Sánchez no va a acabar con el virus, pero se propone no sufrir con los mosquitos de Doñana, que son grandes y mineralizados, ya como fósiles o ya como arqueológicos, entre mosquitos cámbricos y mosquitos de broche tartesio. Más de 8.000 euros se van a gastar en mosquiteras para el Palacio de las Marismillas, dispendio no sólo en comodidad, sino en simbología. Sánchez siempre ha gobernado con mosquitera, como una milady de safari, y hasta para el virus sólo tenía eso, mosquiteras. Mosquiteras para los médicos, por las que el virus entraba como un tigre, claro, y mosquiteras para el ciudadano, al que no le ofrecía más defensa que taparse la cabeza. La mosquitera es una manera elegantísima de no hacer nada y además contemplar la carnicería de los otros. Yo creo que todo el dinero europeo va a acabar en mosquiteras.
Sánchez ya está preparando Doñana, su palacio como de palafito, de rey de Gauguin, para pasar el verano del virus como un verano del Decamerón entre constelaciones de zancudas y tribus amazónicas de mosquitos. Sánchez está centrado sobre todo en los mosquitos porque la plaga del virus y la plaga económica las ha dejado controladas. Ya ha dicho Simón, que es como un oráculo resfriado de nariz y ojos, que no hay una segunda ola, así que debe de ser cierto. Simón coordina las alertas sanitarias, no las excusas ni las impotencias sanitarias, y además nunca ha fallado explicando lo que ha pasado la semana anterior. O sea que por ahí todo invita a la tranquilidad y a la siesta, una siesta pacífica como nunca, sin turismo, sin guiris, como una siesta sin vecinos, sin perro y sin mosca.
Sánchez podrá dormir tranquilo en Doñana. Fuera quedará España devorada por la enfermedad y por la recesión, en un hervor como de ataque de pirañas"
Mientras el virus duerme en sus camas de gigante, como Gulliver, María Jesús Montero, con su voz desagradable pero también somnífera, así como de aspiradora, nos dijo el otro día que "lo peor de la situación económica ya ha pasado". Según la ministra de Hacienda, este par de trimestres tan horribles "han vencido", o sea que ya no cuentan. La economía se reinicia cada tres meses y se vuelve a llenar de todas sus monedas de oro y todas sus frutas igual que una pantalla del Comecocos. Las empresas hasta el cuello, los trabajadores acojonados y los parados sin esperanza sólo tienen que echar otros cinco duros y todo volverá a ser como antes. Si el virus puede desaparecer por decreto, como así ocurrió, igual puede desaparecer una recesión. De hecho, los virus y las recesiones nunca duran más de un trimestre, como es sabido, o al menos se sabe en Doñana, donde las marismas se tragan las galaxias por la noche para que cada amanecer sea una nueva Creación.
Sánchez ya prepara mosquiteras en las Marismillas, que es una manera quieta, mirona y aristocrática de combatir las plagas: no combatirlas sino dejarlas para el servicio o para el pueblo, que vienen a ser como porteadores de Tarzán. En Sanlúcar hay una especie de leyenda urbana según la cual el pueblo termina comiéndose las plagas de mosquitos que huyen de la fumigación de Doñana, cuando llega un presidente y hay orden de sacudir hasta las dunas igual que alfombras. Será cierto o no, pero esto nos dice cómo el pueblo ve a los presidentes, siempre con mosquitera y barcaza de faraón. En Sanlúcar se conoce mejor que en ningún sitio a los presidentes, según tratan al servicio y según los hombres de negro que mandan a Bajo de Guía a llevarse el marisco como en asaltos paracaidistas o en raptos de sultán. Sánchez parece que se lleva más langostinos que nadie y ahora va a mandar también más mosquitos que nadie, con sus nuevas y finas mosquiteras tras las que él parece un príncipe en elefante.
Sánchez se lleva las gambas a Doñana y nos devuelve los mosquitos, el virus y la ruina desde detrás de sus mosquiteras de viuda negra. Sánchez se pone mosquiteras de encaje o de rejería igual para su palacete que para la epidemia o para la economía, y hasta el dinero de Europa es más que nada una mosquitera de reina mora que servirá para protegerlos a él y a su Gobierno. Por eso el dinero lo va a manejar Sánchez mismo, como un abanico también de encaje que espanta a las moscas y da esperanzas a los moscones. Está todo más que controlado, el virus ahogado en gazpacho, el dinero en la cajita de las perlas del luto, y el Gobierno tras velos atelarañados de sedas y merengues. Sánchez podrá dormir tranquilo en Doñana, al otro lado de las mosquiteras electrificadas y de las gruesas sombras de arpa de los visillos y los doseles. Fuera quedará España devorada por la enfermedad y por la recesión, en un hervor como de ataque de pirañas. En Doñana, sin embargo, sólo se oyen pájaros y espejismos de fuentes. Doñana se traga cada día el sol y las constelaciones, que se hunden como en el agua de una tinaja y amanecen limpios y tendidos. Pero habrá que recordarle a Sánchez que Doñana también suele tragarse a los presidentes para devolverlos vanidosos, febriles o locos, como atacados por insectos imaginarios. Y él ya llega endiosado y con un enjambre de verdad.
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