Se va el viejo Rey Juan Carlos, cojo, ensartado, desmontado, fragilísimo, clavado o desclavado, como esos cuerpos de Dalí. Se va como un rey elefante, a morir ya tras una cascada, sobre el cofre de riquezas de sus propios huesos. En realidad lo han echado, entre la Casa Real que está nerviosa, sobreactuada y condescendiente, y un Gobierno que no sólo tiene ministros jacobinos con guillotina de leñera, sino un presidente que los consiente.
Se va don Juan Carlos y han conseguido que parezca un exilio, una huida con disfraz de ciego, cuando el viejo Rey no ha tenido siquiera oportunidad de explicarse ni de defenderse. Han conseguido, en fin, que se recuerde a los Borbones felones, cagados o corruptos camino de Bayona o de Marsella, y que se pida la república por unos escándalos que parecen de concejal.
Los monárquicos ya no saben ser monárquicos, copiando a nuestros republicanos, que nunca supieron ser republicanos, sólo adoradores de tumbas de claro de luna, como el enamorado de Annabel Lee. Hasta Felipe VI parece un Rey de autoescuela que cree que se está examinando como Rey y que lo tiene que aprobar Sánchez o a lo mejor Puigdemont, quién sabe.
Los monárquicos ya no saben ser monárquicos, copiando a nuestros republicanos, que nunca supieron ser republicanos
Creo que el Rey Felipe se ha terminado creyendo que puede venir la república en cualquier momento, así como en un motocarro con banderín rojo. La propia monarquía se cree a Iglesias y a Torra, así que se ha quitado de en medio al viejo Rey de la peor manera, dejando una caricatura como de los años 30.
Un Rey congestionado de mujeres y dinero, huyendo como en un carromato derramadizo de candelabros, tiaras, champán y zapatos de tacón. Casi parece una ofrenda. No sé qué inconveniente tiene que se quede aquí, que se vaya a un palacete regido por sombras de yelmos y que espere el veredicto de la justicia o del pueblo sin dar el espectáculo de salir corriendo como Benny Hill.
La monarquía no debería ser tan importante. Ni la república, por supuesto. Que la democracia tenga peluquín regio o águila calva presidencial no tiene tanta importancia como la calidad de la democracia en sí y el funcionamiento de la cosa pública. Si tenemos una monarquía parlamentaria con un Rey haciendo de póliza oficial, de funcionario abrecartas y de cura de boda de cadete, pero lo que hay enfrente son repúblicas racistas como la de los indepes, o de hormigonera soviética como la de Iglesias, pues claro que empieza a ser importante defender la monarquía, incluso para los republicanos sin república posible, como yo.
Resulta que la monarquía tiene que ser ejemplar y casta, no pueden pasarse con el lujo ni enseñar la cacha, y mucho menos acumular dinero sospechoso. Es más afortunado y más libre cualquier concejal de urbanismo, cualquier capo de los ERE, cualquier segundón de la iglesia de Pujol que sigue en el poder. La ejemplaridad de estos republicanos puede soportar, como en Cataluña, el hecho de abolir la ley (toda ley, incluso la suya) y convertir lo público en partidista, sobre todo el dinero.
La ejemplaridad de Iglesias soporta llamar corrupto al régimen que lo tiene de vicepresidente
La ejemplaridad de Iglesias soporta llamar corrupto al régimen que lo tiene de vicepresidente, combatir la libertad de prensa o la separación de poderes y compartir la filosofía tribal del sedicioso que niega la ley en favor de las plazas ocupadas. Imposible para el viejo Rey ser ejemplar, él tan rijosillo de muslos y pelucos, con su morbo de pecado isabelón, comiendo patas de elefante y cubierto de lingotes de oro como de chocolate suizo, como cualquier contable, asesor o mindundi de nuestra vida pública.
No, claro que los reyes no son iguales que los demás. Son bastante menos que un presidente autonómico sedicioso, que un vicepresidente que no entiende el papel de un tribunal de justicia ni reconoce libertades que no se otorguen en asambleas de alcantarilla, y hasta menos que un concejal con buen ojo.
El viejo Rey, que hizo lo que quiso porque le dijeron que podía hacerlo (a nadie se le debería consentir ser “inviolable”); él, que fue verdaderamente un Borbón traidor porque traicionó a Franco, como Suárez, y por eso tenemos democracia; el viejo Rey escopetero y pichabrava, en fin, fue ambicioso y torpe. Ahora, es más carnaza antimonárquica que nunca, y yo creo que es por el miedo que les da a algunos monárquicos no parecer republicanos.
Quizá hasta Felipe VI quiere parecer un republicano. No se da cuenta de que en sus discursos a la marinería o al arbolito de Navidad ya hay más sentido de lo público que en las algaradas revolucionarias y bosquimanas de esos republicanos de pacotilla. No hacía falta ofrecerles el rastro de un Rey alanceado al que rematar.
Son esos falsos republicanos los que han conseguido que nos estemos ocupando de la monarquía, porque no hay nada mejor. Tenemos una democracia con guantecito de baile los domingos, o sea una democracia con una monarquía decorativa que sólo dice las obviedades de la democracia con mucha pasamanería. Pero, frente a eso, no hay más que racistas y totalitarios. O sea, que tampoco va a celebrar uno que ahora tengan la cabeza de un pobre Rey viejo para hacerla rodar por rampas y cestas. Aunque haya sido una ofrenda de la propia monarquía.
Se va el viejo Rey Juan Carlos, cojo, ensartado, desmontado, fragilísimo, clavado o desclavado, como esos cuerpos de Dalí. Se va como un rey elefante, a morir ya tras una cascada, sobre el cofre de riquezas de sus propios huesos. En realidad lo han echado, entre la Casa Real que está nerviosa, sobreactuada y condescendiente, y un Gobierno que no sólo tiene ministros jacobinos con guillotina de leñera, sino un presidente que los consiente.
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