidad, claro. Pero, insisto, esto no es lo importante para Illa, como no es importante que la epidemia se esté comiendo como termitas la guitarra de parroquia de Torra. Lo importante para el Gobierno es que se cumplan sus protocolos, incluso aunque detrás de la guitarra de Torra vengamos todos los demás, comida de madera para el virus como una comida de Carpanta.
Si se respeta el protocolo, es decir la ortodoxia, que es lo único que no se puede poner en cuestión, los números de Cataluña no importan más que los de Bélgica. Illa justo comenzó con una especie de zoom de satélite, contándonos las cifras mundiales y europeas, con las que él no tiene nada que ver pero que ayudan a que lo nuestro se pierda en la perspectiva o en la borrasca general. Todo se reduce al protocolo, más que a la eficacia, porque el protocolo da sensación de control. Es protocolo el rastreador, aunque en realidad no haya, como el aristócrata tieso que finge que el mayordomo está de día libre. Es protocolo apelar a la ciencia, aunque sea una ciencia cabañuelista como la de Simón. (Por cierto, Illa disculpó a Simón con lo de su alegría antiturística, porque habló como epidemiólogo. Se le olvidó que el Gobierno se limita a seguir la ciencia, con lo que debería hacer caso a Simón y cerrar todo como un desván). Es protocolo, por supuesto, esa conferencia de presidentes autonómicos que María Jesús Montero llamaba “celebración”, protocolo para que Sánchez pueda posar como un rey con faisanes, mapas y banderizos.
Illa sólo se repetía bajo la lluvia del virus, como en un rezo a la Virgen de la Cueva
Illa comparecía de nuevo, arropado o complementado por los retruécanos volatineros de María Jesús Montero y por el verbo de pósit de bróker de Nadia Calviño, pero más que nada parecía sorprendido de estar allí. El Gobierno ya ha dejado todo hecho y explicado, como académicos que han elaborado un diccionario, pero ahí estaba él, teniendo que insistir en algo que ya está escrito y cosido con oro. Los instrumentos del “Gran Decreto Ley”, la cooperación con las autonomías, la canción infantil para lavarse las manos; todo eso estaba ya dispuesto y ordenado como en el Deuteronomio. Por eso Illa sólo se repetía bajo la lluvia del virus, como en un rezo a la Virgen de la Cueva. Yo creo que la misión de Illa era sólo estar ahí, con su pinta de alguien que espera el taxi bajo la lluvia, para recordarnos que llevemos el paraguas, porque el virus llueve y no hay otra cosa. “Los paraguas disparan contra la lluvia”, dice la greguería. El Gobierno, con estrategia de chubasquero y coreografía, ni siquiera dispara, sólo canta bajo el chaparrón.
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