Hace ya tres meses de aquello. El 29 de mayo de este año comparecían ante los españoles la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero; el vicepresidente de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, y el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá.
Tal despliegue de miembros del Gobierno no estaba relacionado, sin embargo, con la terrible situación del coronavirus que en aquel momento ya arrasaba a la población española. El motivo de aquella comparecencia era la presentación pública de la medida estrella del "gobierno progresista", como les gusta autocalificarse a casi todos los miembros del Ejecutivo: el Ingreso Mínimo Vital.
No ahorraron los ministros a la hora de adornar con los mejores adjetivos esa medida aprobada entonces, que ya había provocado serios problema entre el ministro Escrivá y el vicepresidente Iglesias porque éste urgía a aquél a anunciar cuanto antes la medida y el responsable de la Seguridad Social se iba resistiendo con el argumento de que las distintas administraciones públicas no estaban todavía preparadas para asumir la gestión de esa prestación.
Pero al final Escrivá, empujado por Pedro Sánchez, cedió a la presión constante de Iglesias y ese día, hace hoy tres meses justos, los tres presentaban esta prestación social. "Es un paso de gigante en la lucha contra la desigualdad y la pobreza y en favor de la igualdad de oportunidades", decía la ministra portavoz.
El resultado es la irritación y la desesperanza de una población empobrecida y frustrada por una promesa lanzada con gran despliegue de trompetería y que hasta el momento se ha demostrado un lamentable fiasco
"Hoy es un día histórico para nuestra democracia", decía campanudo el vicepresidente, que consideraba un auténtico "honor anunciar que hoy nace un nuevo derecho social en España, el mayor avance en derechos sociales en nuestra patria desde la aprobación de la ley de Dependencia". Pablo Iglesias añadía además que "la situación sobrevenida por el coronavirus nos ha obligado a acelerar [para atender] una necesidad absolutamente urgente porque miles de familias no pueden esperar más".
Pues para no poder esperar más, la realidad es que esos miles de familias siguen esperando y lo que aún les queda por aguantar porque el tan celebrado Ingreso Mínimo Vital no ha llegado a la inmensa, aplastante mayoría de las 700.000 personas que lo han solicitado. Solamente lo han recibido de oficio quienes ya recibían las prestaciones por hijo a cargo. De manera que si restamos de los 80.000 hogares los 75.000 que lo están percibiendo de oficio, nos quedan 5.000 hogares que ya han resultado agraciados con la percepción del IMV de un total, insisto, de 700.000.
Lo malo es que no se aprecia que el problema se vaya a resolver a corto plazo porque, como ya había advertido el ministro Escrivá, las administraciones públicas no estaban entonces, y siguen sin estarlo ahora, capacitadas para poner a punto tal cúmulo de datos que tienen que cruzarse desde distintos orígenes. "No hay manos bastantes" para responder a esa avalancha de demandas. Y además, y en contra de lo dicho aquel 29 de mayo por el vicepresidente Iglesias -"hemos simplificado al máximo los trámites para evitar el laberinto burocrático"- no es nada fácil cumplimentar la solicitud y adjuntar toda la abundante documentación requerida.
Los obstáculos son muchos, no sólo para coordinar las bases de datos de ayuntamientos, comunidades autónomas, Seguridad Social, Hacienda, sino muy complicado para los propios solicitantes, y las soluciones no parecen estar cerca. El resultado es la irritación y la desesperanza de una población empobrecida y frustrada por una promesa lanzada con gran despliegue de trompetería y que hasta el momento se ha demostrado un lamentable fiasco.
Lo que podía haber sido un éxito de este Gobierno, azotado y también acosado por los problemas, alguno de los cuales, como el coronavirus, era en principio ajeno a su responsabilidad pero se ha convertido en uno de sus grandes fracasos, se ha acabado sumando a su lista de descalabros.
Mucho mejor para el Gobierno hubiera sido atender a las razones del ministro Escrivá que ceder a las presiones del vicepresidente Iglesias -"el presidente atendió la urgencia que le planteé"- que, como su pareja la ministra de Igualdad Irene Montero, padece el frenesí de la propaganda y urge de una manera insensata y contraproducente a anunciar medidas sin perfilar y que acaban volviéndose en contra de todo el equipo gubernamental.
El problema para Sánchez es que es él quien acaba pagando los platos rotos de tan peculiar socio de Gobierno. Debería tenerlo en cuenta para el futuro inmediato, no vaya a ser que con tantas pretensiones y tantas exigencias, Iglesias y los suyos acaben dando matarile definitivo a su Gobierno
La señora Montero se empeñó, con una frivolidad indigna del cargo que ocupa, en presentar una Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual en las vísperas del 8M que constituyó un fiasco rotundo que la dejó muy mal a ella y a todo el Gobierno por haber tolerado que de la mesa del Consejo de Ministros saliera aquel bodrio jurídico que salió a información pública sin Memoria Económica y sin Memoria de Impacto Normativo. El destino de aquella chapuza es bien conocido: el Gobierno ha retirado de los órganos consultivos a los que se había enviado el anteproyecto de ley para poder remitirles, se justifica el Gobierno "una versión del texto más acabada". Es decir, para elaborar un texto presentable y que no acabe siendo el hazmerreir de la Cámara.
Esas exigencias caprichosas tienen su coste político, pero en el caso del Ingreso Mínimo Vital las consecuencias resultan especialmente dramáticas porque estamos hablando de tener para comer. Y ahí es inútil, además de una insensible crueldad, insistir en que el dinero se recibirá con efectos retroactivos desde el mes de junio porque, como bien ha apuntado el secretario general de UGT, Pepe Álvarez, "nadie come de forma retroactiva".
Pablo Iglesias tuvo un interés desmedido en anunciar una medida que no estaba de ninguna manera en condiciones todavía de traducirse en hechos y lo tuvo porque, a lo largo de varios episodios que lo han tenido a él como protagonista, ya está demostrado que la propaganda es su manera casi única de hacer política. Pero ésa es una apuesta que evidencia una personalidad políticamente inmadura y con un grado de insensatez que al final no le reporta más que descrédito. Lo cual en política es síntoma de agonía, lo que antiguamente se describía como "engordar para morir".
El problema para Sánchez es que son él y sus ministros del ala socialista quienes acaban pagando los platos rotos de tan peculiar socio de Gobierno. Debería tenerlo en cuenta para el futuro inmediato, no vaya a ser que con tantas pretensiones y tantas exigencias, Iglesias y los suyos acaben dando matarile definitivo a su Gobierno.
Hace ya tres meses de aquello. El 29 de mayo de este año comparecían ante los españoles la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero; el vicepresidente de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, y el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá.
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