Ahora que andamos en Madrid repasando mapas de las zonas que vuelven a tener restricciones cada vez mayores de movilidad, no puedo evitar recordar una canción que hoy quiero añadir a nuestra playlist. Una que habla de calles sin nombre.
1976, Dublín. Un joven llamado Larry Mullen Jr. pone un anuncio en el tablón de su colegio, porque necesitaba gente para formar un grupo. Gracias a eso, estadios del mundo se han llenado hasta el más absoluto sold out con decenas de miles de personas extasiadas hasta el límite. Así nació lo que luego se convertiría en el fenómeno U2.
Irlanda es el país del mundo con más músicos por habitante: The Corrs, The Cranberries, y una larga serie de amantes del género celta entre muchos otros lo prueban. Y no es casual. Es justo en las calles donde se forman en darlo todo frente al público. Existen regulaciones que protegen específicamente a los artistas y hay entre la población una enorme cultura musical. En ese caldo de cultivo perfecto encontramos a un guitarrista que se quiso llamar The Edge (el filo) por lo afinada de su nariz, o un cantante que quiso llamarse Bono Vox en honor a su tienda favorita de “alta fidelidad”. Si hay un día importante para los irlandeses, ese es el día de San Patricio. En el de 1978 estos locos estudiantes ganaron un concurso que les pagó las 500 libras que les costó su primera maqueta. Y el resto es Historia.
The Edge compuso la música en una habitación de su nueva casa, con una grabadora de cassette de 4 pistas
Where the Streets have no name (Donde las calles no tienen nombre) es una enorme canción. Bono, activista convencido, quiso en su letra reflexionar sobre una realidad que admite pocas variaciones en el mundo: en Belfast, tus ingresos y tu religión se evidencian por la calle en la que vives. The Edge compuso la música en una habitación de su nueva casa, con una grabadora de cassette de 4 pistas. Estaban acabando las sesiones del álbum que les hizo enormes y se dieron cuenta de que les faltaban canciones pensadas para explotar en los conciertos. Cuando el guitarrista acabó de grabar la maqueta, ya de madrugada, sintió que había compuesto “la canción más asombrosa de su vida” y se puso a celebrarlo.
Más vale escucharla en concierto. Uno de esos a los que tardaremos en volver:
Los virus no entienden de calles ni de barrios. Y los mapas delimitan zonas sin tener en cuenta a qué famoso escritor, militar o científico hacen referencia en su denominación. Las calles, hoy de Madrid y mañana qué se yo, no tienen nombre ahora.
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