Ayuso y Sánchez se habían mirado entre banderas como novios entre sábanas tendidas, pero ya dije que el presidente había venido con elefante y tahalí a matar a la presidenta. Tres días después del paripé, de aquella tarta de banderas salió Illa con metralleta diciendo que había que cerrar todo Madrid como cegar un pozo. Illa podría haber ofrecido médicos, rastreadores y hasta góndolas en el metro, todo eso que piden los manifiestos que firma su partido. Eso es lo que funciona, nos dicen, no electrificar los barrios ni cerrar el bar de la esquina ni poner guardias berlineses pidiendo un salvoconducto de letra germanoide a madres, mucamas y ciclistas con botellas de leche. Pero no, Illa sólo quiere hacer en todo Madrid lo que Ayuso ya había hecho en las zonas donde la izquierda protesta como con grandes bieldos de volcar trenes. O sea, lo que dicen que no funciona, pero más. Sólo desde la política se puede entender algo así.

El Gobierno pasaba de considerar adecuadas las medidas de Ayuso, de ofrecerle apoyo y lealtad a través de aquel protocolo algo sádico de habitación roja, a querer emparedar todo Madrid. En poco más de 48 horas y sin que hubiera cambiado nada relevante. Pero lo más curioso es que Illa venga con sus técnicos de diez bolis y sus científicos a vapor, como el aerostático Simón, para hacer lo mismo que ya estaba haciendo Ayuso. Yo no he oído más plan ni más remedio aparte de considerar zonas de 500 casos en vez de 1000 casos. Eso, y de nuevo echar el cerrojo medieval, como para un hombre lobo. En realidad, ya saben que el criterio técnico es el de un filósofo, un médico de pueblo y el resiliente Sánchez, ahí reunidos alrededor de la epidemia como alrededor de una barbacoa.

Estaría bien saber qué hacer, que alguien ya lo hubiera pensado y escrito, con los diez bolis de su bolsillo vencido como una alforja de camello. Que hubiera un plan conocido, sin ambigüedad ni sospecha al aplicarlo. Francia tiene estrictos protocolos para los posibles escenarios, así que las decisiones son automáticas. Pero aquí no hay plan, no por nada, sino porque no les conviene. Por eso la epidemia no tiene científicos, sólo meteorólogos y secretarias del Un, dos, tres. La política necesita arbitrariedad y eso es incompatible con un plan objetivo, serio y global. Tampoco puede haber protocolos globales cuando has dicho que ya todo va a depender de las autonomías y te vas de vacaciones sobre un flotador de Goofy, haciendo motorcito con los pies.

Tampoco puede haber protocolos globales cuando has dicho que ya todo va a depender de las autonomías y te vas de vacaciones sobre un flotador de Goofy

No tenemos protocolos, nuestros científicos son estrellas infantiles como Torrebruno, y Sánchez sigue de pesca por Cataluña, por el País Vasco y también por Madrid, donde hay un pez muy gordo y simbólico al que ya vimos que le dedicó todo un cesto de anzuelos con colores y puntas de banderilla. Ayuso tuvo que soportar la humillación, pero por lo visto no había súplica bastante tras el lenguaje de abanico de sus ojos. Quiero decir que Ayuso aún confía en sus medidas y no pidió el estado de alarma, que es lo que hubiera querido Sánchez. Lo podía decretar el mismo Gobierno, pero tendría que ser antes de ver cómo evolucionaba la cosa en Madrid. De ahí que Illa saliera con susto de bocina en la cara tres días después de esa escapada como a una capilla de Las Vegas que tuvieron Sánchez y Ayuso. No le veo otra lógica.

Por ahí en los sotanillos de Redondo alguien pensaría que al Gobierno podría salirle bien algún tipo de “intervención”, si se hacía con la justificación y el eslogan adecuados. Para la justificación bastaba bajar las cifras de Ayuso, tachándolas de insuficientes. Y el eslogan me sobresaltó porque, qué cosas, era el mismo del tocomocho del Brexit: retomar el control. “Tomar el control”, repitió exactamente Illa. Madrid se había descontrolado como una diligencia conducida por esa señorita de diligencia que es Ayuso, y Sánchez tenía que retomar el control. Sánchez lo hace sin ofrecer nada nuevo en realidad, salvo su presencia de centauro del desierto en la maniobra, pero todos contentos en el sotanillo de Moncloa.

El sanchismo no ha salido del bochorno desde que se inauguró a sí mismo con un botellazo de champán en la cabeza

Aquí estamos, pues, y sigue sin haber plan. Diría que es bochornoso, pero el sanchismo no ha salido del bochorno desde que se inauguró a sí mismo con un botellazo de champán en la cabeza. Aunque no haya ningún plan que venga en correo neumático, lo seguro es que existe algo mejor que atrancar todo Madrid sólo para equilibrar desquites simbólicos de clases. Algo habrá que pensar entre las dos partes, siquiera tarde y con reojos a esas banderas como lanzas envenenadas, porque la gente ya no se traga que todos estos juegos de florete sean científicos.

Mucho se puede hacer antes de empujar a la miseria o al viaducto al personal, que ya anda tieso y quemado. Más médicos, rastreadores, cribados, la app Radar Covid que no termina de funcionar ni de usarse, inspecciones en servicios y empresas, vigilancia de las cuarentenas, controles en aeropuertos y estaciones abiertos ahora como palomares destechados.... Y criterios claros. Que la ciencia no parezca que es un dado o un gnomo o una chuleta de Redondo que trae Illa en la chaqueta. Hasta el metro podría parecer una góndola si hubiera voluntad de los políticos y criterio científico. Ahora, el criterio sólo es político y lo demás es Illa como saliendo con metralleta de la tarta de cumpleaños de un mafioso y Simón cambiándose el peinado de farero por el de Madelman buzo.

Ayuso y Sánchez se habían mirado entre banderas como novios entre sábanas tendidas, pero ya dije que el presidente había venido con elefante y tahalí a matar a la presidenta. Tres días después del paripé, de aquella tarta de banderas salió Illa con metralleta diciendo que había que cerrar todo Madrid como cegar un pozo. Illa podría haber ofrecido médicos, rastreadores y hasta góndolas en el metro, todo eso que piden los manifiestos que firma su partido. Eso es lo que funciona, nos dicen, no electrificar los barrios ni cerrar el bar de la esquina ni poner guardias berlineses pidiendo un salvoconducto de letra germanoide a madres, mucamas y ciclistas con botellas de leche. Pero no, Illa sólo quiere hacer en todo Madrid lo que Ayuso ya había hecho en las zonas donde la izquierda protesta como con grandes bieldos de volcar trenes. O sea, lo que dicen que no funciona, pero más. Sólo desde la política se puede entender algo así.

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