Recuerdo a Monedero el día de la investidura, allí en el gallinero del Congreso, nervioso o travieso, entre vigilante jurado de José Mota y chiquillo con globos de agua. Se agarraba un poco a la barandilla, quizá para no ser absorbido por el Régimen Corrupto del 78 que se revolvía abajo en el Hemiciclo, y que parecía querer tragárselo con sus fauces de rojo y madera, como la boca podrida de un pirata. Se había traído hasta un librito de Gramsci, en plan amuleto, como el que lleva al castillo de Drácula un crucifijo de hueso o toda una collera fúnebre de ajos. Para qué llevar allí un libro de Gramsci, colgandero, bolsón, pendulón... Gramsci como Biblia contra las balas, o como el libro paseado de ese intelectual apócrifo, paseador de libros como de bastones, libro que le adorna amores de bibliotecaria y glorias de café tan falsos como su intelectualidad.
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