Solo me considero un catalán más, un ciudadano más que asiste con preocupación a la deriva de nuestro país. Como solo soy un ciudadano más, no sé si esta preocupación mía podrá ver las galeradas de algún periódico y ser compartida, criticada o aplaudida por el resto de catalanes a los que en definitiva va dirigida este artículo. Espero que sí.

Preocupación, ¿por qué? 

En Cataluña, por la inexistencia de turismo, por la inexistencia de un govern catalán para negociar la distribución de los fondos europeos, por la constatación de que la actividad del Parlament es y ha sido inexistente excepto esta boutade de convocar un pleno para pedir la abdicación del rey, (cuestión que evidentemente solventará de cuajo todos los problemas anteriores).

Preocupación en España, porque la salida de Juan Carlos I y la demonización del monarca y de la Monarquía abre un abismo político hoy insondable; por la lucha de narcisos en la Moncloa a ver quién se lleva el gato al agua entre Sánchez, moviendo las bambalinas para que Tezanos nos regale una encuesta del CIS aderezada al gusto, y el coletas (o la moños, ahora), enardeciendo a sus bases con un populismo tan falto de intelecto como de estética

Entre tanto, los españoles adormecidos por el verano, pero con pesadillas interminables sobre la crisis económica que se avecina y sobre la evolución de la pandemia y su peligro de contagio entre sus más próximos.

Los principales culpables son los políticos, que en su mayoría han perdido el orgullo de sacrificarse por el bien común

Por su parte, la Iglesia -criticada porque en vez de repartir su patrimonio entre los pobres (a pesar de que es la institución con mas entrega social y solidaria del mundo)- es acusada de haberse apropiado de los templos, ermitas y parroquias que durante siglos ha administrado, pero que solo ha podido registrar su propiedad en los últimos años.

A su vez, la judicatura se ve obligada a pronunciarse una y otra vez sobre las fechorías cometidas por los políticos (Gurtel, ERES de Andalucía, caso Pujol, caso 3%) con sentencias a las que no se les reconoce su función armonizadora, sino que se utilizan para confrontar a los españoles en función de su ideología favorable o no, al partido político afectado.

Mi conclusión es que o se han alineado los astros para negar a la Tierra la luz de cualquier estrella, o existen una (o varias) estrategias para, aprovechando la imprevisible aparición de la Covid 19 y sus efectos, dinamitar todo rastro de equilibrio institucional existente, es decir: Transición, Constitución, Monarquía, Iglesia y Autoridad (judicial o policial), y sustituirlo por  un populismo vocinglero de constante dádiva y promesas de imposible cumplimiento.

Si tuviera que señalar culpables lo haría tirándome piedras a mi propio tejado. Los principales culpables son los políticos, o la clase política en general, que en su mayoría ha perdido el orgullo de sacrificarse por el bien común y por el servicio a la sociedad que les sustenta. En su lugar, lo sustituyen por la búsqueda insaciable de una retribución económica succionada de esa voraz e hiperdimensionada hidra administrativa que nos rodea.

Nos hacen falta Carrillos, Gonzalez, Suárez, Alfonsos Guerras o Fragas. Nos hacen falta Pasionarias, no tanto por recordar a Dolores Ibarruri, sino para emular la pasión con la que defendía su causa.

Podemos demostrar que tenemos pasión por las cosas bien hechas y por el consenso y la paz social. Este es nuestro envite

Pero frente a esta situación nace nuestro envite, en el que lo tenemos todo por delante para ganar.

Podemos relanzar la virtud del optimismo, la virtud de la generosidad personal, la búsqueda del bien común y no la de nuestro propio bien. Podemos buscar la mejor razón del adversario para cohonestarla con la nuestra, podemos renunciar al personalismo para centrarnos en la eficacia de quien sea el mejor, podemos aspirar a construir el cimiento del progreso, aunque a lo mejor en la siguiente legislatura no podamos ver el final de nuestra obra. Podemos demostrar que tenemos pasión por las cosas bien hechas y por el consenso y la paz social. Este es nuestro envite.

Pero para aceptar un envite hay que introducirse en el juego, y hoy el juego democrático se llama elecciones. Elecciones para demostrar a toda la sociedad catalana que hay partidos políticos que aceptan el envite de reconstruir Cataluña, y de devolverle el prestigio y pundonor  que nunca debió haber perdido.

Lliga Democràtica sabe que solo desde la voluntad de unir a todos los catalanes que aman a su país y buscan lo mejor junto al resto de españoles, se podrá alcanzar el Govern de la Generalitat.

Somos muchos los catalanes que, desde el 2017, hemos quedado huérfanos de una opción política centrada en las personas, en su salud, en su trabajo, en la dignidad de su vivienda y de su educación. Somos muchos los catalanes que estamos hastiados de que el señor Puigdemont se pelee con el señor Junqueras por ver cuál es más radicalmente independentista, o que el señor Torra escale cada día un escalón más alto en una absurda exhibición de "a ver quién es más audaz que yo", sin que ninguno de todos los nombrados se preocupen por nuestra salud física o mental, o se ocupen en gobernar día a día  para todos los catalanes, piensen o no como ellos.

Lliga Democràtica acepta ese envite y para ello se ha preparado y continuará preparándose para ofrecer en estas elecciones que reclamamos, una opción plural que aglutine a todos los partidos no independentistas. La Lliga ha nacido con el único fin de gobernar Cataluña recuperando la eficiencia de un govern para todos, ya sean viejos o jóvenes, soberanistas o no, en paro, jubilados o en activo; recuperando, en definitiva, la eficiencia de un Govern sin miedo a perder poder, sino con ganas de poder servir.


Nicolas de Salas es vicepresidente de Lliga Democràtica

Solo me considero un catalán más, un ciudadano más que asiste con preocupación a la deriva de nuestro país. Como solo soy un ciudadano más, no sé si esta preocupación mía podrá ver las galeradas de algún periódico y ser compartida, criticada o aplaudida por el resto de catalanes a los que en definitiva va dirigida este artículo. Espero que sí.

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