Albert Rivera, que fue delfín, querubín o futuro yerno malogrado de España, anda vendiendo su nuevo libro como de cienciólogo, de coach, de ilusionista, de Jeff Goldblum o de otro que se ponga ahora jersey de cuello vuelto para la portada de un libro, como si fuera un escritor sospechoso de Colombo. Albert Rivera escribe, pena y se hace rizos con la melancolía, como un fantasma de Lord Byron. Tiene todavía algo pendiente en este mundo y vaga algo traslúcido por los medios y los recibidores de los paradores, con batín romántico, cojera de ceja y una edad parada en el pasado y en el espejo. Rivera dejó la política aun teniendo razón, en algo que fue inevitable, romántico, inútil, injusto, ridículo, byronesco. Creo que todavía está esperando que algún Goethe o algún Herrera le diga eso de “descansa en paz, amigo mío, tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Mientras, vende libros de ésos que son como marcos con foto y ya empieza a hablar casi igual que Alfonso Guerra.
Rivera nos dejó un legado, que ha sido acabar con el mito del Sánchez “moderable”
Rivera abandonó con dignidad de cicuta una política que no entiende ni agradece tales alardes patricios de dignidad. Él mismo se puso el otro día de “pardillo” con Pablo Motos por “sacar la bandera blanca” ante la polarización que alimentaba Sánchez con esas estampas toledanas del trifachito que, todo hay que decirlo, le regalaban viniendo de Colón como de un museo de alabarderos. Rivera se refería a aquella última oferta suya a Sánchez, quizá sincera a la vez que imposible. A Rivera lo machacaron o lo machacamos por negarse a pactar con Sánchez, por insistir en lo de la banda, que entonces sonaba a los apandadores de Tío Gilito. Luego, vimos que lo de la banda era verdad, pero Rivera ya se había ido a la playa con la novia, como una canción yeyé.
Rivera nunca tuvo la posibilidad de decidir nada, lo ha llegado a decir él pero ya lo sospechábamos. El problema nunca fue Rivera haciéndose más de derechas o izquierdas, más barberillo de banderas o más centrista de sombrilla en el trapecio. La cuestión es que la banda era más fácil, más barata en dinero y en coste ideológico y de poder para Sánchez. Lo sigue siendo, ya lo vemos. El único plan más apetecible que tenía Sánchez era gobernar solo o casi solo, aunque fuera por hartura o agotamiento de los demás. Por eso nos sometía a investiduras fallidas interminables y pesadísimas como ejercicios mecanográficos de todo el Congreso, que parece una alta Underwood tuerta de teclas. Sánchez fue a otras elecciones para intentar eso, gobernar más o menos solo, pero no le funcionó y terminó abrazando a Iglesias como a una novia caballuna. Seguía siendo preferible y todavía lo es. En todo aquello, Rivera nunca pintó nada, aparte de ofrecerle a Sánchez, incluso mejor que Casado, el personaje de un jovencito con cierto aire joseantoniano que hiciera de Pedrín para el Roberto Alcázar que parece Abascal, siempre como con porra de perdigones en el bolsillo o bajo la gorra.
A Rivera todavía le queda esa satisfacción de tener razón, pero es una satisfacción amarga, inútil y cursi
Rivera vende ahora unas memorias de condenado o unos romances de cieguecita de cordel que tienen más de redención que de venganza. Yo creo que Rivera sí nos dejó un legado, que ha sido acabar con el mito del Sánchez “moderable”. Lo de Rivera con Sánchez parecía una obsesión o una pendencia entre dos mozos rivales de zarzuela, pero es que Rivera ya lo había calado mientras muchos seguían viendo a un socialdemócrata un tanto pinturero y pechopalomo que había sido empujado de mala gana a pactos arriesgados pero controlables. Sin embargo, ya nos han demostrado que esa banda de la que hablaba Rivera fue, es y será el plan, al menos mientras Sánchez no sea proclamado César de las Españas, cosa que no descarto tal como están crujiendo ya todas las tarimas del Estado. La banda es barata, la banda es sencilla, la banda es conveniente. Indultos, leyes ad hoc, instituciones sumisas, el Rey recluido en la ópera como el mismo estado de Derecho, y ya está. No hay oferta que pueda mejorar esta funesta sencillez. Ni siquiera con la escalofriante perspectiva que nos deja el bicho.
A Rivera todavía le queda esa satisfacción de tener razón, pero es una satisfacción amarga, inútil y cursi, como la del poeta tieso o ninguneado. Ciudadanos parece estar condenado a eso, opte por el suicidio elegante como hizo Rivera u opte por una ambigüedad o sumisión sospechosa, táctica o sólo desesperada, como Arrimadas ahora. Rivera es ese Byron de caracolillo y destino aciago, muerto por culpa de los doctores de la política y ya penante para siempre con un gesto como de acorde de arpa sin arpa. Hasta Arrimadas va pareciendo ya también otro espectro de novia gótica, con su talento desperdiciado como en un piano inaudible, fantasma o submarino.
Creo que todos vamos comprendiendo mejor a Rivera. Nos llega, nos cala o nos habita ya la inevitabilidad, la melancolía, la frustración. Nos ponemos ya un poco poetas muertos o Byron con suspirito. Pero luego volvemos a oír a Sánchez o a Iglesias y nos damos cuenta de que la solución contra estos dos pillos sacamuelas no puede ser matarse para irse luego a la playa. Es la otra gran lección que nos ha dejado Rivera desde su más allá de niño bonito y de visionario con cuello de cisne, como un Steve Jobs de comunión.
Albert Rivera, que fue delfín, querubín o futuro yerno malogrado de España, anda vendiendo su nuevo libro como de cienciólogo, de coach, de ilusionista, de Jeff Goldblum o de otro que se ponga ahora jersey de cuello vuelto para la portada de un libro, como si fuera un escritor sospechoso de Colombo. Albert Rivera escribe, pena y se hace rizos con la melancolía, como un fantasma de Lord Byron. Tiene todavía algo pendiente en este mundo y vaga algo traslúcido por los medios y los recibidores de los paradores, con batín romántico, cojera de ceja y una edad parada en el pasado y en el espejo. Rivera dejó la política aun teniendo razón, en algo que fue inevitable, romántico, inútil, injusto, ridículo, byronesco. Creo que todavía está esperando que algún Goethe o algún Herrera le diga eso de “descansa en paz, amigo mío, tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Mientras, vende libros de ésos que son como marcos con foto y ya empieza a hablar casi igual que Alfonso Guerra.
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