Nunca hubo comité de expertos. Nunca hubo una mesa circular de ciencia pura, ahí en un ambiente de ozono, bolas de plasma y perfiles de luz negra, decidiendo qué zona pasaba de fase después de teñirlas con rojo Congo. Cuando Simón nos dijo que no podía desvelar quiénes eran estos expertos, por la presión social o por los espías quizá, uno ya pasó a imaginarlos como costureras esclavizadas, como cosedores de balones, como galeotes de la Ciencia, por sotanillos de maquinaria y disentería, hundidos en la roca para que nadie los descubriera ni molestara. Simón nos contaba que tenían "unas discusiones muy intensas", como de submarino, dejando una imagen muy potente que unía la épica de guerra con esa tecnología de la minuciosidad, los silencios, las burbujas y el ojo guiñado. Pero ese comité nunca existió.
El engaño no es sólo hablar de un comité o de expertos cuando en realidad sólo se trata de Simón hablando con Illa mientras éste desayuna un huevo pasado por agua (Illa tiene pinta de esa gente que desayuna huevo pasado por agua en huevera de porcelana y silencio pautado de reloj de péndulo). El engaño es sobre todo hacer pasar por Ciencia lo que sólo son decisiones políticas. Sánchez salió desde el primer día de la crisis cediendo su mando a la Ciencia como a un invasor extraterrestre, cosa que sugería que el país iba a ir a partir de ese momento como con piloto automático. Lo que ocurría en realidad es que esa Ciencia, esos expertos, esos especialistas con una autoridad ante el desastre similar a la de los fontaneros, le permitían a Sánchez convertir su ignorancia en indagación, su conveniencia en necesidad, sus palos de ciego en evidencia y sus errores en mera variabilidad estadística.
Ningún político va a permitir que las decisiones en un momento tan crucial las tomen frikis con camiseta del Comecocos y la cabeza llena de pompas de frágil tensión superficial"
La clave está en la decisión. Si es la Ciencia la que decide, la que ya te da todo hecho como un frigorífico te da hecho el cubito de hielo, los políticos no tienen ninguna responsabilidad. En lo que salga mal, dirán que se ha hecho todo lo que se podía, todo lo que "científicamente" se podía, que es lo que siguen y seguirán diciendo. En lo que salga bien, señalarán su altura de miras al apostar por la Ciencia mientras otros pusieron por delante sus egoísmos partidistas, como ya hacen. El señor científico, serio con su bata de coser la vesícula, tierno con su hélice de pajarita o infantil como un Einstein con yoyó, sólo es un monigote, una distracción (eso ha sido Simón). Ningún político va a permitir que las decisiones en un momento tan crucial las tomen frikis con camiseta del Comecocos y la cabeza llena de pompas de frágil tensión superficial. Menos que nadie, lo iba a permitir Sánchez.
La respuesta exacta de la directora de Salud Pública ha sido: "No existe ningún comité de expertos encargado de la evaluación de la situación sanitaria de las comunidades autónomas y que decida las provincias o territorios que pueden avanzar en el proceso de desescalada del confinamiento, puesto que la responsabilidad corresponde al ministro de Sanidad tras su valoración con las distintas comunidades autónomas". Pura decisión política. Sin duda habría técnicos, técnicos de la casa eso sí, del propio ministerio, haciendo sus informes y sus curvas y sus largas morcillas de ecuaciones con moscas de letras griegas. Pero al final todo se quedaba en Simón hablando con Illa, señor de letras, de crucigramas y palíndromos, mientras éste golpeaba el huevo pasado por agua con la cucharilla y el reloj daba una hora de decidir coger o no el paraguas, que es la decisión eterna que parece tomar Illa.
Simón le ha dado más vueltas a la realidad de la Ciencia que Sánchez a la realidad de la política, y ha colaborado más que nadie en que una tapara a la otra"
"Siguiendo las recomendaciones de los expertos, también de los científicos que asesoran al Gobierno de España...". Así se refería Sánchez a las sentencias de la desescalada, como el que simplemente lee uno de esos veredictos americanos. Los expertos eran los chicos del propio ministerio y los científicos eran sólo Simón, que además hacía más política que otra cosa. Quiero decir que Simón le ha dado más vueltas a la realidad de la Ciencia que Sánchez a la realidad de la política, y ha colaborado más que nadie en que una tapara a la otra. Ahora entendemos que el País Vasco pasara de fase con fase a medida, igual que tienen potes y bolsa a medida. Ahora entendemos que Simón recurriera nada menos que al patriotismo cuando le preguntaron en qué indicadores había suspendido la Comunidad Valenciana (esa pregunta "hace un flaco favor al país", soltó).
Nunca existieron esos expertos atados a la pata de la cama de la Ciencia, con juramento hipocrático con la verdad y balanza de números como una balanza de almas. Sólo la ley nos ha descubierto el engaño, pero ya sabemos que no había ningún comité que decidiera nada, como no lo hay ahora, seguro, porque violaría todas las leyes de la política y del sanchismo. No es la Ciencia, nunca lo fue. Sólo es Sánchez recibiendo a Illa todavía con huevo en la solapa. Sólo es Illa evaluando lo que dice Simón igual que la idoneidad del huevo. Sólo es Simón explicando como ciencia lo que decide Illa ante el huevo y lo que decide Sánchez ante Illa.
Nunca hubo comité de expertos. Nunca hubo una mesa circular de ciencia pura, ahí en un ambiente de ozono, bolas de plasma y perfiles de luz negra, decidiendo qué zona pasaba de fase después de teñirlas con rojo Congo. Cuando Simón nos dijo que no podía desvelar quiénes eran estos expertos, por la presión social o por los espías quizá, uno ya pasó a imaginarlos como costureras esclavizadas, como cosedores de balones, como galeotes de la Ciencia, por sotanillos de maquinaria y disentería, hundidos en la roca para que nadie los descubriera ni molestara. Simón nos contaba que tenían "unas discusiones muy intensas", como de submarino, dejando una imagen muy potente que unía la épica de guerra con esa tecnología de la minuciosidad, los silencios, las burbujas y el ojo guiñado. Pero ese comité nunca existió.
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