Iglesias está celoso, quiere a Sánchez para él como una mujer pantera y quiere el Gobierno como una casita en la pradera con hijos de peto proletario. “Hay que cuidar la coalición”, ha dicho como una esposa de Mad men al ver que Sánchez ya se cita con Ciudadanos como con una de esas azafatas rusas con pañuelo naranja. El ideal podemita se parece mucho al de una princesa Disney, o sea no tanto la revolución sino un hogar seguro y un guapo con corte de pelo a lo príncipe de galletas que te patrocine esa revolución. Sánchez le concedió a Podemos sus ministerios para que fuera haciendo una pequeña Cuba con ellos, con sus desconchones con forma de estrella a balazos, sus muros sostenidos por bicicletas y sus promesas de un paraíso del igualitarismo con el mismo helado, la misma alpargata y la misma braga para todos. No era mucho, pero era un comienzo. Podemos confiaba en repartir miseria según los protocolos de la miseria, pero resulta que ahora no se puede repartir dinero sino según los protocolos del dinero, es decir los de Europa. Y ni siquiera Sánchez tiene alternativa ante esto.
Podemos, con su medio Gobierno como una comuna, su gobiernillo de liderazgo seminal, huertos menstruales, falsos fideos de clase obrera y venganzas de comunista de parnasillo, no es más que la mesa de los niños en el Consejo de Ministros. Pero el bicho y la ruina ya no permiten patrocinar esos fuertes indios ni esas comiditas de plastilina de Podemos. Ahora, Irene Montero dice del PSOE que “mira a la derecha”, y Echenique les acusa de “querer otros aliados”, todos ahí como en una bronca familiar montada por la suegra. Sánchez no es que mire a la derecha, sólo mira su supervivencia, como siempre. Pero ahora se trata de sobrevivir ante Europa, no ante la audiencia de TVE, que se traga los gráficos trucados como si fueran mapas del tiempo; ni ante el CIS, que no le hace a Sánchez encuestas sino croquetas de abuela.
Con Ciudadanos se ha reunido Carmen Calvo, o sea que se ha reunido el Gobierno, y también medio Gobierno, y también sólo el PSOE, porque esta gente no hace distingos. Podemos, claro, ha estallado en unos celos morunos y operísticos, y ya está invocando a las diosas del matrimonio, supongo que a Fricka, con gran furia y gran martilleo vikingo de la izquierda. Pero esa casa común de la izquierda, tardía, interesada y con ajuar amarillo de solterona, siempre fue mentira. La coalición fue una necesidad, un mal inevitable, una derrota. Sánchez no dejó de rechazar a Iglesias hasta que sólo quedó Iglesias, ahí como en una isla de un solo cocotero. Con Iglesias, recuerden, a Sánchez le quedaban unas noches como de señor Scrooge, llenas de fantasmas con forma de gorro de dormir. Con Iglesias, recuerden, el futuro era la cartilla de racionamiento y Venezuela. Eso decía Sánchez. Hasta que vio que en la isla sólo quedaba ese coco, peludo y seco como una indígena de allí vestida de cocos.
Con Iglesias, recuerden, el futuro era la cartilla de racionamiento y Venezuela. Eso decía Sánchez. Hasta que vio que en la isla sólo quedaba ese coco, peludo y seco
Sánchez confiaba en manipular a Podemos y Podemos confiaba en aprovecharse de Sánchez. El centro derecha disperso y atocinado, de caricatura más fácil que nunca gracias a la pura caricatura que es Vox, dejaba a la coalición en apenas poco más que una izquierda hípster, margarita y lúdico-feminista. En realidad, el auténtico engendro estaba en ese Gobierno con antisistemas, defensores de los “presos políticos” y un concepto de la democracia popular sustentado en la guillotina como si sólo fuera una jamonera. Podemos se aburguesaba o incluso se monarquizaba con Iglesias, pero eso nunca ha evitado las revoluciones (todas las revoluciones del igualitarismo terminan en un líder carismático, totalitario y señorón). La coalición prometía ir funcionando así, entre el símbolo y la golosina, hasta que llegó el bicho.
Ahora, con el virus reventando los mitos y matándonos de realidad, Sánchez tiene más dificultad en justificar a unos socios que sólo saben usar el dinero quemándolo y sólo parecen preocupados por demoler el Estado de derecho, la separación de poderes y el imperio de la Ley para sustituirlos por la voluntad del pueblo encarnada en esa especie de Sandokán/Rasputín del sexo y de la izquierda. Sánchez ya está tocado por cómo le ha quedado la gestión de la epidemia, entre el avestruz, el funerario del Oeste y el cuento de la buena pipa. Si Europa nos veta el dinero porque todo se va a la picadora simbólica o identitaria, incluso el presidente se da cuenta de que le será imposible sobrevivir.
Sánchez sólo tenía a Iglesias, esperándolo como una novia fea del pueblo. Pero ahora puede buscar algo más. No es cuestión de ideología, cosa que Sánchez no gasta. Sólo necesita un buen relato y este fin del mundo da para muchos. Simplemente tiene que desdecirse otra vez y volver a cuando Iglesias le quitaba el sueño como un fantasma escocés. Sánchez tiene opciones, lo que no quiere decir que camele a Ciudadanos o que incluso encuentre épica o utilidad para una alianza con el PP. El que seguro que no tiene a nadie más es Iglesias. Por eso ahora el celoso marqués de Galapagar le saca a Sánchez el álbum de boda con ermita, y el niño con mocos, y la cuñada señalando furcias. Saca hasta aquel recuerdo de la luna de miel, una como estatuilla tribal que, ahora que la ve mejor, la verdad es que más bien parece sólo un coco seco.
Iglesias está celoso, quiere a Sánchez para él como una mujer pantera y quiere el Gobierno como una casita en la pradera con hijos de peto proletario. “Hay que cuidar la coalición”, ha dicho como una esposa de Mad men al ver que Sánchez ya se cita con Ciudadanos como con una de esas azafatas rusas con pañuelo naranja. El ideal podemita se parece mucho al de una princesa Disney, o sea no tanto la revolución sino un hogar seguro y un guapo con corte de pelo a lo príncipe de galletas que te patrocine esa revolución. Sánchez le concedió a Podemos sus ministerios para que fuera haciendo una pequeña Cuba con ellos, con sus desconchones con forma de estrella a balazos, sus muros sostenidos por bicicletas y sus promesas de un paraíso del igualitarismo con el mismo helado, la misma alpargata y la misma braga para todos. No era mucho, pero era un comienzo. Podemos confiaba en repartir miseria según los protocolos de la miseria, pero resulta que ahora no se puede repartir dinero sino según los protocolos del dinero, es decir los de Europa. Y ni siquiera Sánchez tiene alternativa ante esto.
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