La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentario del PP era una noticia esperada en Génova y anhelada por los barones del partido con mayor peso político: Moreno Bonilla, Fernández Mañueco y, sobre todo, Núñez Feijóo.
Probablemente, Pablo Casado no midió bien lo que significaba su nombramiento como portavoz en el Congreso. Pero él acababa de ganar y José María Aznar todavía pesaba mucho en sus decisiones.
Álvarez de Toledo, que ya formó parte del Grupo Parlamentario Popular en época de Eduardo Zaplana -portavoz- y Ángel Acebes -secretario general del PP- , no encajó bien con el equipo de Mariano Rajoy. En especial con Soraya Sáenz de Santamaría. En 2015 Rajoy ya no la puso en la lista del partido. Ella tampoco quería seguir y se marchó a FAES.
Para Casado, Cayetana era "un buen fichaje". Al menos, eso es lo que a mí me dijo y supongo que le diría a los que le preguntaron. Para ella era un victoria en toda regla: volvía al Congreso por la puerta grande. Sabedora de lo que representaba su ascenso en el PP, puso condiciones a su reingreso. La primera y fundamental era que no se ceñiría al argumentario del partido, que tendría "opinión propia".
Casado aceptó y ese fue su error, porque Álvarez de Toledo se tomó muy en serio su pretensión de ser algo más que una portavoz al uso. En realidad, aunque ella no lo diga, quería marcar la línea política del partido en los temas fundamentales.
Más que un verso suelto quería ser el autor del soneto.
Álvarez de Toledo ha querido ser siempre la protagonista de la película. Se enfrentó a Irene Montero con aquello del "sí es sí" cuando se trata de sexo. En puridad, Cayetana tenía razón en lo que decía, pero su discurso sin matices le dejó un flanco abierto al PP justo en un asunto en el que la izquierda siempre le ha tomado ventaja. Pero a Cayetana eso le daba igual.
En las últimas elecciones generales Casado decidió apostar por ella en Cataluña y la colocó como número uno por Barcelona. Álvarez de Toledo le quiso robar votos a Ciudadanos con un discurso de choque frontal con el independentismo. Pero el resultado no pudo ser más decepcionante: dos escaños y pérdida de la mitad de los votos que el PP obtuvo en 2016. Eso sí, en los debates lo hacía bastante bien.
Álvarez de Toledo cree estar por encima de todo el mundo y eso le suele molestar a casi todo el mundo. En política, al margen de ser brillante y saber idiomas, hay que tener empatía, saber ganarse a la gente. Justo lo que Cayetana nunca ha sabido hacer.
La ya ex portavoz planteó la cuestión de Elorriaga como un pulso a Casado. Luego llegó el desafío con la entrevista en El País. Ayer se despidió con cajas destempladas tildando al líder del PP de autoritario
Núñez Feijóo me comentó unos días antes de que se suspendieran las pasadas elecciones en Galicia por el Covid-19: "Yo aquí tengo que ganar por mayoría absoluta, lo que quiere decir que me tiene que votar gente que no es del PP. Si viene Cayetana, eso no me ayuda a ganar, porque le puede gustar a los nuestros, pero ahuyenta a los otros".
O sea, que no tenía muchos amigos entre los poderosos del partido. Pero Génova la apoyaba. Hasta que se enfrentó con Teodoro García Egea, al que la portavoz no le tiene demasiado aprecio.
El secretario general del PP criticó internamente con dureza la intervención de la portavoz el día que llamó "terrorista" al padre de Pablo Iglesias. En aquel Pleno, Casado hizo una intervención brillante, el presidente estaba pasándolo mal y, sin embargo, el debate se desvió en una polémica estéril: si el FRAP, partido en el que militó el padre de Iglesias, era o no un grupo terrorista.
Después vino la bronca por la continuidad de Gabriel Elorriaga, que, por cierto, es uno de los parlamentarios más brillantes del PP. El secretario general propuso destituirle como asesor del Grupo Parlamentario y Álvarez de Toledo convirtió el asunto en una cuestión de honor: "Si se le destituye, yo me marcho".
Y ahí Casado se mantuvo firme y decidió mantener el pulso y quitarle de asesor, aunque la excusa que se buscó -los estatutos- era más bien débil.
Las espadas estaban en alto y, como ha hecho siempre, Álvarez de Toledo, en lugar de retroceder, decidió dar un paso adelante. Y le dio una entrevista a El País el pasado domingo en la que no sólo criticaba la decisión de García Egea de destituir a Elorriaga por "invadir" sus competencias, sino que insistía en una idea que nadie defiende en el partido: una coalición de gobierno con el PSOE.
Esa fue la gota que colmó un vaso que ya estaba hasta los topes. Sorprendido, el domingo llamé a un dirigente del partido. "¿Qué te ha parecido la entrevista de Cayetana en El País?" "Pues la constatación de lo que ya sabemos: antes muerta que sencilla".
Ayer por la tarde, en su comparecencia ante los periodistas, la ya ex portavoz no decepcionó. Fustigó a Casado sin piedad y le colgó la etiqueta de autoritario. Ella es la libertad, por supuesto. A García Egea también le dedicó sonoros piropos, como, por ejemplo, que, desde el minuto uno siempre intentó coartar su autonomía.
Casado ha optado por una solución que busca reforzar su liderazgo y, además, consolidar el perfil de partido moderado que quiere transmitir para los tiempos recios que nos esperan. Cuca Gamarra, como portavoz en el Congreso, nunca le hará sombra. Martínez Almeida, como portavoz del partido, es una apuesta de futuro: el alcalde de Madrid es un buen ejemplo de cómo se puede ser fiel a la ideología del partido sin necesidad de levantar ampollas innecesarias.
La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentario del PP era una noticia esperada en Génova y anhelada por los barones del partido con mayor peso político: Moreno Bonilla, Fernández Mañueco y, sobre todo, Núñez Feijóo.
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