Recuerdo a Monedero el día de la investidura, allí en el gallinero del Congreso, nervioso o travieso, entre vigilante jurado de José Mota y chiquillo con globos de agua. Se agarraba un poco a la barandilla, quizá para no ser absorbido por el Régimen Corrupto del 78 que se revolvía abajo en el Hemiciclo, y que parecía querer tragárselo con sus fauces de rojo y madera, como la boca podrida de un pirata. Se había traído hasta un librito de Gramsci, en plan amuleto, como el que lleva al castillo de Drácula un crucifijo de hueso o toda una collera fúnebre de ajos. Para qué llevar allí un libro de Gramsci, colgandero, bolsón, pendulón... Gramsci como Biblia contra las balas, o como el libro paseado de ese intelectual apócrifo, paseador de libros como de bastones, libro que le adorna amores de bibliotecaria y glorias de café tan falsos como su intelectualidad.
Monedero es más Podemos que incluso Iglesias, que lloraba abajo igual que un niño perdido en la playa
Me di cuenta de que en ese momento Monedero era más Podemos que incluso Iglesias, que lloraba abajo, entre las olas vegetales de las alfombras, igual que un niño perdido en la playa. Monedero era el espíritu original de Podemos, un espíritu entre el infantilismo y el paquetón de calcetín del intelectual sin intelectualidad, que sueña con ser héroe de clubes de lectura femeninos y de sus otros compañeros con libros como paraguas o como pipas.
Monedero seguía estando ahí, sigue estando ahí, como ángel de voladizo, como pensador de chimenea o como cenicero de pensador, y yo creo que sobre todo como alegoría de aquel primitivo “núcleo irradiador” del partido. Es decir, esa intelectualidad liviana, de crucigrama y agenda de citas célebres, unida a fantasías geopolíticas de instituto o de barrio, como el que se metía en el sindicato de estudiantes para ligar en las manifas. Monedero sigue estando ahí a pesar de que dimitió, o le dimitieron, después de que se supiera que había cobrado más de 400.000 euros por asesorar a países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, países todos encantadores. Uno está en Somosaguas, en una facultad como un vagón de metro neoyorquino, con el tweed y las coderas y el libro de Gramsci con una presencia entre foto de trinchera y Libro de Mormón, ahí con los conocimientos y la repercusión justos para impresionar a la alumna trigueña de la primera fila, y de repente asesora a gobiernos por millonadas. Eso era Podemos, unos culturetas de peña saharaui con unas ambiciones eroticopolíticas que el destino fue cumpliendo, más o menos, entre el interés extranjero y el jaleo nacional.
Monedero sigue siendo el profesor, mientras Iglesias ya es un líder como de mural cubano. Es como si quisiera ser el Alfonso Guerra de Felipe, aunque Guerra lo vapulearía intelectualmente como a regletazos o a cantazos del Quijote. Yo les invito a que vean ese video de YouTube con fragmentos de una clase de Monedero, que parece de Pantomima Full aunque es la realidad académica y política de Podemos.
Monedero, ahí con gesto reconcentrado, como de mentalista; Monedero ahogándose o nadando con las cejas, igual que un astronauta, en el espantoso vacío que dejan explosiones aleatorias de autores y mayúsculas; Monedero saltando, como para no caerse, entre escuelas, siglos, obras, conceptos, sin llegar a nada; Monedero dando clase por acumulación o por asfixia, como el que está rellenando el rosco de Pasapalabra o ese crucigrama del intelectual paseador de libros como de galgos. La majadería inflada, el culteranismo del grafiti, el rollo de conquistar bibliotecarias o pijas rojales, eso es Monedero, y por eso sigue siendo el más puro Podemos.
Monedero sigue siendo el profesor, mientras que Iglesias ya es un líder como de mural cubano
A Monedero también le ha pedido los papeles el juez, ese juez urraco, siervo del Régimen Corrupto del 78. Quiere datos de todas las sociedades mercantiles en las que figure, algo tremendamente sospechoso. Y no me refiero a que un profesorcillo de gafas con esparadrapo también pasee dietarios de sociedades mercantiles como si fuera Mario Conde, sino a que a Podemos le pidan papeles. En Twitter, Monedero ha dicho que todo esto es porque “la trama de privilegios y corrupción amparada en la figura de Juan Carlos I, sostenida por los mismos banqueros del franquismo, responsable del saqueo a las arcas públicas del PP y rematada por las privatizaciones de Aznar y González” no “iban a permitir a Podemos”. Supongo que es lo que le cuenta también al guardia cuando lo para.
Cualquiera se limitaría a decir que Podemos es inocente, que son invenciones de un chivato rebotado, y que así se probará. Pero Monedero tiene que sacar toda la baraja del mal, a los reyes a la vez joteros y arábigos, a los peperos con gominilla de buen tocino, a los banqueros de blancos borceguíes, a las mucamas de doña Carmen Polo, al complot de las Siete Hermanas y hasta a Miguel Bosé. Sí, igual que tiene que sacar autores de carrerilla en sus clases, para no caerse con las manos en los bolsillos hacia el vacío ojival y místico de su entrecejo.
Recuerdo a Monedero aquel día, como un polluelo nervioso en el gallinero alto y crujiente del Congreso. Desde arriba, el Hemiciclo parece un anfiteatro de gladiadores, un caldero de pecadores o un infierno de retablo, bajo los dioses paganos o musicales del techo. Monedero era más que nadie la alegoría de Podemos, esperando adherirse a ese techo más que escapar de la Babilonia del 78 que hervía abajo. Sigue siendo esa alegoría, cuando no lo puede parar el guardia ni llamar el juez sin que tenga que mediar una conspiración con capuchita siniestra. La democracia como malvada conspiración es una excusa aterradora, porque justifica ya cualquier desmán y cualquier abuso. Debe de ser eso lo que buscan.
Aquel día, aquel Monedero feliz y caedizo, como un querubín, y aquel librito de Gramsci, tan innecesario como definitorio. La apoteosis de la tontería, de la hinchazón y de la revancha acomplejada, allí triunfando ante los dioses esmaltados, las lechuzas de ateneo y las espigas simbólicas de la democracia. Aquel día en el gallinero, Monedero fue más puramente Podemos que nunca.
Todos los "motivos para una moción de censura" que Vox ha venido defendiendo durante semanas para justificar su iniciativa han […]Recuerdo a Monedero el día de la investidura, allí en el gallinero del Congreso, nervioso o travieso, entre vigilante jurado de José Mota y chiquillo con globos de agua. Se agarraba un poco a la barandilla, quizá para no ser absorbido por el Régimen Corrupto del 78 que se revolvía abajo en el Hemiciclo, y que parecía querer tragárselo con sus fauces de rojo y madera, como la boca podrida de un pirata. Se había traído hasta un librito de Gramsci, en plan amuleto, como el que lleva al castillo de Drácula un crucifijo de hueso o toda una collera fúnebre de ajos. Para qué llevar allí un libro de Gramsci, colgandero, bolsón, pendulón... Gramsci como Biblia contra las balas, o como el libro paseado de ese intelectual apócrifo, paseador de libros como de bastones, libro que le adorna amores de bibliotecaria y glorias de café tan falsos como su intelectualidad.