Lo que buscan los de Puigdemont es gresca, barullo, confrontación, altercados y, en medio de todo eso, ganar dos batallas distintas. Una de partido, que consiste en acabar con lo poco que queda del PDeCAT después de que desde Waterloo el ex presidente fugado haya decidido robarle las siglas de JxCat a ese partido, que las tenía registradas. Y la otra es electoral: Puigdemont quiere ganarle como sea las elecciones catalanas a ERC y para eso su mandado en Cataluña, el todavía presidente de la Generalitat, está tomando todas las medidas que desde Bélgica se le ordenan.
La última, cesar en el cargo a Ángels Chacón, la única consejera que no ha seguido las instrucciones de romper el carnet del PDeCAT porque, entre otras razones que ella ha explicado claramente, como su negativa a participar en la "polarización radical" que persigue Puigdemont, puede ser la cabeza de lista de ese partido, si es que éste logra sobrevivir, en las próximas elecciones catalanas. Y la prueba de las malas intenciones de Quim Torra respecto de los insumisos frente al líder de Waterloo es que ni siquiera comunicó a David Bonvehí, el líder del partido acosado por él y por su jefe, la destitución de Chacón.
Esta gente está a otra cosa, a hundir a Cataluña en la desesperanza para poder empujarla así al choque
Lo que buscan los secesionistas más fanáticos de entre los fanáticos es acabar con cualquier tentación moderadora de las ínfulas incendiarias que busca incesantemente el fugado de la Justicia. Por eso se ha cargado Quim Torra a su consejera y ha aprovechado para quitarse de enmedio a dos consejeros más, que va a sustituir con otros aún más radicales que los que ya había.
Lo de Miquel Buch, el hasta ayer consejero de Interior, estaba más que cantado porque los ultrafanáticos no le han perdonado que los Mozos de Escuadra bajo su mando ayudaran a reprimir con cierta dureza a los vándalos que incendiaron las calles de Cataluña, especialmente las de Barcelona, con motivo de la condena en octubre del año pasado por el Tribunal Supremo a los líderes independentistas juzgados. Lo que Torra pretendía pero no llegó a conseguir, y es lo que no le ha perdonado al también independentista pero no completamente enloquecido Buch, era que aquellos salvajes fueran tratados con delicadeza. En definitiva, que los Mozos de Escuadra se comportaran como una policía de partido.
Torra está intentando montar un gobierno dispuesto para la batalla contra el Estado de Derecho, uno que aplauda , como aplaudió él en su día, a los energúmenos de los CDR a los que animó a "apretar", es decir, a provocar desórdenes callejeros y alterar gravísimamente el orden público. Porque ése es el clima que persigue crear antes de que se celebren las próximas elecciones, un clima en el que a la indignación de sus seguidores por una inhabilitación ante la que no puede resistirse, se sume una inestabilidad alentada desde la propia Generalitat.
Por eso ha pedido, ha exigido, que no se le busque sustituto en la presidencia, para que el desafío al Tribunal Supremo, a la aplicación de las leyes y al respeto a la Constitución, mantengan a Cataluña en un estado de alarma política que se sume a la incertidumbre y al desastre de la crisis sanitaria.
Es más, Torra pretendía "remodelar" el gobierno -a 15 días de que el Tribunal Supremo revise su recurso contra la sentencia que lo inhabilitó- a base de cambiar también a algunos consejeros nombrados a propuesta de ERC, cosa a la que Pere Aragonés, el vicepresidente que está destinado a sustituirle en cuanto la inhabilitación sea un hecho, y que pertenece a Esquerra, se ha negado en redondo.
Sin embargo, y sin ser una opción tranquilizadora, el hecho de que la aplicación de la normativa ordene que, en caso de que el parlamento no encuentre nuevo presidente -en esta ocasión es que no quieren buscarlo- las elecciones tienen que celebrarse inexorablemente a principios del mes de febrero, le da una oportunidad a Pere Aragonés, que será quien sustituya en funciones de presidente a Torra, para amarrar la diferencia en intención de voto que los sondeos registran a favor de Esquerra.
Eso es lo que desde Waterloo se quiere evitar a toda costa porque lo que se está librando aquí es una batalla a sangre y fuego dentro del independentismo para lograr el trofeo de la primogenitura. Si lo consigue la facción de Puigdemont, Cataluña emprenderá el definitivo camino hacia el desastre. Pero ese desastre es precisamente lo que buscan ellos con ciega determinación.
Si, por el contrario, es ERC quien gana en las elecciones ese duelo a muerte podríamos considerar la posibilidad de que se formara un gobierno con el PSC que siempre moderaría con pragmatismo las tendencias siempre fracasadas de Esquerra de separar Cataluña de España.
De manera que los cambios en el gobierno, el intento descarado de acabar aniquilando al PDeCAT y el previsible aplazamiento de las elecciones no tienen otro objetivo para Puigdemont que el de deshacerse de obstáculos para poder ir calentando al máximo el clima político de modo que se llegue a los comicios en un estado de crispación tal que unos enloquecidos electores rebosantes de ira decidan apostar por los más radicales entre los radicales. Y ésos son Puigdemont y los suyos, que siempre estarán ciegamente a sus órdenes.
Ayer en La Vanguardia se preguntaba a los lectores si veían "acertada esta remodelación del gobierno" y las respuestas fueron que No en un 83%. No importa, no ha sido ésta una medida pensada para satisfacer o tranquilizar a la opinión pública catalana. Tampoco para mejorar un gobierno desahuciado desde enero pasado cuando Torra declaró muerta la legislatura. Esta gente está a otra cosa, a hundir a Cataluña en la desesperanza para así poder empujarla al último choque.
Lo que buscan los de Puigdemont es gresca, barullo, confrontación, altercados y, en medio de todo eso, ganar dos batallas distintas. Una de partido, que consiste en acabar con lo poco que queda del PDeCAT después de que desde Waterloo el ex presidente fugado haya decidido robarle las siglas de JxCat a ese partido, que las tenía registradas. Y la otra es electoral: Puigdemont quiere ganarle como sea las elecciones catalanas a ERC y para eso su mandado en Cataluña, el todavía presidente de la Generalitat, está tomando todas las medidas que desde Bélgica se le ordenan.
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