Entre las noticias de prensa de nuestros días, dos acaparan abrumadoramente la atención: los rebrotes del Covid y las últimas peripecias de nuestro Rey emérito Juan Carlos I.
Las interpretaciones -en general- de ambos hechos tienden más bien al alarmismo, de manera que la preocupación por las ramas -existentes, pero no sustanciales– no deja espacio a un recorrido bien orientado por el bosque de verdaderos problemas, que es lo que debería importar.
Ante una catástrofe tan grave, un Gobierno responsable la convertiría en un asunto de Estado"
Empezando por el Covid, es evidente que sus peligros, sobre todo mortales, se han reducido enormemente, mientras la sociedad está más preparada para eludir los posibles contagios. En tanto que llega la panacea universal de la vacuna no tenemos más remedio que convivir con el virus desarrollando la máxima actividad económica posible, cuidando muy especialmente el obligado regreso a las aulas y controlando prácticas sociales realmente peligrosas.
Lamentablemente, el Gobierno, además de cosechar los peores resultados internacionales -en todos los rankings obtenemos el peor resultado- ha generado cada vez más desconfianza con sus actuaciones hasta ahora. Ante una catástrofe tan grave, un Gobierno responsable la convertiría en un asunto de Estado tendiendo tres tipos de puentes:
- Con la oposición, para concertar un programa de Estado sobre el tratamiento del Covid hasta conducirlo -si no extinguirlo- a límites propios de los mejores países.
- Con la comunidades autónomas, desde la igualdad de trato entre ellas y de éstas con el Gobierno. Se trata de poner orden y coordinación, aprovechando la crisis sanitaria, en un ámbito de extrema importancia ciudadana.
- Con los ciudadanos, tratándolos como adultos responsables de sus actos, mediante informaciones serias y alejadas de sospechas de interés político, lo que exige sustituir al desacreditado doctor Simón por un equipo de incuestionables expertos -de público conocimiento- y un portavoz solvente.
Mientras tanto, los medios de comunicación debieran reflexionar acerca de su habitual alarmismo y sustituirlo por planteamientos más constructivos, porque lo que es seguro es que el "apocalipsis", aunque a algunos les pese, ha pasado de largo y todo lo que debemos hacer es recuperar, con los debidos cuidados, la normalidad de la vida económica y ciudadana en general.
La grandeza de la obra política de nuestro Rey Emérito carece de parangón histórico en siglos, dentro y fuera de España"
La otra gran noticia de nuestros días, la voluntaria salida de España del Rey Juan Carlos I, carece de recorrido por mucho que se empeñe casi todo el mundo en pontificar sobre la materia. La grandeza de la obra política de nuestro Rey Emérito carece de parangón histórico en siglos, dentro y fuera de España, y no tiene vuelta atrás. Es cierto que al final ha resultado tristemente ensombrecida por supuestos hechos, que en nada pueden cuestionar sus logros, y habrá que esperar a que sean debidamente juzgados -si hubiera lugar- en los tribunales y, desde luego, libremente valorados moralmente por la sociedad.
El cuestionamiento oportunista de la institución monárquica carece de interés real, por mucho que los medios de comunicación se hagan eco, haciéndoles el juego, de las posiciones políticas al respecto de partidos comunistas, bolivarianos y nacionalistas que siempre -a nadie engañan- han estado y seguirán estando contra nuestra Constitución y quien la hizo posible, pase lo que pase.
Hacer el juego a los partidos antisistema y abrir un debate sobre nuestra Constitución y la institución monárquica es simplemente absurdo, por dos razones muy claras:
- Los partidos antisistema carecen de capacidad para reformar legalmente nuestra Constitución y con ella su modelo de jefatura del Estado.
- Nuestro actual Jefe de Estado es de entre todas las demás altas instituciones el que goza de mayor prestigio y reconocimiento social. Su competencia para el ejercicio de su alta función, su integridad y el recto desarrollo de la misma no pueden ser más ejemplares.
El doble alarmismo sobre el Covid y la Monarquía está obviando el verdadero problema de fondo -este sí, inexorable- al que estamos enfrentados: la recuperación de la economía, del empleo y, sobre todo, la convergencia con la Unión Europea.
Venimos de una larga y severa crisis de la que apenas comenzamos a remontar recientemente, a lo que se suman tres circunstancias muy desfavorables:
- La mayor caída de la economía de nuestro entorno.
- La mayor rigidez institucional para poder afrontar la crisis.
- Un Estado superendeudado con escasísima capacidad de respuesta.
Se habla de las ayudas europeas y su condicionalidad, como si nuestro futuro sólo dependiera de la misericordia ajena"
Todo ello junto vaticina un futuro estremecedor que, éste sí, debiera tenernos muy alarmados. Y sin embargo, los políticos del Gobierno y la mayoría de los medios de comunicación no tienen en su agenda -mientras miran para otro lado- lo que de verdad debería importar. A lo sumo, perezosamente, se habla de las ayudas europeas y su condicionalidad, como si nuestro futuro sólo dependiera de la misericordia ajena.
Las imprescindibles reformas del sector público, incluida la de las pensiones, la liberalización de los mercados para facilitar la creación de riqueza, la ejemplaridad de la función pública y la despolitización de las instituciones públicas son las verdaderas asignaturas pendientes desde hace mucho, y siempre quedan inmatriculadas para un septiembre que nunca llega.
Entre las noticias de prensa de nuestros días, dos acaparan abrumadoramente la atención: los rebrotes del Covid y las últimas peripecias de nuestro Rey emérito Juan Carlos I.
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