Sánchez nunca ha respetado a Iglesias, al que ha visto llorar y hacerse moños por él, y deshojar margaritas a suspiros, y lanzarle besos de feo como un pordiosero desdentado del Decamerón tras una moza, y zurcirle calcetines después de las humillaciones, y todavía dejarle sus pestañas de relicario en el hombro, tras unos abrazos de manos blandas y de ojos muy apretados. Sánchez nunca ha respetado a Iglesias y ahora no comparte con él la “información sensible”, o sea la política adulta, en este caso la economía adulta, la fusión de CaixaBank y Bankia, que parece aquel porno codificado de antes, pero del dinero.
Sánchez necesita parecer adulto, así muy atareado en el dinero serio, en las obras pendientes en las instituciones del Estado, en los palomares por arreglar de los jueces o en las cuentas ultramarinas de los presupuestos. Y lo necesita para que olvidemos el virus, ése es el objetivo del comienzo de curso. No hablar del virus, escarlatina infantil o escozor de verano, ni de utopías margaritas, sino de ese dinero de tabaco, esos recios impresos de estraza y esos inflexibles relojes de médico que definen al adulto de la política. Por eso distingue en su Gobierno entre los que pueden soportar el bizarro porno del Tío Gilito y los que más bien andan en una piscina de bolas adyacente. Puede parecer que Iglesias está con Sánchez como esas espeluznantes novias niñas de los marajás o así, pero la verdad es que Iglesias está cómodo en el poder como en un cojín de gato y tampoco va a romper con Sánchez por ponerle patucos ante la maternal Ana Botín.
El podemismo ha aparcado la revolución a cambio de la comodidad de la burguesía bohemia y pancista, y el sanchismo puede utilizar a Podemos para parecer de izquierda
Sánchez necesita parecer adulto pero ha vuelto de las vacaciones en una especie de alfombra mágica de Aladino, entre el moreno arábigo y esa corte de turbantes con alhajas que ahora le forma el Ibex. A uno le parece que lo que está haciendo el presidente son presentaciones de quinceañera, igual en la Casa de América que en la entrevista de TVE. A Sánchez, el intento de adultez política le queda como a Aladino el intento de ser principesco, o sea con un exceso de tragafuegos, elefantes con bonete, dátiles arborescentes y maneras tartamudas. En la entrevista, Sánchez parecía tomar la cartera de padre ante su socio menor de edad, y volvía a su discurso de investidura, como si no hubiera pasado nada desde aquel día que fue como un bodorrio de futbolista. De repente volvía a ser relevante, por ejemplo, la tipificación del delito de secesión. Y a pesar de que a Iglesias sólo parecía dejarle un dinero de chocolate, seguía hablando de la fortaleza de la coalición. En realidad no era eso lo importante, lo importante era borrar la pandemia como un niño borra una pesadilla con un gusiluz.
Sánchez nunca ha respetado a Iglesias, pero a Iglesias eso cada vez le importa menos. Seguíamos dudando si Iglesias se aprovecharía de Sánchez o Sánchez se aprovecharía de Iglesias, pero la cosa ha quedado en una conveniente simbiosis hipócrita. El podemismo ha aparcado la revolución a cambio de la comodidad de la burguesía bohemia y pancista, y el sanchismo puede utilizar a Podemos para parecer de izquierda ante la izquierda y para parecer un venerable padre ante los banqueros. Que volvamos a hablar de todo esto en vez de hablar del virus ya es un triunfo para Sánchez, casi más que encontrarse con que la señora Botín es una especie de madrina para él, más Angela Lansbury con galletas que una representante del gran dinero que debería estar atenta y recelosa ante los tramposos y los charlatanes.
Sánchez intenta parecer adulto aun en la falda del dinero y aun con Iglesias de falso hijo zangolotino. Yo creo que no le termina de salir bien y lo que sigue pareciendo es un niño disfrazado con ropa muy grande, como Pipi Calzaslargas. Sánchez ha llegado del veraneo disimulando como un chiquillo travieso, como si fuera el Piraña silbando. Demasiado paripé, demasiada política de embajada o de castillo hinchable, demasiado esfuerzo por que parezca cualquier otro septiembre de niños con lápices recién talados. Intenta que nos olvidemos de la ruina y volvamos a esa política que ahora, después del virus, sólo parece el carrusel deportivo.
Sánchez hará más entrevistas y organizará más cumpleaños o cenas de príncipe servidas por monitos. Intuyo que ya anda preparando esa Navidad que es siempre de los niños, pero en versión política. El virus quedará para las autonomías y para los crematorios, la pobreza quedará para las monjitas y los muertos quedarán para los maceteros. Sánchez intenta parecer adulto, pero sólo huye del virus con zapatones de payaso. Iglesias a lo mejor le sigue con patucos, patines o platillo.
Sánchez nunca ha respetado a Iglesias, al que ha visto llorar y hacerse moños por él, y deshojar margaritas a suspiros, y lanzarle besos de feo como un pordiosero desdentado del Decamerón tras una moza, y zurcirle calcetines después de las humillaciones, y todavía dejarle sus pestañas de relicario en el hombro, tras unos abrazos de manos blandas y de ojos muy apretados. Sánchez nunca ha respetado a Iglesias y ahora no comparte con él la “información sensible”, o sea la política adulta, en este caso la economía adulta, la fusión de CaixaBank y Bankia, que parece aquel porno codificado de antes, pero del dinero.
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