Allí estaban los grandes del Ibex, con su presencia poderosa de desconocidos (la fama es para los horteras, el verdadero poder tiene pinta de concejalillo o de dama de orfeón que sólo conocen los suyos). Allí estaban los grandes del dinero, que en realidad sólo parecen señores que van de menú, y no habían venido para conjurarse, para robarnos ni para salvarnos. No. Allí estaban los grandes de España atendiendo a boberías, las boberías de Sánchez. E incluso apreciándolas. Ana Botín se mostró muy de acuerdo con el presidente, que sólo había hecho un monólogo de hipidos y tarjetitas de cumpleaños desde su bronceado tartésico con reflejos de cazador de ánfora. Hasta el dinero se nos va a volver bobo. Casi prefiere uno al rico con una punta de zapato sucia siempre por principio, para ofrecerla al limpiabotas como un cáliz, que el rico extasiado con boberías. Si al dinero ya no le importa el dinero, sino las escenografías de galán de claro de luna, esto va a ser la ruina total. Ana Botín quizá va siendo ya lo que decía Fernán Gómez del teatro: “En Madrid, el teatro son unas señoras”. Y allí estaban los grandes del Ibex, como ese público de merceros y dueñas de las zarzuelas, de claque ante la romanza goyesca y balconera de Sánchez.
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